esto no es hollywood

El bikini, esa talla de la felicidad

Entre unos y otros está la chavala digital, la poetisa de reguetón o el metrosexual de añoranza, que se apuntan todos a la crema mágica, al gimnasio acelerado y al tanga de confeti para el lucimiento en verano

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El peatonaje, en general, cumple un invierno muy alegre de holganza y mazapanes, y después quiere enmendarse las arrobas a base de mucha coreografía de mancuerna homicida y mucha borrachera de cocacola light, porque el verano es la estación de los cuerpos, naturalmente, y los ... cuerpos llegan a julio o agosto con mucha Navidad encima y un par de zambombas por dentro. Y ahí íbamos a aterrizar. Vivimos la tiranía del bikini, que incluso es trikini, en ellas, para los retratos, y en nosotros un calzoncillo floreado que sólo les queda solvente a los surfistas y a Carlos Alcaraz. El verano dura una brisa, pero a esa brisa hay que llegar hecha una nínfula de casting y un futbolista sin más exceso de peso que el tatuaje tribal, que es el que ahora se lleva en todos los sexos.

Llevamos varios párrafos sin asomar la palabra dieta, y ya va tocando. Dietas yo diría que hay dos: la que hacen los otros y la nuestra, que más bien ni existe. O sea, que tenemos la dieta de tormento y la dieta de víspera. De modo que somos el suplicio que no cesa. Con todo esto nos va saliendo que el personal pudiera dividirse asimismo en dos: los que se miman y los que no nos mimamos. Aunque igual estamos todos hechos una braga. Entre unos y otros está la chavala digital, la poetisa de reguetón o el metrosexual de añoranza, que se apuntan todos al menú de hojarasca, a la crema mágica, al gimnasio acelerado y al tanga de confeti durante las vísperas del verano, porque hay que llegar al veraneo resuelta en sílfide, o resuelto en apolo, cuando Ibiza o Benidorm nunca perdonan. Eso y algún chute de farmacopea adelgazante, que ahora se lleva mucho, como la quinoa. Salvo que la dieta, o el gimnasio, sean prescripción facultativa, no alcanzo yo a ver mayores ventajas en estos empleos que el procurarse una hambruna de laboratorio y un riesgo de infarto dignos de mejores y más nobles causas.

El bikini ya lo exhibe inapelablemente cada lolita de anuncio, desde siempre, y los abdominales de catálogo los inventó Rafa Nadal, que es un gladiador con raqueta jubilada que sólo hizo la dieta de ganar siempre y luego la gimnasia de llevarse bien con la prensa. Ya sé que pudiera hacerse mucha vida interior sólo tomando un yogur desnatado, pero es que uno hace mejor vida interior con un chuletón tamaño Beyoncé y una siesta posterior, para quemar las grasas. Naturalmente, por encima o por debajo de todo esto, no estoy hablando de usos de salud, sino más bien de vicios de escaparate, porque hoy todo es escaparate, empezando o terminando por la felicidad, que ahora sucede si eres maniquí. Y la mides con bikini. La talla de nuestra felicidad la dice el bikini. Somos así de gilipollas. Acabo de leer en un filósofo nada coñazo que la felicidad hoy, en general, es irse de compras, o sea, una felicidad efímera y de rebajas que, en rigor, no es felicidad. Parece que la felicidad también pasa por ir a comprarse un bodi nuevo, un bodi a ser posible como el de Aitana, que es nuestra Taylor Swift, pero con morenía.

Se lleva ahora mucho algún chute de farmacopea adelgazante

La felicidad la venden los de la cirugía plástica y el podio de Instagram, que es un concurso de belleza, una romería de esqueletos con melena desabrochada. La felicidad, pues, depende del espejo. Nos venimos dando a una barbarie de la belleza, que no es cultura ni nada, sino una frenética esclavitud de modernitos que se juegan la salud por sacar buen cromo en medio de la lencería del estío. Igual es bobería decir aquí que lo importante es la belleza interior, pero voy a decirlo. O sea, más chuletón y menos fármaco. Menos cosmética y más siesta. Esto no es Hollywood, aunque tan a menudo lo parezca.

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