la huella sonora
España como debería ser
Los premios Zenda me hicieron recuperar la esperanza: otra España es posible, una que se respete, se junte y se contamine
Me llaman mala persona
La derecha 'woke'
Pérez-Reverte, en la entrega de los premios Zenda
Durante un rato nos trasladamos al pasado, a esa España bonita y crepuscular de la 'movida' en la que la política era apenas el pasatiempo tedioso de cuatro pringados sin chorba y la actualidad la marcaban la cultura y la elite intelectual, que ... es como la otra, pero sin bitcoins. Que Dios me perdone, pero en los premios Zenda, los premios fueron lo de menos. Entiéndanme, estuvieron bien, quizá algo faltos de guion y de ritmo de 'show', pero entiendo que Ricky Gervais estaba fuera de la ciudad.
Los Zenda son los Goya, pero con menos gilipollas. Y en vez reconocer a la mejor actriz secundaria lo hacen al mejor ensayista, que suele hablar menos. Lo importante era otra cosa y vino después, en un cóctel en el que estaba 'el todo Madrid'. Hacía tiempo que no veía un acto tan transversal, tan abierto y tan falto de pureza de sangre, que es como nos gustan las cosas a los mestizos y a los hematófobos. Porque este tipo de eventos suelen tener un color predominante, ya saben, los Goya son de izquierdas, los toros de derechas y así todo. Y en cuanto entras a un lugar ya sabes si juegas en casa o en San Siro. Por cómo te miran, por cómo se miran, por cómo hacen que no los miran. En cualquier caso, sobran dos minutos para ver el sesgo como un águila mira a los ratoncillos. Y ya sabes si te toca más bien callar o más bien pedir.
En los premios Zenda eso no sucedió: tengo la sensación de que todo el mundo se sintió en casa y por eso hay que contarlo. Porque no es casual, me temo, sino un efecto pretendido, buscado y con una dirección de casting que me río yo del de protocolo de Casa Real. Como en aquella canción de Sabina –'Todos menos tú'–, en ese cóctel había hasta guitarristas de Loquillo, que en este caso se llama Igor Paskual y al que yo admiraba, sin saberlo, de cuando leí 'El arte de mentir'. Pero la transversalidad era absoluta, lo mismo te encontrabas a Garci hablando con Rufián del combate de Tyson contra Jake Paul, que a Arrabal con un ataque de patriotismo entre secretarios de estado o a Iker Jiménez mirando al infinito al lado de José Ramón de la Morena, como descubriendo una psicofonía.
La transversalidad no solo era ideológica sino también entre la política y la cultura, entre las armas y las letras, que diría Trapiello, y que también andaba por allí. La cosa de los corrillos inéditos llegó tan lejos que vi a Arturo Pérez-Reverte hablando con Miguel Jordán, el protagonista de su último libro, 'La isla de la mujer dormida' que, por supuesto, era Chapu Apaolaza, que además de columnista ahora resulta que es modelo de marinos y musa de novelistas, ya saben: «Cumplidos los cuarenta y ocho años, Jordán había cambiado poco: seguía siendo alto y fuerte, aunque el cabello le escaseaba en las sienes, la barba rubia estaba entreverada de canas y pequeñas arrugas fruncían sus ojos claros. Una cicatriz, que el paso del tiempo hacía cada vez menos visible, marcaba el lado izquierdo de la frente bajo la visera de la gorra». Creo que no desvelo nada nuevo. Y si así fuera, mejor.
Reverte se inspira en Chapu y yo me inspiro en la persona que hizo la lista de invitados. A cada uno según su capacidad, de cada cual según sus querencias. Ese cóctel me hizo recuperar la esperanza: otra España es posible, una España que se respete, se junte y se contamine; una España impura que deje a los fanáticos, los fundamentalistas y los dogmáticos como aparcacoches, para simplemente volver a saludarse. Solo la cultura lo unirá todo cuando la política y las redes lo hayan destrozado. Los libros y los cócteles. En realidad, no se me ocurre mejor 'movida'.