BARCELONA
Jordi Sierra, escritor, elige Vallirana: «Mi sueño era tener una casa en la montaña»
Cuando no viaja escribe sin parar en esta casa situada en plena naturaleza, que ha logrado construir gracias a sus libros, que ahora le permiten financiar su Fundación
PILAR QUIJADA
El sueño de Jordi Fabra i Sierra (Barcelona, 1947) era tener una casa, «con piscina», en pleno monte. Lo de la piscina era imprescindible, matiza. Y lo ha conseguido gracias a sus libros. Ahora está instalado a tiempo parcial en Vallirana, cerca de Barcelona, aunque ... suficientemente lejos para aislarse del ruido y centrarse en escribir. Su casa hace frontera con el bosque, «y desde la planta de arriba se ve Barcelona y el mar. De junio a septiembre, cuatro meses en los que no viajo, me encierro aquí y escribo un libro tras otro».
Cuando se tira del hilo de la memoria, los recuerdos salen uno tras otro. Y Jordi se detiene especialmente en el que guarda la clave de su «capricho»: «Cuando era joven iba a El Figaró, y una de mis amigas tenía casa en la montaña, con una piscina. Y ahí surgió el deseo por tenerla yo. En cuanto gané dinero me compré el terreno con lo que obtuve por un libro. Luego, me hice la casa con otro. Cada pared y cada rincón llevan el nombre del libro que los hizo posible». Situándolo en el tiempo, recuerda que en 1974, cuando tenía 27 años, casado y con dos hijos, adquirió el terreno y en el 77 la construyó: «Me cayó dinero de un libro que no esperaba y como está a media hora de Barcelona y todo son bosques y montañas, es como un pulmón, quise buscar aquí mi sueño».
Eligió el sitio por casualidad. Cuando iba conduciendo, llegó a una urbanización. Junto a un puente había un vendedor. «Yo iba con look de rockero, en un mini y tenía pinta de todo menos de tener dinero», recuerda. La primera opción que le ofrecieron no le gustó. Cuando se presentó como escritor, el vendedor le llevó a lo más alto de la urbanización. «Le pedí que me dejara solo media hora. Y estuve sentado en medio del bosque, en lo que hoy es mi casa. Cuando volvió le dije ¿dónde hay que firmar? He sentido que es lo que quiero. Y compré el terreno solo por el paisaje. Siempre he sido muy primario. Conocí a mi mujer hace 44 años en Madrid, me declaré en una semana y me casé. Cuando algo me interesa sé reconocerlo».
Urbanita declarado
Aunque se declara urbanita, «necesito salir de casa para ir al cine cada tarde y pisar el asfalto», también necesita «islas de paz», medio desiertas como las que visita en sus viajes. Una sensación que también encuentra en su casa de Vallirana. Y es que, asegura, la naturaleza le sirve para relajarse gracias a los largos paseos que da a diario. Y en la piscina logra improvisar una pequeña isla sobre una colchoneta: «Dos horas flotando y mi mente se dispara.
Sin duda tiene gran facilidad para escribir, adquirida tras 40 años de ejercicio. «El truco está en hacer un guión muy exhaustivo, generalmente mientras viajo en avión. Ahora me voy a Colombia y tantas horas de vuelo dan para mucho. Me pongo música en los cascos y me aíslo. Puedo pensar en medio de un caos de gente, pero me va mejor la soledad y el silencio», explica. Uno de sus últimos libros lo pergeñó en una servilleta, mientras cenaba en un restaurante de Palermo. Fue el 15 de abril de 2012, le llevó media hora y el resultado no ha podido ser mejor. Ha ganado el «V Premio La Galera Jóvenes Lectores» con la novela basada en aquellas líneas: «El extraordinario ingenio parlante del Profesor Palermo». Este premio es el único que tiene un jurado formado por jóvenes de 12 a 15 años.
Como contrapunto a la sedentaria tarea de escribir, Jordi tiene la sana costumbre de acercarse al valle del Eco, que le queda a solo diez minutos de su casa, donde le gusta sentarse a contemplar el paisaje. Antes de llegar se encuentra con una encrucijada de caminos, como tantas en la vida, aunque en este caso bien señalizada por un poste: «Si quiero subir cuesta, voy hacia el Puig de San Vicenç». El esfuerzo está recompensado, como ocurre también con frecuencia en la vida: desde la cima hay una vista del Tibidabo, Barcelona y el mar, mejor aún que la que contempla desde su ventana.
Afición temprana
De esfuerzos sabe lo suyo este escritor catalán. Su afición le viene desde la infancia. «Cuando era niño no podía hablar con nadie. Empecé a escribir como defensa, para comunicarme». Quién lo diría al oír su fluida y amena charla, pero asegura que entonces se atascaba al hablar y tartamudeaba. Quizá ahí empezó a ir a contracorriente. «Cuando tenía 15 años nadie creía en mí. Me ponían ceros en el colegio y mi padre no me dejaba escribir». Contratiempos «sin importancia» para un hombre que cree que lo importante no es ver la botella medio llena o medio vacía, «sino tener una para llenarla».
Ahora está empeñado en dar a los más jóvenes el apoyo que él no tuvo. Por eso ha creado una fundación que lleva su nombre con sede en Barcelona, que concede un premio a escritores menores de 18 años, y una filial en Colombia, donde lleva la lectura a chavales que carecen de casi todo. De nuevo sus libros le han servido para poner en marcha este proyecto. «Mantenerla es caro» y por eso este año se ha presentado a todos los premios posibles. El resultado no ha posido ser mejor. Ha logrado también el Anaya de Literatura Juvenil.
«Yo creía que lo que más feliz me hacía era ser escritor. He descubierto que hay algo más. Fue en Medellín, en un pueblo situado a 2.500 metros de altura. En dos barracones de metal había 50 niños casi descalzos y les llevamos 300 libros. Algunos nunca habían visto uno. Un chaval de 7 años me dio las gracias, porque le gustaba mucho leer. Se me escaparon las lágrimas». Ya son 109.000 los niños que han recibido asistencia de este proyecto, que surge del esfuerzo de Jordi en su isla verde de Vallirana.
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