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conservación

El miedo a los grandes carnívoros se vincula a la percepción social más que a su abundancia real

Una investigación liderada por el CREAF estudia la relación entre el puma y la ganadería en la Patagonia chilena durante 10 años

La percepción de conflicto contra el puma no depende del tamaño de sus poblaciones o si estas aumentan, sino que se trata de un rechazo basado en el ideario colectivo

En Chile, como en otros países, se ha tenido una percepción negativa de los carnívoros por tratarse de una amenaza para la ganadería omar ohrens

NATURAL

Madrid

La mayoría de las personas consideran que los pumas son animales majestuosos, pero en la Patagonia chilena también se ven como una amenaza para el ganado.

Como los lobos en Europa, los pumas son grandes depredadores que atacan al rebaño y afectan a poblaciones con una economía muy basada en la cría ganadera, pero... ¿Qué parte de este rechazo atiende a una amenaza real y qué parte es una percepción que tienen los ganaderos? Un estudio liderado por la investigadora del CREAF Esperanza Iranzo y localizado en la Reserva de la Biosfera Torres del Paine (Chile) apunta que, pese a que las poblaciones de puma fluctúan, la percepción de los ganaderos sobre el conflicto siempre es la misma. De hecho, en este caso concreto, los resultados indican que la población de pumas ha aumentado en la última década y, en cambio, los ganaderos encuestados no piensan que sea un problema mayor. Así pues, el rechazo y malestar hacia este animal se debe más a una percepción social y cultural hacia los grandes depredadores, que a su abundancia real. Por otra parte, la investigación también apunta a un malestar con la gestión que hace la administración del conflicto y una diferencia social entre las fincas de mayor poder adquisitivo y las de menor, pues las primeras empiezan a vivir del turismo de observación de pumas.

«Tradicionalmente, en Chile, como en otros países, se ha tenido una percepción negativa de los carnívoros por tratarse de una amenaza para la ganadería. Este rechazo se transmite entre generaciones y vecindarios, aunque a nivel personal no se tengan experiencias negativas», explica la autora. Y añade, que en el estudio «algunos ganaderos que vivían del turismo del puma eran igualmente recelosos».

Esta investigación se ha publicado en un especial de la revista inglesa People and Nature que explica cómo nos relacionamos las personas con los carnívoros y sus resultados podrían ser extrapolables al contexto europeo. Además del CREAF, han participado un equipo de investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad de Chile y la organización conservacionista Panthera.

Desigualdades sociales

La investigación ha combinado técnicas sociológicas -como las encuestas y entrevistas a los ganaderos- y ecológicas -como es el estudio de la distribución del puma, a través de huellas, fototrampeo y la elaboración con estos datos de mapas de distribución.

En la vertiente sociológica, el punto de interés es que a partir del año 2014 se empezaron a desarrollar 'experiencias turísticas de avistamiento del puma' en el Parque Nacional de Torres del Paine y sus alrededores, lo que supone una fuente de ingresos para algunas fincas ganaderas de la zona, que ofrecen tours y alojamiento para los interesados en ver y fotografiar este animal. A pesar de este cambio, en que el puma pasa de ser «enemigo» a recurso económico, «se sigue considerando una amenaza para la ganadería

y no ha cambiado la percepción de problema», explica la ecóloga del CREAF.

Además, «este turismo del puma genera una desigualdad social, pues las fincas más grandes son las que más fácilmente pueden aprovechar económicamente el puma, pero las estancias pequeñas no siempre pueden ofrecer servicios turísticos y dependen igualmente de la ganadería, lo que puede desencadenar un nuevo conflicto socio-ecológico».

Malestar administrativo

Otro de los resultados del estudio es que el malestar del sector ganadero se vehicula a través del puma, «pero en realidad podría reflejar muchas veces el desacuerdo con las soluciones que les ofrece la administración ante el conflicto», apunta Iranzo. Y es que, a menudo, los conflictos entre humanos y fauna silvestre derivan en conflictos entre grupos de personas con diferentes intereses. A diferencia de lo que sucede en muchos países europeos, en Chile no existen medidas compensatorias por ataques al ganado. A esto se le suma que la región de la Patagonia es de difícil acceso y que los ganaderos deben tomar sus propias medidas de protección frente a ataques. Por poner un ejemplo, han empezado a incorporar perros de guarda en sus rebaños. Se trata de perros mastines que se crían con las ovejas, siendo uno más del rebaño y las defienden frente a los depredadores.

Piezas de un puzle

La historia de Torres del Paine es un caso bien curioso y «ejemplar de cómo funcionan las cadenas alimentarias en la naturaleza», nos explica Esperanza Iranzo. Históricamente, en la Patagonia había numerosas manadas de guanacos, un animal de la familia de los camélidos y cuya domesticación ha dado lugar a las llamas. El depredador de estos guanacos era el puma y ambas especies estaban en equilibrio en el ecosistema.

La rotura de este equilibro llegó a finales del siglo XIX con la colonización europea, pues se introdujo otra presa nueva, la oveja.

A partir de este momento, las ovejas iban in crescendo en población para el provecho humano y los habitantes del lugar cazaban fuertemente a las especies nativas -a los pumas, para evitar el riesgo de ataques, y a los guanacos, para que no se comiera el pasto que estaba destinado a las ovejas. Así que se desencajaron las relaciones tróficas. Por este motivo, las instituciones chilenas denominaron Parque Nacional a Torres del Paine en 1959 y se prohibió la caza de puma y guanaco, lo que permitió la recuperación de sus poblaciones y su expansión fuera del área protegida. Y aquí empezó el conflicto social.

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