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LLUVIA ÁCIDA

La biblioteca

Con esta columna me despido de mis jactancias de lector social porque espero la llegada de un Kindle que abolirá hasta las prospecciones en las librerías

David Gistau

UN amigo tuvo que renunciar a vivir en su piso de tres habitaciones, salón, comedor, cocina y cuarto de servicio porque los libros se apropiaron de todo el espacio. Literalmente. Aparecen apilados incluso al correr la cortina de la ducha, por la que se desaguaría ... tinta, en lugar de sangre como en «Psicosis». Mi amigo tiene la culpa. No es que comprara dos libros, y estos comenzaran a aparearse y reproducirse, como ocurrió con los cangrejos de río americanos que devoraron a los autóctonos. Los metió de uno en uno, durante años. Fue un proceso como el de «Casa tomada», el cuento de Cortázar. Cada cierto tiempo, una estancia era condenada para el uso por humanos y entregada a la hegemonía de los libros, hasta que a mi amigo apenas le quedó sitio en el salón para colocar un sillón de lectura reclinable y espero que una bacinilla para las necesidades primarias. Si no llega a sacarlo de allí un matrimonio que contrajo, los libros habrían bloqueado la puerta de entrada –estábamos a un Quijote de que semejante drama ocurriera–, y él habría terminado sus días como en la digestión de una enorme panza en la que lo habría encontrado, momificado en el trance de leer y en batín, alguna generación venidera.

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