En la zona mixta, los medios internacionales abordan a los jugadores españoles sin importarles ya el idioma que hablen. Saben que les podrán responder en italiano, en francés, en inglés, en alemán, puede que en polaco. Es el resultado de un éxodo masivo provocado por la crisis. La cara amable de una situación angustiosa que asoló el panorama del balonmano en España. “Nos hemos internacionalizado”, cuenta Albert Rocas, con un año en Dinamarca en el bolsillo. “En el club estaba muy a gusto, pero la familia no se acostumbró bien y decidimos volver. Ir al extranjero es necesario y ahora, tal y como están las cosas en España, obligatorio”, relata con un deje de pesar. Cuando empezó a despuntar en Palafrugell o durante su crecimiento en el Granollers nunca pensó que debería marcharse de casa para seguir viviendo del balonmano. “No había nadie jugando fuera, ni nadie se lo planteaba porque los contratos eran buenos y si había alguno mejor en el extranjero tampoco te compensaba cambiar de país. En aquellos años, no éramos tan abiertos y la repercusión internacional no era la misma”.
Casi de la noche a la mañana, el panorama se oscureció. “En cuanto un patrocinador se fue y las instituciones que debían costearlo cortaron el grifo no hubo otros recursos donde buscar. Ahí empezaron las deudas, el declive”, comenta Joan Cañellas, dos años en Alemania (Hamburgo y Kiel). También comenzó el éxodo y la selección que compite en este Mundial de Qatar defiende durante el año hasta ocho camisetas extranjeras diferentes: Jorge Maqueda y Valero Rivera la del Nantes francés; Julen Aginagalde la del Kielce polaco; José Manuel Sierra y Antonio García la del Pick Szeged húngaro; Cristian Ugalde la del Veszprem también húngaro; Juan Andreu la del Hannover alemán; Joan Cañellas la del Kiel, Alex Dujshebaev la del Vardar macedonio; Gedeón Guardiola la del Rhein Neckar Lowen. Una mezcla cosmopolita de la que aprenden y en la que dejan lecciones.
“Nuestro balonmano se ha internacionalizado y tiene más respeto internacional gracias a que se ha exportado calidad, la de los jugadores y también entrenadores. Salvo los eslavos, no hay otra nacionalidad que haya dado tanto al resto de ligas como la española”, se enorgullece con un deje de lástima Rocas. Ellos han podido crecer, pero no así las bases del balonmano español que tardará mucho en volver a su antiguo esplendor. “No creo que lo consigamos nunca”, se resigna Cañellas, quien acepta que a corto plazo, la liga nacional seguirá siendo más amateur que profesional.
Aunque hay una isla perdida en el océano llamada Barcelona que sobrevive con categoría de líder. “Es el buque insignia, el que mantiene un poco a flote el balonmano español. Naturhouse está haciendo las cosas bien y hay que seguir sus pasos fijándonos en las ligas alemanas, francesa o danesa para volver a tener una liga competitiva”, reflexiona Viran Morros a quien le encantaría volver a jugarse la liga y sufrir en pistas como la del Zaragoza o el Arrasate. Él, como Víctor Tomás, son los supervivientes de una liga a la deriva que nunca ha tenido que salir de la isla. “Aunque siempre me llamó la atención. Hubiera sido muy bonito vivir la experiencia del balonmano en Alemania, aunque cada vez lo veo más difícil. Juego en casa, soy del Barcelona y si me dicen que termino aquí mi carrera firmo ahora mismo. Quizá antes... pero ahora estoy donde quiero estar”.
Y lanza una esperanza hacia el futuro: "Irán volviendo todos. Será lento, pero a lo mejor podemos recueprar a jóvenes como Alex Dujshebaev o Maqueda". "Ahora mismo es imposible, pero si vuelve a tener nivel, a todos nos encantaría regresar", confirma Cañellas. "Si la selección ya es una fiesta, imagina si nos reunimos todos de nuevo en España. Hay que trabajar para mejora rla liga, pero regresarán", concluye Rocas.




