VIDAS EJEMPLARES
En defensa de Jep Gambardella
¿Es necesario que todo tenga una tesis comprometida?
LA Tercera de ABC es la atalaya para el ensayo de más prestigio en la prensa de este país. No es una opinión, es un hecho. Iñaki Ezkerra ha escrito una excelente, titulada «Contra La Gran Belleza». Con una prosa de fuste, brío argumental y ... bastante valor, le arreaba un viaje fino a la película de Paolo Sorrentino, que ha ganado el Oscar a la mejor cinta extranjera y ha encandilado a los espectadores españoles con su propuesta estetizante. Iñaki la calificaba de impostura posmoderna, y venía a decir que se trata de una huera fotocopia de Fellini. En cuanto al protagonista, el fantástico Jep Gambardella, el rey de la mundanidad romana, un periodista y escritor de 65 años y aires de dandy desencantado , Ezkerra apunta que es «vacuo y lacrimógeno» y su historia, «de un simplismo superfluo».
Como ya le he comentado al autor, disfruté mucho leyendo su Tercera, pero estoy en total desacuerdo. Nuestro pequeño debate no daría más de sí de no abordar una interesante cuestión: ¿Debemos exigirle un mensaje a las obras de arte o podemos quedarnos en el mero disfrute? Aproximarse a la película de Sorrentino intentando acogotarla en una plantilla ideológica parece un ejercicio un tanto setentero. ¿Qué importa si ha plagiado a Fellini a saco o si ha adulterado su espíritu? ¿Necesitamos siempre profundidad, tesis, hondura? La pregunta correcta es otra: ¿Te ha gustado? Muchos daríamos por justificado el precio de la entrad a ya solo por su fotografía de Roma y por su banda sonora, un ecléctico repertorio que va de Bizet a Rafaella Carrá, pasando por Górecki. Pero hay más: un actor, Toni Servillo, que confiere un encanto superior a su personaje, el elegante cínico Jep Gambardella, escritor de una sola novela, periodista bon vivant, noctámbulo en los más selectos cenáculos, fumador impenitente en la era del humo prohibido, leal al whisky, ahora que los periodistas en horas de servicio ya solo bebemos latas zero y café-casca-estómagos.
La película está bien dialogada. La lección de Jep a una progre vendida a la telebasura es brillante, y lo mismo la atinadísima crítica al arte conceptual; o la escena en que el protagonista deja plantada a una millonaria tras el amor, pues ella pretende amuermarlo con las fotos de sus viajes y Jep se ha prometido, cumplidos los 65, que jamás volverá a hacer «nada que no quiera hacer» . El aburrimiento, en fin, asumido y malamente combatido, que es una gran verdad de nuestro tiempo, junto a la neurosis, que también asoma, y al fin, la muerte, claro. Por último, la escena que abre la película es una de las mejores fiestas que he visto en cine; solo superada por el banquete nupcial que inicia «El Padrino» y, en otro registro, por «El Gran Guateque», el astracán de Peter Sellers. Pero por encima de todo, el triunfo de Sorrentino y Servillo es que mecidos por la música e hipnotizados por las beldades de los Museos Capitolinos, o de jardines secretos, nos enganchamos a caminar por Roma junto a Gambardella y sus americanas infalibles, cortadas por el mejor sastre del mundo, Cesare Attolini. Cuando el Tiber pasa, bajo los violines finales del Kronos Quartet, hasta creemos atisbar la gran belleza. ¿Qué es todo el Valle-Inclán de Bradomín más que gambardellismo, barato y sublime al tiempo?
Por Luis Ventoso
En defensa de Jep Gambardella
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