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Luis Ventoso

1919

Luis Ventoso

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EL inglés J ohn Maynard Keynes , muerto en 1946 con 62 años, es para muchos el gran economista del siglo XX, aunque parte de su feligresía lo ha leído mal. Se quedan en una interpretación simplista y manirrota, que habría provocado el desdén de un genio que rezongaba lo siguiente: «En el Partido Laborista deciden casi siempre aquellos que no saben de qué están hablando» (no sé por qué, pero leo esta cita y visualizo a nuestro gran Sánchez). Keynes, feucho, inteligentísimo y de enorme encanto, era un ser humano de lo más peculiar. El marido de la novelista Virginia Woo lf trazó un buen resumen: «Maynard fue funcionario, especulador, empresario, periodista, escritor, granjero, marchante de pintura, estadista, manager teatral, bibliófilo y media docena de cosas más». Hasta su sexualidad resulta novelesca. De joven fue un homosexual concupiscente, que incluso buscaba lances casuales por los urinarios. Pero a los 33 años se casó con una bailarina rusa y abrazó de una tacada monogamia y heterosexualidad. La conquistó chupándose en primera fila, noche tras noche, todas sus actuaciones en el Covent Garden.

A los 36 años, siendo alto funcionario del Tesoro, Keynes participó en la Conferencia de París de 1919, donde se discutían las reparaciones que debía pagar Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. El economista las combatió por «astronómicamente altas» , un abuso que hundiría a Alemania y cuyas secuelas castigarían a toda Europa. Así lo advirtió en su obra «Las consecuencias económicas de la paz». Keynes tenía razón: al apretar tanto, las potencias ganadoras sembraron la hiperinflación de la República de Weimar, donde en noviembre de 1923 una cerveza costaba 4.000 millones de marcos. Ese tsunami fue el abono ideal para que fermentasen Hitler y el nazismo. ¿Qué hizo entonces Keynes cuándo Hitler inició su demoníaca ofensiva? ¿Se dedicó a escribir artículos diletantes señalando que los crímenes del nazismo eran culpa de los países ahora agredidos por él? No, claro. Cerró filas con los suyos y sus valores y se puso al servicio de su Gobierno para trabajar por ganar la guerra y la paz.

El domingo leí en un periódico tres artículos seguidos de pensadores regionales que con diversa formulación venían a repetir este espectacular argumento: atentados como el de Barcelona se deben en buena medida a la política exterior de Occidente. Es decir: si unos fanáticos religiosos islamistas nos asesinan algo les habremos hecho. Tal planteamiento resuena también en las televisiones habituales. Keynes, partidario siempre de «la burguesía educada», habría arrugado su bigotón ante esta forma de pensar, nieta subcultural de una ideología atroz que él mismo vapuleó así: «El socialismo marxista es un portento para el estudio de los historiadores de la opinión: ¿Cómo una doctrina tan ilógica y tan torpe puede haber ejercido una influencia tan poderosa sobre la mente de los hombres?». Pero por aquí abajo, querido Maynard, es la última moda. Sus guardianes hasta dominan la universidad, las grandes alcaldías y fijan con brochazos catódicos el canon de lo correcto.

( A Gerardo Fernández Albor, con gratitud y esperando el brindis de sus cien ).

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