Vive en el centro del lío. Sufre los empujones, los codazos en las costillas, los balonazos de los lanzadores, los puñetazos que rompen cejas. «Pero estoy muy orgulloso de mi trabajo», ataja Viran Morros (Barcelona, 1983). Su nombre, mezcla del de su madre (Victoria) y el de su padre (Ramón) suena a exótico, pero nada más lejos. Mientras la mayoría de los jugadores de la selección se profesionalizan en el extranjero, la carrera de Morros nació, creció y se desarrolla en España. De Barcelona a Pontevedra, León, Ciudad Real y vuelta a los orígenes. «Si me dicen que termino mi carrera en el Barcelona firmo ahora mismo. Estoy en casa y soy culé», explica el nieto de Fernando Argila, exfutbolista internacional.
Fue en Pontevedra, en el Teucro, donde encontró su sitio en mitad de la defensa. No esconde que, como a todos, le gustaría marcar goles y ser la estrella, pero defiende su puesto, eje central de una victoria:_«Una buena defensa da seguridad y calma. Y favorece los contragolpes. Trabajamos para quitar la presión a los de delante cuando los lanzamientos no entran». Es lo que está cumpliendo en este Mundial de Qatar. Lidera la clasificación de blocajes junto a su compañero de fatigas Gedeón Guardiola. «Sé dónde están mis limitaciones, sé hasta dónde puedo llegar. Sé lo que el entrenador me pide, por lo que se me valora. No me importa meter uno o seis goles. Si llevo 146 partidos como internacional es que lo estoy haciendo bien. Estoy contentísimo con la carrera que llevo y espero que dure varios años más», sonríe.
No siente miedo de los golpes que recibe su cuerpo en cada partido, estirado hasta unos espigados 199 centímetros, al menos durante los sesenta minutos. «Es una lucha constante, es nuestra función, hace años que me dedico a eso. Hay días que tenemos un pivote más duro, como el de Túnez, y otros como el de Eslovenia, que es menos peleón. Estudio cada partido para ver cómo reacciona cada uno, por qué lado le gusta coger el balón, el estilo de juego de su ataque... Hay que medirlo todo».
Es la penúltima frontera antes del gol: los porteros confían en él para tener alguna opción de parar el lanzamiento rival, los árbitros los estudian con lupa. «El problema de las faltas es que hay mucha subjetividad. Lo que intentas es que no te pase a ti, realizar los contactos lo más limpios que podamos. En España podemos ser duros, agresivos, pero no tenemos gente violenta, que vaya a hacer daño». Él solo se da cuenta de los moratones cuando relaja la mente, o cuando pierde las lentillas. «El rival me metió el dedo en el ojo y estuve perdido un rato». Por poco tiempo, porque tiene que estar ya ahí, en mitad del lío, bombeando en la defensa para dar vida al equipo.




