confieso que he pensado
Guachinches
Se trata, sin riesgo de equivocarnos, de uno de esos fenómenos sociológicos de difícil parangón en otras latitudes
Años atrás, un conocido personaje de las letras hispanas me confesó que abominaba de los agasajos culinarios que le brindaban las autoridades cada vez que visitaba Tenerife. Se empeñaban, decía, en llevarlo a almorzar, también a cenar, en ocasiones incluso a desayunar, a granados restaurantes ... que hacían de la sofisticación su razón de ser.
Muy a menudo, al día siguiente no recordaba el nombre del establecimiento, y mucho menos lo que había comido, sencillamente porque se trataba de locales similares a los que frecuentaba en Madrid. Los solícitos cicerones, lejos de sorprender y colmar las expectativas gastronómicas del ilustre comensal, lo obsequiaban, una vez tras otra, con más de lo mismo.
En una ocasión, movido por la curiosidad, además de por un exacerbado afán de buen comer y mejor beber, el literato acabó por dar esquinazo a su corte. Siguiendo el consejo de un periodista lugareño, se aventuró hacia uno de esos guachinches de los que tanto le habían hablado. Quedó maravillado. Y no sólo por el precio, que también, sino por su cocina «rica y espontánea» y, sobre todo, por su relevancia social.
Ahora, cada vez que pasa unos días en Tenerife, no pierde la ocasión de repetir aquella experiencia, con la ventaja de que a la mañana siguiente recuerda, con todo lujo de detalles, los platos que degustó, además de ser capaz de recrear el ambiente del lugar con la precisión de un retratista.
Y es que si Tenerife se ha convertido en una suerte de pequeño paraíso gastronómico es en buena medida gracias a los guanchinches, herederos de una cultura, la del vino, que ha calado durante décadas en ciudadanos de toda clase y condición hasta convertirse en una de las principales señas de identidad de la isla. Se trata, sin riesgo de equivocarnos, de uno de esos fenómenos sociológicos de difícil parangón en otras latitudes, toda vez que su protagonismo supera con creces el ámbito culinario.
Por ello, y porque su grado de consolidación es tal que con seguridad seguirán existiendo dentro de diez, veinte, treinta o cuarenta años, quién sabe si incluso con una mayor trascendencia social, urge como nunca que alcancen el entendimiento con aquellos otros establecimientos que, cargados de razones, se quejan de estar haciendo el tonto cada vez que pagan sus impuestos y cumplen un largo listado de requisitos legales.
Los guanchinches son lugares que exhalan encanto, forman parte de nuestras raíces y se han ganado con creces un puesto destacado en el patrimonio del archipiélago, pero nada de ello debe ser óbice para que asuman que, aunque pocas y sencillas, hay ciertas normas que es necesario acatar.
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