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La Asamblea yé-yé cumple 30 años
Madrid tuvo que pedir prestado su primer Parlamento. Allí, la vida y el bigote de Leguina eran de charol
La Asamblea yé-yé cumple 30 años
Pisé por primera vez la Asamblea como si fuera a visitar la inclusa. Cual niña de apellido Expósito, la sede del Parlamento madrileño nació sin casa propia. El 8 de junio de 1983 , la recién nacida Comunidad de Madrid hubo de pedir prestado ... a la Complutense un pedazo de su añejo corazón en la calle de San Bernardo . Los padres constituyentes se encontraron con un marronazo uniprovincial a caballo entre las dos Castillas que, para más enojo, era la capital de España. Salomón se hubiera relamido con la posibilidad de trocear la capital de la nación en dos partes: una para la nueva Comunidad de Castilla-La Mancha y la otra, para Castilla y León. No llegó la sangre al río y se tiró por la calle de en medio: si La Rioja, Murcia o Navarra consiguieron el fuero (sobre todo la última) sin tener el huevo de la extensión geográfica, ¿por qué no Madrid?
Dicho y hecho: la nueva Comunidad recién casada con la Constitución , casa quiere. Y mientras ahorraba para edificar su propia Asamblea en Vallecas se alojó en el antiguo Paraninfo de la Complutense . Allí paseé unos años después mis treintaypocos recién cumplidos con una carpeta bajo el brazo de borrones por echar. Era cuando Leguina vestía yé-yé con pantalones de campana y zapatos y bigote de charol. O cuando Gallardón presumía de padre y de usar la izquierda y la derecha con la misma soltura, en un trasunto de lo que sería su futuro político. Para decodificar sus broncas en el salón de Plenos , instalado sobre un largo pasillo de pensión de ricos, había que cargar con un libro de citas. Sin anestesia, escuché cómo Leguina parafraseaba a Lorca para insultar a Gallardón: «Usted –le espetaba– se viste de noviembre para no infundir sospecha»; mientras el hoy ministro le recordaba a su adversario, con Rilke en la lengua, «que la patria del hombre es su infancia». Y se quedaban tan a gusto. Luego, a los pobres plumillas de beca perpetua nos tocaba trasladar a los lectores tan alta prosapia. Una política y unos políticos que se fueron para no volver. Salvo Gallardón, cuya última versión está instalada a pocos metros de allí, en el palacio de Parcent , también en San Bernardo. En el Legislativo, Gallardón hizo sus primeros pinitos con el ruso. En lugar de acordarse de su padre, como ahora hace con él Cayo Lara, llamaba con delectación Lissavetzsky a Lissavetzsky porque –decía– así homenajeaba a la abuela del socialista.
La vieja cafetería
Hasta que hubo que hacer las maletas con destino a la nueva sede de Vallecas , lo mejor estaba en los cacahuetes . Los ponían tostaditos con la mirinda a la que siempre invitaban los jefes de Prensa. Porque el salón de Plenos era la antesala del verdadero vórtice del Parlamento, la vieja cafetería donde los políticos soñaban con conseguir un gin-tonic a buen precio y los periodistas, una exclusiva, aunque fuera por boca de asno.
Era la época en que, como la chica yé-ye, la Prensa – Casqueiro, Romero, Nino, Ernesto... – tenía el pelo y la pluma alborotada. Y los políticos, las medias de color. Del color de España. Como hoy en París.
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