madrileños con historia
«Crié y cuidé de Chu Lin más que a mi propio hijo»
Mario Robledillo es el cuidador más veterano del Zoo. No hay animal que se le resista, por salvaje que sea. Lleva 37 años en el recinto
tatiana g. rivas
Cuando pisó por primera vez el Zoo de Madrid en el año 1977 para pedir trabajo –el recinto se inauguró en 1972– no tenía ni idea de cómo se trataba a los animales salvajes. «Yo había criado en el campo a los míos. De eso ... sí que sabía mucho. Pero le dije al que me hizo la entrevista que aprendería en tres días», confiesa. Desde entonces y hasta hoy, Mario Robledillo no ha dejado este emblemático paraje madrileño. Es su vida, asegura, y se ha convertido en el trabajador más veterano y más experimentado del Zoo Aquarium. No hay animal que se le resista. Toda la fauna de allí –6.000 animales de 500 especies– conoce su voz y sucumbe a sus órdenes. El secreto:«Paciencia, tesón y mucho mimo. También hay que tener actitud. Este trabajo no entiende de días libres ni de horarios», revela.
Mario tiene 62 años. Está a punto de jubilarse. Se apaga su rostro vivaz y casi sin arrugas al pensar en la retirada. «Al zoo le he dedicado todo. Mi mujer tenía que venir a verme aquí», dice entre risas. «Han sido muchos años –añade– y muchas experiencias». Y lágrimas. Sobre todo las que le arrebataron la muerte del panda « Chu Lin ».
«Su nacimiento coincidió con el de mi bebé. A Chu Lin le crié y cuidé más que a mi propio hijo. Estuve presente desde el proceso de inseminación artificial para que naciera en Madrid. Era un panda muy delicado por su diabetes. Necesitaba muchos cuidados. Tenía un trato especial con él», rememora. A los 13 años, en 1996, el oso murió. A Mario se le erizan los pelos de la piel cuando recuerda a otra elefanta, «Landa», con la que tuvo un «feeling» especial. «Llegué a conseguir que me diera su oreja para que la pinchara, sus patas para limarle las uñas, se dejaba hacer de todo», relata.
Elefantes y primates, sus preferidos
Si se le pregunta por sus animales preferidos, él responde que los primates y los paquidermos. De hecho, buena parte de su día a día se centra en el entrenamiento con los elefantes asiáticos –ahora tres ejemplares–.
El zoo es bien diferente si se camina al lado de este hombre, narrando las anécdotas y secretos de casi cuatro décadas en el complejo. Nos lleva hasta el espacio de los rinocerontes. Allí,«Bachi», una ejemplar india, se tumba a los pies de Mario mientras éste la rasca con un palo almohadillado en el extremo, dejando a su disposición el animal sus grandes patas para que le lime las uñas. Tranquila. Sabe que después le darán un buen premio: un ramo enorme con hojas de morera. Y Mario se deshace en una sonrisa de cariño y satisfacción. «¡Cómo no voy a sonreír! Yo siempre les digo a mis cuidadores que a los animales hay que tratarles como a las novias: con mucho mimo y cariño».
Mario es avulense, pero adoptado por la capital. Su historia la ha hecho en Madrid y deja un legado importante para el lugar, los madrileños y los que allí trabajan: todas sus experiencias y sus conocimientos en un zoo que consigue la reproducción de especies dispares sin que tenga parangón con ningún otro del mundo.
«Crié y cuidé de Chu Lin más que a mi propio hijo»
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