la huella sonora
La vida se abre paso en Porto
Porto de Sanabria no es un lugar: es una lección. La de que España no solo se entiende en la M-30, en las plazas mayores y en las tertulias televisivas
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Iniciar sesiónNo deja de resultar paradójico que el fuego fuera a abrasar uno de los puntos más fríos del país. Porque en Porto hace frío de verdad, no es un frío amable ni romántico como el de los cuentos alemanes: es un frío extremo y desolador. ... Este martes, aún en verano, la mínima no superará los cinco grados. Imagínense en lo más crudo del invierno. Para llegar hay que iniciar una ascensión de treinta kilómetros que tardarán en recorrer tres cuartos de hora si el conductor es de la zona, algo que les recomiendo encarecidamente. Porque si no lo es, mejor que ni lo intente, yo no he estado nunca más cerca del infarto que en la ZA-102, comarcal de alta montaña que se convierte en OU-124 en el embalse de Pías, detenido ante un poste de luz que se desplomó por una tormenta y que nos sumió en una oscuridad que bailaba una conga con mi vértigo. Allí estuvimos parados un par de horas, que nos sirvieron para ver pasar por delante jabalíes, ciervos y un resumen de mi vida cuando escuché el aullido del lobo, que, si no lo han escuchado, les adelanto amarillo, cruel y lindate con el terror.
La carretera cambia de nombre como otros cambian de chaqueta. Porque Porto es Zamora, pero está tan cerca de la provincia de Orense que allí ya se habla gallego. No es un gallego estándar, ellos hablan 'portexo' una mezcla de gallego, leonés y portugués, es decir, un gallego que ha evolucionado de otra manera, porque hasta los años 50 su aislamiento era tal que ni siquiera tenían carretera. Hoy la tienen, pero durante muchos meses del año no pueden usarla por las nevadas. Quizá, cuando ustedes piensen en la España vacía, piensen en un pueblo más o menos perdido en Toledo o en Segovia, es decir, a tiro de piedra de Madrid. Pero esto es otra liga. Aquí la España vacía deja paso a la España extrema. Su capital de provincia está a dos horas y cuarto. Orense, también. El supermercado más cercano, a tres cuartos de hora. El médico va una mañana cada semana. Urgencias a Lubian, a Gudiña o a Verín, que es lo mismo que decir que no existen las urgencias y que llega antes el viático que el galeno. Olvídense de Amazon, allí solo sube el cartero, y no siempre. Pero todo eso da igual cuando te sientas en esas calles empedradas que te hacen sentir a la vez en un poblado celta y en un cuento de hadas. El río Bibey baja con furia, como si llevara siglos indignado por el olvido. Nace allí mismo, con la autoridad de un trueno helado y se une a la piedra, la madera y la pizarra de sus casas, a la ensoñación de sus calles estrechas y a una naturaleza salvaje de una belleza difícilmente descriptible.
Aquí la España vacía deja paso a la España extrema. La capital de provincia, a dos horas y cuarto. No hay médico ni llega Amazon
Este verano se han quemado veinte mil hectáreas, que es como si quemara el término municipal de Valladolid o Doñana entero. Los muchachos del pueblo han dado todo lo que tenían para salvar lo que han podido, trabajando como animales durante jornadas interminables, sin dormir y jugándose la vida. Alguno me decía que jamás había sentido un cansancio tan extremo. Ni llorado tanto. Y huelga decir que no estamos hablando precisamente de gente débil sino de un cruce entre vikingos y el poblado de Astérix acostumbrados a trabajar duro. Lo sucedido es dantesco, la pérdida irrecuperable y el dolor inconsolable. Pero, a pesar de todo, hay esperanza. La foto me la manda Jorge Fraguas, está hecha por Roger Roura y no puedo dejar de mirarla. Porto de Sanabria no es un lugar: es una lección. La de que España no solo se entiende en la M30, en las plazas mayores y en las tertulias televisivas, sino también aquí, en la raya alta, donde el frío, el olvido y el silencio dictan las leyes, 150 personas lo han perdido todo y, a pesar de ello, la vida se abre paso.
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