OPINIÓN
La plaza más difícil
Algunos, en pro de la supuesta defensa de los derechos de los animales, contribuyen curiosamente a la extinción del toro bravo, pues el sentido de su crianza no es otro que el de la lidia
POR RAFAEL González CASERO
Al igual que sucede con los campos de fútbol, los aficionados a los toros sabemos que existen plazas más difíciles que otras a la hora de triunfar en eso que se denomina arte del toreo para sus amantes o barbarie para aquellos que, en pro ... de la supuesta defensa de los derechos de los animales, contribuyen curiosamente a la extinción del toro bravo, pues el sentido de su crianza no es otro que el de la lidia.
Sin pretender entrar en el viejo debate «toros sí», «toros» sobre el que ya han corrido ríos de tinta, este artículo tiene por objeto poner el acento en la complicada faena que ha comenzado a desarrollarse en un atípico y duro coso, cuyo tendido es más vehemente que el de las Ventas y en que la salida por la puerta grande se antojará mucho más placentera que la que se pueda experimentar en lugares tan emblemáticos como la Maestranza o Valencia. Me refiero a la corrida que el pasado martes 12 de febrero comenzó en el Congreso de los Diputados con el debate y admisión a trámite de la Iniciativa Legislativa Popular que con casi 600.000 firmas pretende quedeclarar a la Fiesta como Bien de Interés Cultural en toda España. Y es que aunque hay más de 4000 municipios que ya han decido proteger los toros de manera unilateral, y comunidades como Castilla-La Mancha que ya lo hizo a finales de 2011, se requiere una consideración de éste tipo a nivel nacional para que prohibiciones como las que pesan en Cataluña o San Sebastián puedan quedar sin efecto. Desde luego que al mundo del toro nunca le hubiese gustado tener que verse envuelto en disputas políticas cómo ésta, en el que ha sido utilizado como cabeza de turco por dirigentes políticos que han utilizado la españolidad de la tradición para desterrarla de los lugares donde gobiernan. Vistiendo la fiesta de los toros como un atentado a los derechos de los animales, el Parlamento Catalán prohibió las corridas en su comunidad autónoma a la vez que permite sin ningún tipo de reparos la celebración de los denominados «correbous», que consiste nada menos que en colocar antorchas en las astas de los toros mientras corren por las calles, lo que en no pocas ocasiones les provoca heridas e incluso la ceguera por caer directamente las pavesas sobre los ojos. Huelga señalar que la prohibición de las corridas por el Ayuntamiento de San Sebastián se perpetró por los mismos motivos: los toros representan a España y hay que borrar todo vestigio del «país invasor» en su imaginaria Euskal Herría. Si no fuese por la cantidad de muertos que hay sobre la mesa, rozaría lo gracioso que una corporación que se niega reiteradamente a condenar a los terroristas, se preocupase de los derechos de los animales más que de los de las personas.
Dado el carácter político de las prohibiciones, sólo con una respuesta política se puede garantizar la libertad de las personas para acudir o no a las plazas de toros en todo el país. Por estas tierras se gasta mucha afición y no hay fiestas de pueblo que se precie que no contengan sus festejos taurinos y encierros, como lo son los de Olías del Rey o Bargas, muy populares entre los toledanos. El problema se presenta en regiones como Cataluña donde la afición es menor, pero no por ello un ciudadano de allí tiene que tener menos derecho a acudir a un festejo que otro del centro de España. Por eso es importante que la declaración como Bien de Interés Cultural a los toros salga adelante tras el arduo trámite parlamentario, que seguro se prestará a la demagogia y a la deformación, pero que le hará un gran servicio a una parte del patrimonio inmaterial que como país hemos exportado a Portugal, Francia y un buen número de países Iberoamericanos si es que sale adelante.
Yves Montand señaló con acierto que «aunque no te ocupes de la política, ella se ocupará de ti», y esto es lo que lamentablemente le ha pasado al mundo de los toros, un mundo que le gusta al de la corbata o al del tatuaje, al progre y al pijo, al de aquí y al de allá, y cuyo único pecado fue nacer español en un país donde es frecuente tener problemas por serlo.
La plaza más difícil
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