LA TERCERA
Cuerpos de esperanza
«Para los cristianos, la fe en la resurrección es concreta. Aún no podemos imaginar cómo serán nuestros cuerpos en la eternidad. Pero sostenemos con la autoridad bíblica, apoyada en la tradición, que la unidad de espíritu, alma y cuerpo perdura para siempre»
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El sueño del cuerpo hermoso persigue a la sociedad. Miremos donde miremos, ya sea alrededor o en nuestros teléfonos –esas extensiones digitales de la consciencia–, nos encontramos rodeados de anuncios publicitarios con cuerpos espléndidos. Los gimnasios, que proliferan como setas, nos seducen con la promesa ... de que el nuestro también podría ser uno de esos. Incluso si el resto de nuestra vida es amorfa y flácida podemos, al menos, modelar nuestros cuerpos y ponerlos en forma. En 'American Beauty', film de culto de Sam Mendes estrenado en 1999, el protagonista masculino –en plena crisis de la mitad de la vida– se rebela contra el aburrimiento y la mediocridad de la vida suburbana cuando declara: «¡Quiero verme bien desnudo!» y comienza a levantar pesas. No hace falta ser psicoanalista para descifrar el origen de ese anhelo. Todos deseamos perder las hojas de higuera y poder mirarnos al espejo como somos, enteros, sin rubor.
Sin embargo, la vergüenza y la inquietud no nos abandonan. Un estudio publicado en 2021 por el Ministerio de Salud noruego señaló que el 61 por ciento de los adolescentes está descontento con su apariencia. No creo que este porcentaje sea muy diferente en otros países occidentales. Un grave fenómeno que revela otro aún más radical: el aumento de jóvenes que verbalizan alguna forma de disforia de género, expresando un conflicto entre lo que son corporalmente y su percepción identitaria.
Estas situaciones generan angustia y, como cualquier dolor humano, merecen ser tratadas con respeto. Esto no impide que nos interroguemos acerca de ellas. ¿Qué es lo que estas tendencias –pues de tendencias se trata– revelan sobre nuestro mundo y los roles de género? ¿Qué nos dicen sobre nuestra visión acerca del significado de nuestro ser encarnado? ¿Mi cuerpo es un mero recipiente que contiene un yo de orden superior? ¿O, por el contrario, es una expresión esencial del yo?
Cuando la Iglesia intenta pronunciarse sobre estos temas es abucheada. La razón resulta clara: la eclosión global de escándalos de abuso por parte de clérigos y consagrados ha hecho evidente tanto la ignorancia institucional como el inconcebible daño causado. Es una herida abierta en el cuerpo eclesial. Todos los miembros de la jerarquía son conscientes de ello. Entiendo por qué puede haber gente enfurecida si, en cuestiones relativas al cuerpo, la Iglesia pareciera pontificar con meras prescripciones y proscripciones. Para ciertos observadores carece de credibilidad. ¿Si miembros del clero han cometido atrocidades contra la integridad física de niños cómo pueden pretender ser guardianes morales de los demás? El liderazgo indiscutido de antaño ha menguado y se comprende el actual clima de indignación y desconfianza, dentro y fuera de la Iglesia. ¿Y qué decir de la Iglesia misma? Hay una perplejidad generalizada aun entre las filas de los católicos. Diferentes hombres de Iglesia, incluso en cargos de igual rango, pueden decir cosas muy distintas. Parecería que, en algunos lugares, el dogma ha sido enteramente subsumido a la sociología. Algunas visiones de «reforma» (un término crucial, ya que la Iglesia es semper reformanda) rechazan de hecho nociones establecidas de la personalidad de la Iglesia al juzgar casi vergonzoso llamarla «Madre» o al considerar un exceso simbólico presentarla como un cuerpo cuya cabeza es Cristo. Sin embargo, esta es una sólida expresión paulina y no un pomposo exceso de sacramentalidad premoderna. Hay católicos impacientes por redefinir institucionalmente a la Iglesia. Abogan por un nuevo modelo parlamentario de gobierno, sin siquiera tomar nota del pasmoso estado de muchos parlamentos civiles hoy día. Así las cosas y frente a tanta perturbación, resulta tentador olvidarnos del cuerpo y volver a presentar al cristianismo como un puro espiritualismo. Pero, esto no es una opción.
El cuerpo es pieza clave del 'kerygma' cristiano. Los cristianos creen en un Dios que asumió la carne humana, no para vivir en ella como un inquilino de forma temporal, sino para renovar nuestra naturaleza física desde el interior. ¿Por qué motivo? Porque nuestro cuerpo es vital para la realización de la potencialidad que Dios nos ha dado. La semejanza de Dios en el hombre, semejanza en vista de la cual fuimos hechos a imagen de Dios, dejó su impronta en nuestras facultades espirituales y corporales. Con frecuencia intuimos que nuestro cuerpo apunta hacia algo que lo trasciende. Toda aparente satisfacción de un deseo es dolorosamente provisional. La visión bíblica del hombre, lejos de ser simplista, da sentido a esta provisionalidad.
Este sentido transluce en el Evangelio. «Dios de Dios, Luz de Luz», que era «en el principio», fue concebido en el cuerpo de una mujer, gestándose de manera maravillosa como cualquier embrión humano. Creció, se hizo hombre y demostró una singular falta de aprensión en relación con los cuerpos. Con reverencia, pero con gran libertad, tocó y curó cuerpos que estaban desfigurados o que eran considerados impuros. Manifestó el sentido de la salud espiritual a través de la sanación de cuerpos enfermos. Para que sus amigos vieran lo que su vida y su muerte habían realizado, les dejó en forma de pan un sacramento –y así una presencia perdurable– de su propio cuerpo. En ese cuerpo, canta la Iglesia el Viernes Santo, Cristo cargó todo lo que, en nuestra naturaleza como la conocemos, está descompuesto. Él reveló la derrota de la muerte en su cuerpo resucitado, glorioso y, sin embargo, herido por las llagas del ultraje, sin disimular el dolor inherente a la existencia en nuestro mundo lleno de encanto, pero también de lágrimas.
Para los cristianos, la fe en la resurrección es concreta. Aún no podemos imaginar cómo serán nuestros cuerpos en la eternidad. Pero sostenemos con la autoridad bíblica, apoyada en la tradición, que la unidad de espíritu, alma y cuerpo perdura para siempre. En la eternidad continuaremos siendo reconocibles como quienes somos hoy día, pero los conflictos que en este momento impiden el libre despliegue de nuestro ser se habrán resuelto. Mientras tanto gemimos de modo inenarrable, como escribe San Pablo, a la espera de la redención, es decir, la hermosa plenitud de nuestros cuerpos.
La buena noticia sobre el significado del cuerpo y su alcance, una plenitud humana que desafía la muerte, fue confiada a doce hombres desaliñados en estado de estrés postraumático colectivo, no muy brillantes humanamente hablando, desprovistos de presunción debido a su propia humillación, y por tanto libres para proclamar un mensaje que los superaba. A través de una insólita mediación, este mensaje renovó una civilización en declive crepuscular y revitalizó el cuerpo político. Restauró la esperanza, habilitó un porvenir. Podría hacerlo de nuevo.
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