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LLUVIA ÁCIDA

El colado

El PP sacrifica hasta los imperativos morales autoimpuestos cuando no le son útiles

David Gistau

HACE casi tres años que Rajoy y Sáenz de Santamaría asisten a los consejos de su gabinete sin animarse a preguntar quién es el desconocido con gafas, rostro anguloso y pelo cano que está sentado entre sus ministros como uno más. Disimulan, le permiten participar ... e incluso servirse café, tal vez por miedo a que el colado sea un perturbado capaz de reaccionar con violencia si alguien le dice que abandone la sala porque los miembros del Gobierno deben discutir cosas de adultos. La infiltración de ese extraño con el que ni los escoltas se atreven es tan profunda y asombrosa que este cronista lo ha visto incluso durante las sesiones parlamentarias. Suele estar sentado en los escaños azules, a la mismísima diestra de la vicepresidenta, con quien comparte confidencias y cuyas intervenciones elogia, mientras ella finge que no la sorprende encontrárselo también allí. A lo mejor Sáenz de Santamaría envía señales de auxilio y no las sabemos ver ni hacemos nada por sacarle de encima al acosador quien, por cierto, se maneja con tanta soltura en su personaje que hasta el presidente del Congreso le cede la palabra a veces.

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