En el recreo pocos eligen quedarse en la portería y renunciar a marcar los goles de la victoria. Pocos son los que aceptan recibir los balonazos. Pocos, los que se atreven a ser el último escudo antes del gol, los que vigilan la retaguardia, los que impulsan a los atacantes, los señalados en la derrota, los olvidados en la victoria. Entre estos pocos, Gonzalo Pérez de Vargas (Toledo, 1991) y José Manuel Sierra (Huelva, 1978). Cuando nadie quería, ellos levantaron la mano con orgullo para defender la última puerta. La de la selección española de balonmano está a buen recaudo con ellos en el Mundial de Qatar.
Los dos decidieron ser porteros en el mismo instante en el que comenzaron a practicar este deporte, y con el tiempo les ha ido gustando más y más. “No son necesarias cualidades específicas, pero te tiene que gustar y mantener una disciplina de estar siempre en forma, flexible, ágil”, explica Sierra para ABC en uno de los lujosos salones del hotel donde se alojan en Doha. “Hay que trabajarlo mucho y ser muy constante, porque es algo que se pierde en cuanto dejas de hacerlo”, confirma Pérez de Vargas para ABC. “Se nota mucho cuando te relajas las semanas de verano y vuelves a empezar. Toda la flexibilidad que tenías ha desaparecido”, reitera Sierra, autor de 19 paradas ante Brasil, en el segundo partido del Mundial. No es fácil medir casi dos metros de altura y moverse como un gato, ellos lo hacen. “Sierra tiene más envergadura que Gonzalo, pero este es más explosivo. Son muy completos”, indica Chechu Villaldea, entrenador de la selección y segundo de Manolo Cadenas.
¿Intuición o práctica?
Completos porque, además de los ejercicios habituales, los dos porteros realizan un trabajo intenso de estudiar al rival, de vigilar sus movimientos, de leer sus miradas, de responder a sus ataques antes de que salgan del brazo. “El vídeo es fundamental porque te enseña a que muchos jugadores tienen determinadas manías, se sienten más seguros con unos lanzamientos que con otros. Aunque tampoco te puedes volver loco y hacer solo lo que has visto”, señala Pérez de Vargas. Y completa Sierra: “Es que puedes inclinarte siempre a hacer lo del vídeo y el jugador tampoco es tonto, puede cambiar, igual que tú lo haces”. “Antes de los partidos les ponemos todos los lanzamientos de todos los jugadores rivales. Todo lo que puedan estudiar les servirá”, apunta Villaldea.
“Es muy bueno tener mucha información para ser capaz de reaccionar, pero también te tienes que fiar de la intuición”, continúa el onubense. “Y también depende del estado de ánimo. Hay días en los que parece que ves siempre dónde va a ir el balón. Y otros que parece que estás ciego”, corrobora el toledano. En esos momentos de incertidumbre la figura del compañero es imprescindible. Los diálogos en la banda cuando el equipo ataca sirven para trazar estrategias para charlar de la jugada anterior, de anticipar lo que puede venir y para dar confianza cuando se va perdiendo. “Es un deporte colectivo, pero los porteros nos comportamos como una pareja un poco más apartada. Con una labor, la de defender la portería, que se sale un poco de lo que hacen los demás”, indica Pérez de Vargas.
La soledad del portero
Es la figura más señalada, la más olvidada si hay victoria, la más perjudicada si hay derrota. Para ser completos en su función no pueden olvidar el apartado psicológico, manejar la presión, la soledad del portero de balonmano. “Son los jugadores más fuertes mentalmente, y se apoyan el uno al otro porque conocen las debilidades y los bajones que pueden estar sufriendo. Están solos ante el peligro”, confirma Villaldea. La falta de acierto en el ataque y las dudas en la defensa se contagian al portero, que pierde la confianza cuando ve que no puede detener balones. “Es inevitable, me han metido un gol, podía haber hecho esto... pero tratamos de no pensar en la jugada anterior, sino concentrarnos en la siguiente”, analiza Sierra. ¿Y cuando es la defensa la que falla? “Sabes que tus compañeros están intentando hacerlo lo mejor posible, solo valen los ánimos”, sigue Sierra. “Bueno, yo creo que cuando permiten muchos lanzamientos fáciles los matarían. Pero para eso están ellos, para tratar de enmendar el error. Es su labor”, bromea Villaldea. “La labor más expuesta. Si tenemos un buen partido, se nota, y si lo tenemos malo, todavía más”, se resigna Vargas.
Además de la presión interna, también trabajan la que surge ante el rival que va al ataque en un contragolpe o se dispone a lanzar un penalti. “Intentas ocupar todo el hueco que puedas, le dejas un lado libre, le intentas despistar... y rezas”, ríe Sierra. “Su capacidad mental influye mucho en los penaltis, es un duelo psicológico. Tratan de ganar la batalla con los ojos, los movimientos, la mentalidad”, reflexiona Villaldea. Y de evitar el instinto natural de apartarse cuando llega un peligro a más de cien kilómetros por hora. “¿Miedo? No, si tuvieran no estarían allí”, afirma el ayudante del seleccionador. “Si sales del partido con moratones es que la cosa ha ido bien. Bienvenidos sean”, apunta Sierra.
¿Y cambiar de puesto? “La figura del portero-jugador la entrenamos en mi club -Pick Szeged húngaro- para estar de igual a igual cuando nos han excluido a alguien, pero es una situación de riesgo y hay que entrenarla mucho. Aquí, en la selección no da tiempo y estamos bien así”. “No, aparte de que sería muy complicado a estas alturas, me gusta donde estoy. Cuando a veces hago de jugador, al estar acostumbrado a mi burbuja en la que nadie me puede tocar, me parece que todo es falta, que todos van a por mí. No, me quedo en la portería”, asegura Pérez de Vargas. “Sierra y Gonzalo están rindiendo a la perfección. Terminan los partidos con un porcentaje altísimo de paradas. Y sé que van a seguir en esta línea en el Mundial”, concluye Villaldea. Y la selección respira aliviada, dos ángeles de la guarda la protegen.




