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UNA RAYA EN EL AGUA

Dos elefantes

La herencia del juancarlismo es la de un liderazgo moral de la Corona como emblema de una España sin exclusiones ni rupturas

Ignacio Camacho

Hay en el reciente libro de Fernando Onega sobre Juan Carlos I, «El hombre que pudo reinar», una escena de potente contenido simbólico: el momento en que el rey recién abdicado, en la mañana de la proclamación del heredero, pregunta a su hijo un balbuciente «¿ ... nos vamos?» y se retira del balcón del Palacio de Oriente en un discreto mutis camino de la Historia. Ese instante en que, a los cuatro meses de la muerte de Suárez, cae el telón invisible de la Transición española. La mañana de junio en que la nación descubre, en una inédita epifanía de banderitas y cierto vértigo político, que los Reyes no sólo ya no son los padres sino que a partir de ahora son los hijos.

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