Lotería del Niño

«Nos hemos desengañado, en los barrios humildes también toca»

La Lotería del Niño deja 36 millones en Pasajes y el barrio donostiarra de Alza

Imagen de los premiados en un bar de Pasajes
Imagen de los premiados en un bar de Pasajes - PABLO PAZOS

La suerte, que fue esquiva con el País Vasco en la Lotería de Navidad, ha dado un vuelco con la de El Niño para dejar una lluvia de millones del primer premio, el 22.654, concentrada especialmente en dos puntos de Guipúzcoa: la localidad de Pasajes, muy próxima a San Sebastián, y el barrio donostiarra de Alza. A esto hay que sumarle un pellizco en una administración del centro de Bilbao.

El bar al que hace referencia está a apenas unos metros, siguiendo por la misma calle del distrito de Ancho, uno de los cuatro que dividen Pasajes. Al frente, su propietario, José Ramón Oliver, convertido en personaje del día tras repartir unas cinco series. «Me ha llamado una clienta, una amiga, alterada. Estábamos viendo el partido del Athletic. Justo ha salido el número premiado, que es el nuestro. Aquí unos botes... Corriendo para fuera, para dentro, no sabías qué hacer», rememora. «Mi hijo estaba tirando cava, bebiéndolo no lo sé, pero tirando mucho. Hoy barra gratis y a correr. Hoy toca disfrutar. Había gente que estaba en el paro, que tenía una pensión, gente trabajadora. Para mí una satisfacción, porque es gente que viene todos los días a tomarse su vinito, que les cuesta lo suyo, se ha dado un golpe a la vida... muy majo». «Coche y viaje seguro», afirma su hijo, Erik, al preguntarle por qué hará con el premio. «Eso ya tenía pensado. Ahora se podrá alargar un poco el tiempo de vacaciones».

Ellos no hablan de sus problemas pero lo hace una amiga, Julia Gimón: «Montaron el negocio por desesperación, estaban en el paro, no cobraban nada, los hijos tuvieron que ayudar a montar el negocio. Que les haya tocado a ellos es subidón, sobre todo me alegro por ellos». No niega que, en su caso, el décimo premiado que guarda también supone una alegría tras «un año muy malo». «Mi cuñado es el último mes de paro que cobra, mi hermano ha tenido que pedir que le amplíen la jornada a fines de semana y festivos. Lo dedicaré a ayudarles un poquito a ellos, mis dos hijos están en el paro de momento y mi marido lleva un año, un año de baja. En tener un colchón ahí atrás que te permita vivir. Ya está».

«Tapar agujeros» y viajes

Se van repitiendo expresiones entre los clientes del bar. «Llegar a fin de mes un poquito a gusto», apunta Gerardo Esnal. «No te creas, voy a seguir trabajando. Que tengo bastantes agujeros. Mañana hago los años, 63», indica Francisco Rey. En el exterior, sobre todo entre los más jóvenes, surgen ideas diferentes. «¡Ni tapar agujeros ni historias! Hoy a celebrarlo y luego lo que sea, no vamos a preocuparnos ahora de lo que hay que hacer con el dinero, el dinero es para gastarlo», aseguran Rubén y Marcos, parte de un grupo de ocho amigos que comparten décimo. «Al Caribe nos vamos a ir. Lo hablaremos mañana en frío, porque hoy en caliente hay muchos planes, pero hay que disfrutar también, que ayer éramos pobres y hoy tenemos un poquito más. No somos millonarias, pero somos minimillonarias», expresa Naroa Illán, parte de un grupo de veinte amigas que también comparten décimo.

Alegría a raudales como la que se vive a una distancia de cinco minutos en coche, en el barrio de Alza, en San Sebastián. Otro bar y otro buen puñado de historias de felicidad. Más viajes, destino a Punta Cana, proyectan tres hermanos y sus parejas. «La vida es poquito a poco hacer un viajecito, disfrutar, y luego si se pueden ir quitando poquito a poco pufos. Primero disfrutar que para eso trabajamos», cuentan Jon y Marcos, flanqueados por Esther y Elena.

El décimo que comparten es uno del centenar despachados en el bar donde un afónico Egoitz Cadarso confiesa que la familia -su madre, dos hermanos y él- se quedaron cinco boletos. Habla de «alegrón» porque el premio ha ido a parar «a gente trabajadora, gente de a pie, gente de diario». «Si de algo nos hemos desengañado es de que en los barrios humildes también toca», se cuela en la conversación un amigo, Jose, desde detrás de la barra. «Siempre hemos pensado: trucado, trucado. Es verdad, toca, toca a todo el mundo. No hay trampas que valgan».

Egoitz a lo suyo, golpea la barra con un vaso y anuncia: «¡Esta ronda, la pago yo!».

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