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entrevista

«El arte no da respuestas, pero puede mejorar la calidad de las preguntas»

La obra contemporánea de Bernardí Roig «toma» el Museo Nacional de Escultura para despertar la curiosidad del espectador y hacerle «dudar» sobre sus convicciones acerca de la producción artística y sus límites

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h.díaz

Enmarcado en su 80 aniversario, el Museo Nacional de Escultura acoge Instante Blanco, una muestra en la que las esculturas de Bernardí Roig dialogan con las estancias y recorridos del centro para, tal y como expone su directora María Bolaños, hacer «dudar» al espectador sobre el arte y sus límites.

-¿Cómo fue concebida la exposición?

-Fui invitado por la directora a visitar el museo, hablamos y discutimos las posibilidades. El paso siguiente fueron muchos viajes a Valladolid para deambular por las salas y, lentamente, ir armando un itinerario iconográfico que pudiese funcionar con mi trabajo. Ese oleaje fue trayendo las obras. Al final no es una exposición que dialoga con las obras del museo, sino con las estancias y los recorridos que hay en él. En los márgenes y con susurros.

-Había trabajado con dibujo, vídeo y fotografía, pero no con proyectos escultóricos. ¿Suponía un reto mayor exhibir en el Museo Nacional de Escultura?

-Hay algo sorprendente en este museo y es que hay pocas esculturas. Es más un museo de imaginería; donde las esculturas no tienen espalda y se encuentran dispuestas para su lectura frontal, desde un solo punto de vista. Fueron concebidas para los huecos de los retablos, hornacinas, algunas son bajorrelieves. etc. Esa frontalidad ofrece una aproximación muy pictórica de las esculturas. Y sí, efectivamente, optamos por presentar sólo esculturas blancas en el templo de la escultura policromada para proponer un desplazamiento de la mirada y dotarla de «espacialidad». Ése era el reto.

-Recoge en el catálogo una frase que Bergman intercambió con Buñuel: «La historia que se cuenta no es la misma que la historia que se escucha». ¿Considera inevitable que su obra sea percibida de manera distinta a lo que quiso expresar?

-Yo soy, siempre, el primer espectador de lo que hago. Soy el primero que lo ve y puedo asegurar que en ese momento, en ese primer instante, ya no hay nada de lo que pretendía hacer. Las imágenes que hacemos vienen de lejos, las trae la espuma del inconsciente. El lenguaje nace para intentar salvar ese abismo de incomunicación, pero obviamente fracasa. Lo importante es que se cuente la historia, no importa cómo sea percibida, ni siquiera si será percibida.

-De alguna manera, también esto enriquece su trabajo.

-Sí, sin duda; amplía los bordes de la experiencia. Cada exposición que hago tiene que producir lo imprevisto. Aunque a primera vista mis trabajos parecen esculturas, yo trabajo sobre todo con los lugares y cada lugar propone diferentes interrogantes. No se trata de resolverlos. No creo que el arte sirva para dar respuestas, pero sí, quizás, pueda mejorar la calidad de las preguntas.

-La luz no sólo sirve para iluminar sus obras, a veces las sostienen, otras las ciega... ¿Qué papel juega para usted este elemento?

-Muchas de mis esculturas llevan luz para autoabastecer su presencia. En algunos casos el exceso de luz te obliga a cerrar los ojos, con lo cual, presumo, te conduce a ver con más claridad, como Tiresias. Hay que evitar que el ojo se acomode a la imagen. Normalmente hacemos de la mirada un ejercicio de creencia ya que nos aporta datos objetivos del mundo, pero un exceso de luz que cancele esa mirada nos sacude y nos conduce a otro sitio, imprevisto.

-¿Cuáles son hoy sus referentes artísticos?

-Ver es haber visto. Formamos parte de una cadena de imágenes de la que no podemos escapar y que se nutre de sí misma. Pensamos que formamos parte de una generación pero siempre, al final, en el callejón de la soledad sólo podemos confirmar nuestra orfandad. Cierto es que en esa sedimentación que conforma nuestra identidad hay amontonados, en capas, creadores a los que amamos o hemos amado. Como depredador de imaginarios que soy, esa lista sería infinita, empezaría en Chauvet y no acabaría nunca. Puedo decir que en los 80 hubo un grupo de artistas que situó la figura y su presentación en el espacio en el centro de su problemática, gente como Gober, Schütte, Sarmento o Muñoz. Querían contar historias y fueron decisivos en los inicios de mi formación. Todos eran deudores de Bruce Nauman, que a la vez lo era de Beckett, y éste a la vez de Joyce, que amaba sobretodo a Rabelais y así sucesivamente... Todo es susceptible de ser triturado y reformulado de nuevo con la esperanza de que aparezca lo imprevisto. Ese imprevisto, como sustrato de toda experiencia, es un tesoro que podría ser la base de un nuevo trabajo. Al final, sólo se trata de estar disponible.

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