La reina del cuplé que enloqueció a toda una generación

Consuelo Vello, la «Fornarina», triunfó de la mano del periodista de ABC José Juan Cadenas

Consuelo Vello, la «Fornarina», en 1902

La Fornarina salió aquel 3 de mayo de 1913 a las puertas del Círculo de Actores y al igual que otras artistas, recorrió la calle del Príncipe hasta la plaza de Canalejas ofreciendo flores a los transeúntes a cambio de una ayuda económica para ... los tuberculosos. Uno de ellos, más avispado que el resto le preguntó: « Y un beso, ¿cuánto vale? ». Consuelo Vello, que así se llamaba en realidad la famosa cantante, vaciló unos instantes, pero enseguida se repuso con viveza: «Un beso no se puede tasar, pero tratándose de socorrer a los desgraciados tasaría mis besos a cien pesetas , ¿es mucho?». La joven sabía bien que lo era, pues apenas unos años atrás ella misma ganaba dos pesetas al día como lavadora.

«El interpelado sacó de la cartera la citada cantidad y respetuosamente rozó con sus labios la mejilla de la hermosa artista», contó por aquel entonces ABC . ¡Y cuántos más no lo hubieran hecho! Gentil, alegre y distinguida, la reina del cuplé enloquecía a multitudes con su belleza y con el acento mimoso de su voz cariñosa y sugestiva, que sabía poner un ingenuo candor en las notas más picarescas.

La célebre cupletista, disponiéndose a salir a escena

Hija de un guardia civil y una lavandera, había nacido Consuelo Vello Cano en Madrid, en la antigua Cuesta de Areneros que posteriormente se llamó calle del Marqués de Urquijo. Había conocido el hambre, el frío y por sus encantos, también el acoso de los hombres. Trabajó de lavandera, posó desnuda para pintores y debutó como corista del género chico en el teatro de la Zarzuela. A los 18 años, la contrataron por su extraordinaria belleza y su escultural figura para actuar en el Salón Japonés. «Pensó adoptar el seudónimo de "Flor de té", pero Javier Betegón, redactor de "la cotorrrona", como era llamado el periódico "La Época", sugirió el de " Fornarina " con el que fue anunciada», explicó el escritor y periodista Álvaro Retana, que firmaba como Carlos Fortuny.

En el Salón Japonés eran muy aplaudidas entonces la bailarina gitana Pastora Monje o Pastora Rojas, a la que después se le conocería como Pastora Imperio , Emilia Santi o Josefina González Rubiales. El papel de la Fornarina allí era tan insignificante que no llamó la atención, pero al presentarse como cupletista en el Salón de Actualidades y en el teatro Romea logró inmediatamente la admiración del público. En Romea «se alternaba». Las artistas salían al vestíbulo en sus descansos y se dejaban cortejar por sus admiradores antes de volver al escenario. Allí conoció a José Juan Cadenas , el empresario teatral, dramaturgo y avispado periodista que se convirtió en su Pigmalión y en el gran amor de su vida.

Vivieron una turbulenta y apasionada relación durante años. José Juan compuso las picantes letrillas de los cuplés de la Fornarina; puso en sus manos obras literarias que la refinaron, la llevó a ver museos, le enseñó a comportarse en sociedad, le infundió elegancia y buen gusto... Fortuny contó en su crónica que la noche del debut de Fornarina en 1904 en el Coliseo dos Recreios de Lisboa obtuvo un éxito tan abrumador que numerosos espectadores desengancharon el caballo del carruaje en el que la artista iba a retirarse y lo arrastraron ellos mismos entre vítores hasta su alojamiento.

La cantante, en una imagen fechada en 1903

Dos años después, gracias a la dirección y los consejos de Cadenas, era ya la primera cupletista española que no sólo fascinaba por su atractivo físico, sino también por su arte en la interpretación de los números más atrevidos. Aquel año de 1906 desfilaron por el Kursaal Central grandes artistas internacionales con motivo de la boda de Alfonso XIII y entre Mata Hari , Liane d'Eve o Carmen de Villers figuró la Fornarina como primerísima estrella nacional.

Después llegaron las giras por Europa, donde continuó cosechando triunfos, aunque volvía a España en primavera, como «su más indicada embajadora». «De todo su ser emanaba un efluvio de belleza y de arte, de gracia y de simpatía. Comparable a esas criaturas que entrevemos en sueños, tan irreal en su encanto de mujer y cantante, que solo quienes la vimos actuar y fuimos sus amigos podemos afirmar que fue única en su tiempo y ninguna cantante del día soportaría una rivalidad con ella», escribió Fortuny en 1969.

Este recordaba que el 4 de mayo de 1910 estrenó en el teatro de la Comedia de Madrid sus célebres creaciones «El polichinela», «Clavelitos», «El ojo de cristal», «El sátiro de ABC»... Alfonso XIII acudió a ver su actuación y cuando finalizó, quiso saludarla personalmente. Fornarina subió al palco del Rey y el monarca la felicitó por su arte.

La Fornarina, en un retrato fechado hacia 1908

Por desgracia, cinco años después se vio obligada a interrumpir su actuación en el teatro Apolo porque cayó gravemente enferma. Fue operada de urgencia de un cáncer en el sanatorio de El Rosario, pero falleció tres días después. Tenía tan solo 30 años . Cuentan que su confesión ante el sacerdote antes de morir no pudo ser más breve y expresiva: «Fui bella... los hombres me juraron amor... yo creí en sus palabras... ¡Ese fue todo mi pecado!».

¿Quién le llevaba flores?

Literatos, políticos, personalidades de la farándula, de la aristocracia y del periodismo acudieron a su entierro en el cementerio de Sn Isidro. «Pero la historia no acaba aquí», añadió José del Corral en su libro sobre «Casas madrileñas desaparecidas». El cronista oficial de la Villa preparaba a principios de los años 50 un estudio sobre los cementerios de las sacramentales y recorrió muchas veces aquellos viejos camposantos. «Fue en estas visitas de localización de sepulturas cuando notamos reiteradamente que sobre la tumba de La Fornarina había siempre flores frescas », aseguró. Cada semana alguien dejaba unas flores sueltas sobre la lápida. Siempre eran seis, habitualmente claveles rojos o rosas . ¿Quién recordaba con tanto cariño a La Fornarina cuarenta años después de su muerte?

Del Corral acabó por descubrir al misterioso admirador, un viejo amigo suyo, «actor bien conocido de cine y de teatro, lleno de triunfos, que solía reverdecer aun en sus años bien maduros. Con más de ochenta, continuaba asomándose al escenario o pisando el plató de cine, con entera comodidad. Por su edad y por su forma de ser pudiera ser..». El escritor le preguntó bruscamente: «Y tú, ¿por qué pones flores en la tumba de La Fornarina? ». Su cara se contrajo. «¿Y tú cómo lo sabes?», le respondió. « Se llamaba Jesús Tordesillas ».

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