Dorada tribu
Cayetana, una punki con pinacoteca
Diría que fue una rebelde en varios idiomas, porque hablaba cinco, o seis, más el idioma insomne de la golfería de los tablaos, y la noche
Hablar con Amón
Piano de escribir
Una década acabamos de cumplir sin la duquesa de Alba. La duquesa conviene a esta tribu dorada, porque ella fue figura de desacatos diversos, una punki que se excedía por bulerías, una aristócrata que se trató con golfemia de monumento. Algo tuvo de personaje ... de Torrente, pero con 'deneí' y títulos nobiliarios para llenar varios almacenes. Yo díría que fue una rebelde en varios idiomas, porque hablaba cinco, o seis, más el idioma insomne de la golfería de los tablaos, y la noche. Siempre le gustó mucho el tuteo con los bailaores y los toreros. Hasta el alba. Siempre fue libre de espíritu, aunque le hizo caso a su primer marido, y no posó desnuda para Picasso, que la quería de modelo para una versión de 'La maja de Goya'.
Viajaba como quien se va al recreo. Usaba bikini de retal, a la edad en que otras piden la jubilación, y tuvo agenda de novia, ya mayorcísima, porque se quería casar con un funcionario. Y se casó, claro que se casó, dando un susto a la familia entera. Luego la cosa resultó como resultó: bien, hasta que el consorte quedó viudo. Hablamos de Alfonso Diez Carabantes, que cogía bastante el tren Madrid/Sevilla, como los amantes antiguos, como el amante antiguo que quizá era, y es aún, quizá. Antes había cumplido Cayetana dos matrimonios. El primero, con el aristócrata Pedro Luis Martínez de Irujo y Artazcoz, con el que casó en el año 1947.
Las hemerotecas avalan que su primera boda resultó la boda más cara del mundo. Veinte millones de pesetas del momento
El segundo con Jesús Aguirre, que sería el duque de la movida, un señor listísimo que cultivaba la ironía de maldad en seis idiomas, paseaba por Liria como si ahí hubiera tenido colgado el albornoz, desde siempre, y editó y tradujo, en Taurus, todo el pensamiento moderno europeo, que aquí era lejanía o nada. Las hemerotecas avalan que la primera boda de Cayetana resultó la boda más cara del mundo. Veinte millones de pesetas del momento es la cifra que se concreta como tesorería de la celebración, en Sevilla, que incluyó banquete en el palacio de Dueñas, para casi tres mil invitados. Luis era ingeniero industrial, abogado de vocación política y mecenas de jaleo diverso. Cayetana se casó con él vestida de blanco, y se adornó de una diadema de brillantes y perlas que perteneció a la emperatriz Eugenia de Montijo. Alfonso Diez y la duquesa se casaron por bulerías, y hubo que arreglar papeles de herencia, porque los hijos ilustres del palacio de Liria como que no se acababan de fiar. Pero enseguida sí se fiaron, y hasta hoy. Diríamos que quedaron muy satisfechos con aquel nuevo pariente, que luego ha vuelto a una silenciosa vida de particular. En medio de esos trajines conyugales, siempre estuvieron los hijos, naturalmente, que componen una tribu aseada y desigual donde en algún momento de virtuosismo biográfico hasta se han llevado bien. La duquesa, si recuerdan, lograba aparejar un cinturón de periodistas, cada vez que salía, y salía mucho.
A la duquesa también le hacían mucha compañía fiel algunas amigas de Sevilla y un perrito que vivía en el palacio de Liria al que le hicieron vistosos reportajes y todo, como si fuera un duque, que a lo mejor hasta lo fue. Cayetana resultó, en fin, una señora que se peinaba muy despeinadamente y que daba alegres cortes de manga a la prensa. Cumplió como el inolvidable Papuchi, sólo que con refajos ibicencos. Animó mucho el patio de vecinos del chisme, no esquivó la portavocía del parte sentimental de su familia, y triunfó de bailaora de palacio, para bien, o para mal, bajo algún pronto de punki con pinacoteca.