corazón de León
Los Panero, muerte y vida
vicente ángel pérez
Decir Panero es decir Astorga, la ciudad romana y leonesa, antigua sede de obispos, militares y curas; mercado histórico en el que los nuevos emprendedores plantan sus puestos con desigual fortuna; antaño nudo de caminos de hierro y de tierra, del que sólo queda el ... de tierra, el que conduce a Santiago, pues el ferroviario está en vía muerta desde que unos gobernantes de la Nación (allá por los 80) decidieron que el tren no tenía futuro con viajeros de tercera; y, por supuesto, decir Panero es decir Astorga por ser cuna de escritores, periodistas, poetas y otras gentes de incierto vivir.
Decir Panero es decir Leopoldo, uno de los grandes poetas españoles de la última mitad del siglo XX; es decir, Felicidad Blanc, una señora de alta cuna que se enamoró de un famoso escritor; es decir, Juan Luis, Leopoldo María, José Moisés («Michi»), sus hijos; es decir, «El desencanto», esa película, más que documental, que Jaime Chávarri filmó en 1976. Decir Panero y decir «desencanto» es todo uno para los obituarios periodísticos que esta semana han enterrado al primogénito Juan Luis, digno heredero de su padre en la sangre derramada de la poesía.
Decir Panero, ya muertos el patriarca Leopoldo (en 1962), la matriarca Felicidad (1990), el mayor Juan Luis y el pequeño «Michi»(2004), es decir Leopoldo María, el del medio, el loco más cuerdo que haya parido madre tan lúcida. Para los estudiosos de las sagas (y la de los Panero es una saga), Leopoldo María es el último superviviente (o malviviente, como se define, rodeado de «loqueros» en un manicomio de Canarias).
Decir Panero es decir poesía, como la del padre Leopoldo, como la del hijo recién fallecido, Juan Luis, y como la del «malviviente» Leopoldo María, pues el bueno de «Michi», pese a lo que digan las necrológicas, ni fue poeta ni, mucho menos, intelectual; sí un «bon vivant» que pese a vivir a cuenta del apellido heredado, tuvo las agallas de retirarse a morir, tan joven, en la ciudad de su infancia, la del desencanto, esa Astorga que lo acoge en la misma tumba que su padre.
Decir Panero es pensar que todo fue una película y que quienes en ella escupían sobre la tumba del padre y marido hoy duermen abrazados por los últimos versos de Leopoldo: «Ha muerto/acribillado por los besos de sus hijos/absuelto por los ojos más dulcemente azules/y con el corazón más tranquilo que otros días/ el poeta Leopoldo Panero, que nació en la ciudad de Astorga/y maduró su vida bajo el silencio de una encina./Que amó mucho,/bebió mucho y ahora,/vendados sus ojos/espera la resurrección de la carne/aquí, bajo esta piedra».
Decir Panero es decir poesía; es decir, Leopoldo, Juan Luis y Leopoldo María; es decir, vida.
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