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18 de julio

Vivir de las heridas es propio de miserables. Hay que saber perdonar y olvidar

Francisco Robles

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Era sábado y hacía calor. Mucho calor. Un calor avivado por el rencor que latía en las sienes de la mala sangre. Un calor de pavesas y de espanto. España se asomó al precipicio que la partía en dos y se hundió en la ciénaga ... de una guerra que la dejaría maltrecha. Medio muerta. O muerta del todo. Europa la veía como un teatro de ensayo para lo que vendría después, al cabo de tres años. Aquel sábado, un general encendió la mecha en la ciudad del sur. Ardieron los fusibles y los retablos barrocos que acogían las imágenes de madera y devoción. Ahora quieren exhumarlo, sacarlo de la Basílica de la Macarena donde está enterrado. En el Valle de los Caídos pretenden hacer lo mismo con el otro general: eran del mismo bando y se odiaban a muerte.

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