COSAS MÍAS
La calidad de los políticos
No es imprescindible la formación universitaria para ser un gran político. Pero sí una vida de trabajo, disciplina, exigencia y formación
Me resulta cada día más estomagante ese populismo antipolítico que se ha instalado en nuestro país. El que proclama, entre otras falsedades, que la calidad de nuestros políticos es peor que nunca o inferior a la de otros países. O que lo que cuenta de ... verdad es la experiencia en otras actividades y no en la propia política. Que es algo así como defender que lo más deseable para ser un buen periodista es la experiencia fuera del periodismo, en la cirugía bucodental, por ejemplo; o en la horticultura, para ampliar perspectivas. Por eso me irrita doblemente que los propios políticos contribuyan de vez en cuando a dar argumentos, y algunos de peso, a los populistas anteriores. Es falso que la calidad de nuestros políticos sea peor que nunca, como se puede comprobar si, en lugar de hacer demagogia, se repasa, por ejemplo, el currículum de los ministros de todos los gobiernos, sus licenciaturas y doctorados, y sus expedientes. A no ser que uno defina calidad según le dé la gana y sin atender a datos objetivos. De la misma manera que, si comparamos estudios de nuestros diputados con la formación de los diputados de otros países, también comprobaremos la falsedad de que la calidad de nuestros políticos sea menor.
Pero si los antipolíticos hacen demagogia, los políticos les dan lamentables argumentos. Cuando, por ejemplo, se reúnen a la cabeza de Andalucía una presidenta, Susana Díaz, que tardó diez años en acabar sus estudios universitarios y un líder de la oposición, Juan Manuel Moreno, que maquilla su magro currículum académico. Y no porque tuvieran que ayudar económicamente a sus familias, o alguna razón de peso semejante, sino porque les costó tener la disciplina que requieren los estudios universitarios. Y no son los únicos. Hay que sumarles casos como el de la líder popular vasca, Arancha Quiroga, que tardó más o menos lo que Susana Díaz en acabar sus estudios universitarios y se dio casualmente mucha prisa en sacar el título poco antes de ser proclamada presidenta del Parlamento vasco. Y otros peores, como el de Elena Valenciano, que no ha perdido un ápice de su arrojo después de aquella mentira sobre su supuesta licenciatura en el currículum del Parlamento europeo.
Cierto que tampoco les pasa nada a los críticos de los políticos por hacer cosas semejantes. Como Pilar Rahola, que superó a todos los anteriores con esos dos doctorados falsos que tenía en su currículum en español e inglés, hasta que lo descubrió un tuitero. Pero los dirigentes políticos están obligados a ser especialmente cuidadosos con la calidad de sus elegidos. Con la imagen y el ejemplo que transmiten a la sociedad y a los jóvenes que quieren dedicarse a la política. No es imprescindible la formación universitaria para ser un gran político, por supuesto. Pero sí una vida de trabajo, disciplina, exigencia, formación permanente y honradez total respecto a lo realizado. Cualquier cosa que ponga en duda lo anterior debería ser penalizada, y duramente. Y no maquillada o relativizada.
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