necrológicas
González del Yerro, un lujo de la milicia
Fuera del ámbito castrense, propició un acercamiento, hasta entonces desconocido, entre la milicia y la sociedad canaria
Una noche, de madrugada casi, me desveló una esquela del Jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra, en “ABC” —Cela pontificaba que nadie se muere, de verdad, en España, hasta que sale su esquela en “ABC”; como nadie es intelectual, de verdad, en España, ... hasta que sale en “El País”; que conste que yo lo soy; se lo debo a mis amigos los Martín-Carmelo— de don Jesús González del Yerro que había muerto el viernes anterior, en su casa del Parque de las Avenidas, a los 97 años. Como digo, despejado con el mazazo, me vinieron a la mente, atosigados, tantos y tantos recuerdos que quiero, ahora, compartir con ustedes.
Jesús González del Yerro y Martínez nació en Burgos el 25 de diciembre de 1916. Ingresó en la Academia de infantería de Toledo en el fatídico 1936. Durante la Guerra Civil, en 1938, por su heroica actuación en la Batalla del Ebro le fue concedida la Medalla Militar Individual. Luego, se alistó, como voluntario, en la División Azul, protagonizando en los frentes rusos la más violenta batalla, la de Krasny bor; a pesar de que el enemigo quintuplicaba a nuestros efectivos, éstos lograron impedir que se rompiera la línea de defensa que tenían asignada. Cuando a don Jesús le preguntaban cómo pudo soportar la dureza del combate, unida a los 30º bajo cero en que se desarrolló, respondía, sencillamente: “no fue para tanto. Recuerde que yo soy de Burgos…”. Director General de Prisiones – hoy, Instituciones Penitenciarias - , en 1965, con Antonio de Oriol de ministro de Justicia. 2º Jefe de Estado Mayor, en 1997.
Al año siguiente, en diciembre, culmina su brillante carrera militar, ascendiendo a teniente general y confiándosele con uno de los destinos más codiciados del Ejército, por su importancia estratégica y su prestigio en la población: Capitán General de Canarias. Aquí, desempeñó un mandato fecundo en todos los órdenes. Fuera del ámbito castrense, propició un acercamiento, hasta entonces desconocido, entre la milicia y la sociedad. Creó, con el rector de la Universidad y el exrector, los profesores Gumersindo Trujillo y Enrique Fernández Caldas, el Seminario Cívico-Militar. Acariciada invención suya y, con tanto calado en los Peñascos, fueron sus multitudinarios Homenajes a la Bandera. Actos que tanto molestaban, paradójicamente, a Suárez y Gutiérrez Mellado, Gabeiras y Rodríguez Sahagún que, entiendo, deberían ser los primeros en promocionarlos… Apoteósica fue la de Las Palmas, con una intervención de antología de su alcalde, mi amigo Juan Rodríguez Doreste, “el Sandro Pertini de Canarias”, que terminó recitando, de memoria, como toda su alocución, una sentida poesía de Tomás Morales a España. Memorable fue, también, la de Puerto de la Cruz en la que participó el inolvidable alcalde Paco Afonso. Y en fin, la celebrada en el más alejado rincón de España, la del Hierro. Vienen a cuento las bellas palabras de Pérez Galdós, en 1900, en el Homenaje de la colonia Canaria, en Madrid: “nosotros, los más chicos seamos los mas grandes…, nosotros, los últimos seamos los primeros… nosotros, los más distantes seamos los más próximos en el corazón de la patria”. La anécdota de la jornada la protagonizó, el senador por la isla, Federico Padrón que pronunció una perorata esperpéntica, terminando con estentóreos gritos de “¡El Ejército al poder!”. Don Jesús no sabía donde meterse.
Al General le sorprendió, en su despacho de la plaza de Weyler, el 23-F. Como escribió en “ABC” el ilustre teniente general, Agustín Muñoz-Grandes Galilea evocando aquella noche de pesadilla: “su conducta fue terminante, al ser el primer Capitán General que se puso a la orden de S.M. el Rey”. Todo lo demás que se ha escrito tiene mucho de invención… En agosto de 1982, pasa al grupo de destino de Arma o Cuerpo. Y con tristeza, los González del Yerro abandonan la isla, las islas, sus islas. No sin antes recibir, en todo el archipiélago – rivalizando, al respecto, Las Palmas y Santa Cruz, Santa Cruz y Las Palmas, que tanto monta - , durante los días anteriores a la partida, incontables honores y homenajes. perpetuándose el nombre del ilustre soldado en varias calles de pueblos canarios.
González del Yerro, durante su mando, fue asiduo a la famosa procesión del Corpus de La Orotava que realzaba con su presencia y con la participación de una compañía del Regimiento de Infantería Número 49, al que perteneció durante muchísimos años el Batallón de La Orotava. Me decía, hace unos días, comiendo en el Club Naútico de Tenerife, el rector del Santuario del Cristo de La Laguna, don Carlos Quintero que el cortejo orotavense era el más suntuoso y emotivo acto religioso de nuestras dos diócesis, de la de Canarias y de la de San Cristóbal de La Laguna. Pero lamentaba la ausencia del Ejercito y de las autoridades militares, con lo que ha perdido brillantez y vistosidad. No parece ya un Corpus de España…, añado yo. Esto se debe a un desafortunado acuerdo de la Corporación declarando a la Villa ciudad no militarista. O algo así. Resolución que al ser minoritaria la Izquierda prosperó gracias a los votos de la ATI. Incoherente, oportunista, incomprensible para sus votantes. ¿Fue su muñidor el actual alcalde no electo?...
A la Romería iba, siempre, don Jesús a mi casona, con Mari Carmen y los chicos. Cuando lo invitaban a otros balcones, o a presenciarla desde la efímera tribuna oficial, se disculpaba diciendo: “acostumbramos ir a casa de Castillo”. Una sabrosa anécdota de aquellos años. En casa, coincidía con José Arozena, culto abogado tinerfeño y socialista de pro. El pundonoroso soldado quedaba prendaba del pico de oro y erudita cultura de don Pepe y lo invitaba a ir al palacio de Capitanía. Él le decía, por supuesto, “a casa”. Como, año tras año, Arozena no comparecía, en una Romería, le espetó: “don José, sólo nos vemos aquí”. A lo que éste contestó con su irrepetible agilidad mental: “mi general, he pensado, muchas veces, tener el honor de visitarle pero después que un libelo inmundo, innombrable, amarillento, publicó una calumnia de mi venerado amigo y correligionario Alberto de Armas y de mi, yo no iba a presentarme en Capitanía, yo no debía mezclarlo a usted, yo no podía - ¡compréndalo, mi general! - , comprometerlo… Como le aclaré luego, aparte, a González del Yerro: el libelo era “Interviú” y la especie que Alberto y don Pepe eran masones… ¡Inefable!
La última vez que nuestro hombre saltó a los medios de comunicación fue, en 2003, a propósito de habérsele concedido el premio “Gran Capitán”. Se hizo una excepción con él, pues solo se otorgaba a militares infantes en activo. La entrega tuvo lugar, como excepción también, en Córdoba, no en Toledo, como era habitual.
Que estos precipitados flashes lleven mi Pésame a su viuda, Mari Carmen Valdés y a sus diez hijos. A pesar de la diferencia de edad – ella se casa con 24 y él con 37 - , en tan encantadora dama sí se cumple el tópico de que detrás de todo gran hombre… Termino, apropiándome del elogio dedicado a Eugenio Vegas Latapié (Irún, Guipúzcoa, 1902-Madrid, 1985) – al que, por cierto, nuestro personaje, con nombre supuesto, durante la Guerra Civil, alistó, en su IV Bandera de la Legión - : en González del Yerro la dureza diamantina de las ideas se enlazaba con la ternura de un corazón abierto: Santo Tomás en las ideas y San Francisco con las personas. Así fue el caballeroso militar cuya muerte se llora, estos días, en toda España. Y, en especial, en Canarias.
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