Eran las cinco de la madrugada del viernes cuando Luis Suárez aterrizó en Montevideo procedente de Brasil. Atrás quedaba una auténtica pesadilla de la que la estrella uruguaya aún tiene que despertar. El mordisco que le dio a Chiellini en el último partido de la fase de grupos ante Italia le va a costar muy caro, no solo porque estará cuatro meses alejado del fútbol, sino porque su imagen ha quedado gravemente dañada.
Algunos de sus patrocinadores ya le han dado la espalda y han anunciado que romperán los contratos que tienen con el jugador. La actitud de otros ha sido completamente diferente, apoyándolo, mostrándole su confianza en uno de los peores momentos de su carrera.
Luis Suárez tiene el respaldo de todo un país detrás. Fue recibido en Uruguay como un auténtico ídolo y hasta el presidente de la república acudió a su domicilio para darle un abrazo. Calificó la sanción como una «monstruosa agresión», no solo al jugador sino «a un país». Se ha tomado la decisión de la FIFA como una caza de brujas y la afición camina con los ojos cerrados por la vía que marca su estrella.
La imagen del jugador del Liverpool asomado al balón de su casa, saludando a los aficionados que habían acudido a vitorearle, es completamente diferente a la que se ve en el campo en cada partido. Sus hijos, Delfina y Benjamín, no entendían muy bien qué ocurría. La mayor tiene cuatro años y se limitaba a saludar a la gente, dándole algún beso a su padre, como tantas veces ha enseñado el uruguayo a través de las redes sociales. Su mujer, su gran apoyo en los peores momentos, no apareció.
El amor, clave en su vida
Ella es la razón por la que Luis Suárez ha llegado a ser quien es. El delantero del Liverpool conoció a Sofía Balbi cuando vivía en Montevideo. Por aquel entonces tenía 15 años —tres más que ella— y limpiaba las calles de la capital para ayudar a la maltrecha economía familiar. Su padre había abandonado a su madre y él tenía que echar una mano para sacar adelante a sus seis hermanos. Sofía fue un gran apoyo en aquellos momentos y Suárez sufrió cuando ella regresó a España.
Entonces se tomó en serio su carrera de futbolista. Hasta ese momento militaba en las filas del Nacional de Montevideo, más por olvidarse de sus problemas que por vocación. La marcha de Sofía cambió su concepción del deporte y se lo tomó como un reto. Quería jugar en Europa para poder estar cerca de ella.
Un «killer» del área
Puede que sin su ayuda nunca se hubiera convertido en un futbolista de élite. Tenía garra, peleaba, pero le faltaba una motivicación para convertirse en uno de los mejores futbolistas del momento. Recordará esta temporada por lo bueno y por lo malo. Llegó a Brasil en la mejor forma posible, después de haber conquistado la Bota de Oro y olvidando la lesión de rodilla por la que tuvo que pasar por el quirófano.
Su primera aparición en el Mundial, ante Inglaterra, fue providencial: marcó los dos goles del triunfo. Mostró su mejor cara, siendo la pesadilla de la zaga inglesa. Pero ante Italia la imagen fue muy diferente. Ofreció su otra cara, la mala. Mordió a Chiellini y su agresión dio la vuelta al mundo. Nueve partidos de sanción, que le expulsan del campeonato y, además, complican un millonario traspaso. Su carácter es su peor enemigo.
