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CAMBIO DE GUARDIA

Yihad en Europa

Estamos en guerra: una guerra declarada por el islamismo. Y una guerra, la ganan o la pierden los ejércitos

Gabriel Albiac

Hace sólo seis meses, después de los asesinatos de París, el primer ministro francés, Manuel Valls, daba cuenta de la dimensión de su envite ante el Parlamento: «Me preguntan ustedes si esto es una guerra. Les respondo: sí. Me preguntan si vamos a ganarla. Les ... respondo: haremos todo lo necesario para ganarla». Tras la matanza islamista en Túnez, Kuwait, Somalia y Francia, hace dos semanas, Manuel Valls insistía: «Me preguntan si puede haber más atentados. La pregunta adecuada no es si los habrá, sino cuándo». El primer ministro viene mostrando una virtud poco usual entre los políticos: no ocultar lo desagradable. Eso lo pone en las antípodas de su presidente. Una guerra no es un lance de esgrima, que se resuelva elegante o incruentamente. No es tampoco asunto que concierna sólo a una policía eficiente resolver. Las guerras las gana el ejército sobre el campo de batalla. Gana el que logra imponer al adversario un coste en bajas insostenible. Gana el que aniquila y desarma. O bien es aniquilado y desarmado él mismo. El trabajo policial, en una guerra, es indispensable complemento interno. Pero la guerra de verdad se juega siempre en territorio enemigo. Allí se gana, allí se pierde.

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