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Diana Cabrera: «Nada me gusta más que cocinar al aire libre»

Desde pequeña ha participado en campamentos de verano, donde aprendió a apreciar la naturaleza

Recorriendo Picos de Europa se inició como cocinera

Diana, en la Dehesa Boyal de Villanueva del Pardillo, donde campea el cerdo ibérico Jaime García

Pilar Quijada

Para Diana Cabrera estar en contacto con la naturaleza, más que un hobby, es una necesidad . Una costumbre heredada de sus padres, que pasa de generación en generación y que ahora ella comparte con sus hijos. «Éramos siete hermanos y mis padres se las tenían que ingeniar para que lo pasáramos bien. La mejor forma era ir al campo. De mi padre aprendí a identificar y recoger plantas con valor culinario : cardillos, espárragos, romero, tomillo, salvia, ajos puerros... Él vivió la posguerra y entonces utilizaban lo que encontraban en el campo. Recoger esos productos, cocinarlos y comprobar que saben tan bien me llevó a ser cocinera». Lo cuenta mientras paseamos por la Dehesa Boyal de Villanueva del Pardillo. Y explica que tener la naturaleza a la puerta de casa fue decisivo para elegir esta localidad como lugar de residencia, en especial pensando en sus hijos.

Mientras hablamos, una piara de cerdos ibéricos campea en la dehesa . Sin estrés, al aire libre, van buscando bellotas. No es de extrañar que estén considerados como «olivos con patas», ya que, por su forma de vida, comparten con el aceite de oliva algunos de sus ácidos grasos cardiosaludables... Reflexiones en una mañana soleada de invierno, antes de que «febrerillo loco», como le llama el refranero, decida acordarse de que es un mes invernal. Ya se sabe: «En febrero, un día sol y al otro brasero».

El paraje que ha elegido Diana está poco concurrido un lunes. Solo

«Desde los siete años pasábamos una o dos semanas en campamentos de verano»

el pastor que cuida los cerdos, «que tiene unos 70 años y no veas con qué agilidad corre tras ellos», resalta. Sin embargo, los fines de semana se llena de paseantes de todas las edades. «Nosotros venimos con frecuencia. Nos gusta celebrar aquí los cumpleaños familiares. Tengo 20 sobrinos y tres hijos y es el lugar ideal...». Dice que le encanta cocinar en el campo, en zonas donde esté permitido, obviamente. De hecho, se inició como cocinera en plena naturaleza. «Desde los siete años pasábamos una o dos semanas en campamentos de verano. Como mis hermanas, en cuanto tuve edad me hice ayudante en los campamentos. Y después monitora».

De aquellos días guarda muy buen recuerdo . «Levantarte por la mañana y abrir la tienda de campaña, en plena naturaleza, respirando aire puro, cargado de olores diferentes de los habituales. Y cuando vivaqueábamos, dormir al raso en verano, con un cielo tan oscuro, viendo las estrellas, me encantaba». Aún las sigue utilizando como guía, asegura.

El tiempo corría y llegó el momento de escoger estudios. Se decidió por la cocina. «La formación profesional está peor vista y cuando lo dije en casa no les hizo mucha ilusión. Todos mis hermanos han hecho una carrera. Me decían que para cocinar no hacía falta estudiar, que me matriculase en la Universidad y después podría dedicarme a la cocina si quería», explica.

Los inicios

Finalmente venció su idea y estudió en la Escuela de Hostelería de Fuenllana, porque para dedicarse de forma profesional a la cocina, hay que estudiar. Y mucho. Primero se formó como sumiller -«me atraía el mundo del vino»- y luego se fue adentrando en el arte de los fogones: «Había que maridar vino y menú y empezó a interesarme también».

«Al terminar hostelería, propusimos al jefe del campamento ser cocineras para los 200 niños»

Su futura profesión la compaginaba con los veranos en el campamento. «Al terminar hostelería, junto con una amiga, Aurora, propusimos al jefe del campamento probar como cocineras para los 200 niños. Y aceptó. Recorríamos Picos de Europa, hace más de veinte años, con un camión, que llevaba mochilas y provisiones. Los niños iban caminando hasta el lugar de acampada. Era un campamento volante. Tengo muy buen recuerdo de esa época. No hay cosa que me guste más que cocinar en el campo o en la playa».

Recuerda especialmente el inicio de aquella primera aventura con los fogones, que tuvo lugar en Caín , un pequeño pueblo de la provincia de León situado en los Picos de Europa , por el que pasa el famoso río Cares. « La carretera de acceso era tan estrecha que apenas cabía el camión . Fue complicado aquel traslado. Recuerdo en especial esa ruta».

Lo primero que cocinaron fue algo fácil: hamburguesas y ensaladas. «Después de una dura ruta andando, llegaron a las 9 de la noche. Y acabaron cenando pasadas las 12». Después pasaron a comidas más elaboradas y con condiciones climáticas más adversas: «Un día, en los lagos de Covadonga, se les ocurrió que teníamos que hacerles paella, aunque estaba diluviand o . Los monitores improvisaron un techo con cartones para poder cocinar. La paella salió bien aunque ellos acabaron empapados», comenta riendo. Buscar provisiones para doscientos tenía su complicación. Pero lo que queda en el recuerdo son las anécdotas, que ahora le provocan una carcajada: «En los pueblos pequeños dejábamos vacías las tiendas, ante la protesta de sus habitantes. No era fácil encontrar carne, pescado o fruta para tantos».

De aquellas primeras experiencias culinarias hace ya mucho tiempo. Ahora, después de 25 años en la cocina, su rostro es familiar a los asiduos de Canal Cocina , donde llegó por casualidad: «Llamaron a la escuela donde trabajo, Fuenllana , para hacer un casting. Lo que pedían no se adaptaba a mi perfil, pero mi marido me animó a presentarme de todas formas. Y al final me cogieron». En «Cuatro por veinte», «Cocina low cost» o «menú de fiesta» enseñaba a hacer platos ricos y asequibles, en estos tiempos de crisis. Quizá por su experiencia como la menor de siete hermanos: «En las familias numerosas el mejor espejo son las madres y la forma en que sacaban adelante el menú todos los días con un presupuesto tan reducido. En casa siempre estábamos cocinando».

«el mejor lugar para educar a nuestros hijos es La naturaleza»

Su trabajo en Fuenllana, «es una labor de mucha responsabilidad y muchas satisfacciones. Mis alumnas son lo mejor», asegura. Y, como en sus inicios, una aventura constante. «Lo que cocinamos va al restaurante de la Escuela». No faltan los sobresaltos, confiesa, pero al final siempre salen adelante con éxito. Hace dos años decidió reducir jornada para tener al menos un día para ella, para escribir el libro que tiene en proyecto y trabajar en su página de Facebook de recetas. Pero sobre todo para poder pasear por las muchas rutas de Villanueva del Pardillo. «Sería feliz viviendo en una casa perdida en medio del campo. La naturaleza es una parte muy importante de nosotros y el mejor lugar para educar a nuestros hijos».

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