punto de fuga
El Mago de Oz
Tras su fachada ingenua, la obra que publicó Frank Baum a principios del siglo XX es una alegoría contra las políticas de «apretarse el cinturón»
Cuando Thomas Carlyle bautizó “ciencia lúgubre” a la Economía no podía imaginar que cupiera escribir cuentos infantiles a partir de la más árida de todas sus materias de estudio, la política monetaria. Y, sin embargo, no otra cosa es “El Mago de Oz”, aparente historia para niños que en realidad esconde una muy corrosiva crítica del patrón oro, el antecedente de las doctrinas de austeridad que igual impone el “patrón” euro, su heredero contemporáneo. La primera vez que vimos a Judy Garland encarnando el papel de Dorothy, la heroína del relato, muchos vestíamos pantalón corto. Difícilmente pues podríamos imaginar por entonces que ella, el león cobarde, el hombre de hojalata y su otro amigo, el espantapájaros, en realidad combatían a los mercados financieros. Pero exactamente ése era el motivo de aquel extraño viaje suyo por las baldosas amarillas para ir al encuentro de Oz (“onza” en inglés).
Tras su fachada ingenua, la obra que publicó Frank Baum a principios del siglo XX es una alegoría contra las políticas de “apretarse el cinturón”. Una gran metáfora en la que Dorothy simboliza al pueblo norteamericano en lucha contra los titanes de las finanzas. El hombre de hojalata encarna a la industria. El pobre y descerebrado espantapájaros, a los campesinos arruinados por las deudas con la banca. Y el león cobarde, al candidato a la presidencia de EE.UU. por el Partido Populista, entonces la tercera fuerza electoral en coalición con los demócratas, el mismo que perdió la batalla para acabar con la doctrina dominante imprimiendo más dinero. Por su parte, Oz, el mago, no era otro que el presidente de la nación, un muñeco, recuérdese, manejado por las brujas, esto es, por los magnates de Wall Street. Y de fondo, un paralelismo casi calcado entre su ayer y nuestro hoy. El patrón oro y el euro, camisas de fuerza que, al exigir políticas pro-cíclicas, abocan sin remedio a sacrificios colectivos tan imperiosos como estériles. Un cuento, sí, pero de miedo.
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