Ubicada a casi mil metros de altitud y distante unos 110 kilómetros del Atlántico, Curitiba, la ciudad en la que llueve al menos unos minutos cada día, debe su belleza mucho menos a la naturaleza que al esmerado trabajo de los miles de alemanes, polacos, ucranianos e italianos que reforzaron su población durante el siglo XIX.
La capital del estado de Paraná es la metrópolis más «primermundista» de Brasil. Su urbanismo ha sido optimizado en las últimas décadas a partir de un Plan Director que la convirtió en una de las ciudades con mejor calidad de vida del país, la que posee mayor cantidad de área verde por habitante -unos 50 metros cuadrados- y una de las más limpias del continente.
La «estrella» de la urbanización «curitibana» es el transporte público, el cual fue cuidadosamente planificado y eficazmente ejecutado, lo que lo hizo sencillamente ejemplar. El perfil modernista y emprendedor de la capital provincial más rica del sur de Brasil parece contrastar con los atrasos que sufrieron las obras de la Arena da Baixada, que llevaron a la FIFA a amenazar con retirar a la ciudad de la nómina de ciudades sede.
Crudo invierno
Pero a fuerza de la intensificación del trabajo, el reformado estadio del Curitiba, con sus 41.456 asientos, será escenario de cuatro choques durante el evento deportivo, que coincidirá con el crudo invierno curitibano, cuando la temperatura puede llegar a caer a los seis grados. Como contrapartida, el turista podrá olvidar el frío apreciando la belleza arquitectónica y la riqueza cultural de una ciudad que ha ensamblado el pasado y el presente a través de la restauración de edificios históricos, en los que, como en el caso del corazón de la metrópolis, el «Largo de la Orden», los antiguos caserones albergan modernas y sofisticadas manifestaciones culturales y expresiones artísticas de Brasil y del mundo.