Carme Riera: «La Mallorca de mi niñez se fue para siempre jamás»
La escritora mallorquina revive sus años de infancia en «Temps d'innocència»
sergi doria
Si en literatura, alma y corazón son sinónimos, advierte Carme Riera, «el alma de las personas consiste en su memoria». La Mallorca que la escritora vivió en sus diez primeros años revive en «Temps d’innocència» (Edicions 62/Alfaguara). Al mirar «hacia atrás y hacia ... adentro», observa que la niñez de la gente de su generación, cumplidos ya los sesenta, «tiene poco que ver con la de los niños y niñas nacidos en el siglo XXI». La idea de escribir esta memoria en su lengua mallorquina, coincidió con el nacimiento de su nieta: «Quería demostrarle que su Mallorca no se parece en nada a la que yo viví».
La Mallorca de los años cincuenta es una isla de aguas límpidas y costas que todavía no han sido holladas por la especulación. Crecida de una familia culta -su padre estudió Filosofía con Zubiri y su madre era licenciada en Semíticas-, Carme es una niña «tímida, asustadiza y feúcha»; desde los cuatro años aprende «a escuchar y callar». La habitación que ocupaba en el caserón familiar del centro histórico de Palma, albergó en los primeros meses de la guerra civil a Llorenç Villalonga…
Entre sus antepasados destaca el general Weyler, cuyo retrato presidía el cuarto de la abuela: «Con el pecho cubierto de medallas y un casco de plumas en la mano, me traspasaba con sus ojos de saeta...». Poco adelantada en lectura, descubre su afición literaria al leer la «Sonatina» de Rubén Darío. Aquellos versos de «La princesa está triste», las «rondalles» que le contaba su abuela y la afición a escribir cartas, cuajaron en 1975 con su primer libro: «Te deix, amor, la mar com a penyora».
Riera desvela las claves autobiográfica de sus novelas «Dins el barrer blau», «Cap al cel obert» o «La meitat de l’ànima», como las anécdotas que la planchadora contaba a su madre sobre las proezas amatorias de Albert Camus… «Temps d’innocència» tiene el acento de la Mallorca profunda, paisajes de olivos, algarrobos y almendros, misas en latín, rumor de campanas, sabor a ensaimada, ecos de George Sand y personajes domésticos como el basurero y el colchonero. Un universo de olores y sonidos «desaparecidos para siempre jamás».
Carme Riera: «La Mallorca de mi niñez se fue para siempre jamás»
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