artes&LETRAS

Galería alucinada

Índice Onamástico. Teo Serna

Galería alucinada abc

por amador palacios

Vuelve Teo Serna a ofrecer a sus lectores un nuevo libro de poesía discursiva tras haberse entregado con ahínco este tiempo atrás en la divulgación de su poesía visual, tanto publicando nuevos poemas en libro, como participando en antologías temáticas, a la vez que exponiendo ... sus objetos en deleitosas sesiones que han recordado al espectador el fino modo de trabajar de Marcel Duchamp al reunir delicadas manufacturas y contundentes anotaciones en sus célebres cajas.

Este libro de ahora está elaborado con el cuidado y el primor que Serna aplica a todos los componentes de una tan pulcra trayectoria. Está regido por el orden. Su contenido desarrolla unas secuencias altamente imaginativas y comprende cincuenta sonetos blancos (sin rima) glosando en una alucinada galería a personajes históricos que se mezclan con entes ficticios (Adán y Poe, Eva y Satie, Mujer de Lot y Sade, Lisístrata y Juana de Arco, etc.), a los que se añade un último soneto, rimado, «In nomine», que cierra la colección y adensa resumidas intenciones. Pero el equilibrio apreciado en la sucesión de esas regularísimas formas poéticas, los sonetos, no termina ahí. Teo Serna añade a esta serie un sugestivo glosario, donde, por ejemplo, de la perra Laika, «primer ser vivo que orbitó la Tierra» y que falleció en la nave Sputnik, escribe que en ese cuchitril la pobre «murió sin saber qué demonios hacía allí, tan lejos de las calles de Moscú». Escrupuloso al máximo, este poeta no se contenta con titular sus sonetos con el nombre de la persona o personaje en cuestión, acompañado de sus fechas de nacimiento y óbito o la referencia bibliográfica pertinente. Su depurado afán poético le lleva a subtitular con fragantes sintagmas líricos todas estas elocuentes piezas. Así, a Caín corresponde un «Andar, andar por siempre», al Greco «Llamas como víboras», a Leonardo «Hierro que se oxida». Para colmo, la ilustración de portada también es obra suya.

En 2010 Teo Serna publicaba en Cuenca La casa vacía, imbuido de una poética formalista, como todos sus títulos, y a la vez teñido de un tono melancólicamente existencial. Desde esta hondura sentimental, aferrada al yo, el autor vira a un juego de apariencias que pone en funcionamiento una hechura culturalista, desdoblando su voz, narrando siempre un otro.

El autor sabe que el molde que ha elegido para conformar su Índice onomástico, el soneto blanco, es peliagudo, y hay que poner mucho arrojo para que el efecto no resulte cargado de una dicción insípida y desconcertante. Pero él salva esta pega incidiendo tanto en la melodiosa como en la percutida consecución verbal, rompiendo adrede la escansión o tributando con esplendor eximias resonancias, tanto borgianas («La vida entera cabe en una caja. / La vida y sus tesoros arrojados / muy despacio, sin prisa, con paciencia: / una anilla, una pluma, una canica…») como ofrendadas a un realismo mágico («Está allí, en ese armario negro, grande. / Sí; ése con el espejo ensimismado / como laguna quieta, ya cercado / de azogues descompuestos y silencio».) También imita con soltura la sonora amplitud del clavecín en el soneto dedicado a Bach: «un jarrón de desmaya, casi bronce. / Ana deshoja rosas sin color / con desmayados pétalos marfil. / Roza teclas de bronce desmayado // con marfileños pétalos de rosa». Muy atento al factor sorpresa, clave, hay finales emocionantes y rotundos: «Morderé sin temor esta manzana» (Eva), “Dejaré en su mejilla un beso lento, / tan triste como un pájaro sin vuelo” (Judas Iscariote), «No hay que mirar atrás. Está el olvido» (Mujer de Lot), «Uno intenta afeitarse, dar la luz. / Pero toca algo duro, liso, negro» (Gregorio Samsa).

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