EL CONTRAPUNTO

Dignidad secuestrada

Dignidad es la cualidad que mostraron Suárez y el general Mellado aquel infausto 23 de febrero de 1981

Isabel San Sebastián

Mezclar lo sucedido el sábado en Madrid con la dignidad constituye una afrenta al diccionario, un insulto al sentido común y también a la lengua española, que otorga a ciertas palabras un significado cargado de connotaciones positivas. No es el caso. Ni las marchas que ... confluyeron en la capital ni mucho menos el desenlace que tuvo esa manifestación guardan relación alguna con un concepto tan profundo y emparentado con el honor. De hecho, representan más bien lo contrario.

Dignidad es la cualidad que mostraron Adolfo Suárez y el general Gutiérrez Mellado aquel infausto 23 de febrero de 1981, al enfrentarse en defensa de la democracia a los golpistas armados y negarse a hincar la rodilla ante ellos. Ahora que el artífice de la Transición acaba de reunirse con la esposa a la que tanto lloró, conviene recordar la gallardía con la que se mantuvo en pie en esa ocasión, y en tantas otras, mientras a derecha e izquierda trataban de derribar su proyecto de convivencia; el coraje con el que sacó adelante una Constitución destinada a demostrar una convicción que hundía sus raíces en lo más hondo de su conciencia: la de que los españoles éramos tan capaces como cualesquiera otros europeos de vivir en libertad, rigiendo nuestro destino a través de representantes políticos elegidos en las urnas. Dicho de otro modo; la certeza de que España no era ni es «diferente», en el sentido que algunos siempre quisieron dar a esa expresión.

Digna se mostró recientemente la presidenta de Covite, Consuelo Ordóñez, al presentarse junto a otras dos mujeres víctimas del terrorismo en una asamblea de etarras celebrada en Alsasua y exigirles su colaboración para esclarecer los más de trescientos atentados que aún no se han resuelto.

Digno, y merecedor de admiración, es el trabajo que realizan los Cuerpos y Fuerzas de seguridad en el empeño de protegernos de bárbaros como los que a punto estuvieron de destrozar Madrid el sábado. Ensuciar un término tan hermoso como «dignidad» relacionándolo con esas hordas de encapuchados violentos que la emprendieron a patadas contra los policías que cumplían con su deber, destruyendo en su orgía de furia escaparates y mobiliario urbano que pagaremos todos, es agraviar nuestro idioma. Pero la ofensa no termina ahí. Porque si los antisistema pusieron el broche de fuego a la jornada, los organizadores de las marchas ya habían mancillado ese vocablo escribiéndolo en sus carteles junto a símbolos de la hoz y el martillo o retratos del Ché Guevara.

Si hay un modelo de gobierno indigno en la historia de la Humanidad; una ideología perversa y despiadada, que ha conducido al exterminio de millones de seres humanos y oprimido hasta la náusea a muchos más, es el comunismo. Si persiste en la actualidad un régimen despreciable, que coarta la libertad de sus ciudadanos y los condena a la miseria, es el castrismo cubano, cuya infamia llega hasta el extremo de perseguir y maltratar a las Damas de Blanco que salen pacíficamente a la calle a abogar por sus familiares presos. ¿Pueden darnos alguna lección de dignidad quienes, como Willy Toledo, se han abrazado a esa bandera totalitaria? ¿Hay alguna esperanza de salvación en ese estandarte de muerte?

Es evidente que existen muchas razones para el descontento de los ciudadanos, incontables motivos para la indignación y una necesidad acuciante de dar cauce a esa rabia. Demasiadas personas viven actualmente en España por debajo del umbral de la pobreza, lo cual es inaceptable. Pero de Cayo Lara, Sánchez Gordillo, Méndez (y sus ERE fraudulentos) o Toxo, ni una lección moral. Dignidad es una palabra que les queda demasiado grande.

Dignidad secuestrada

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