Viejos secretos y nuevo periodismo
La revelación masiva de documentos militares ha transformado las nociones de secreto y verdad, y deja un nuevo orden mediático caracterizado por el exceso de secretos, nuevas formas de vulnerarlos y un nuevo periodismo para tratarlos.
BORJA BERGARECHE
La sacudida internacional que ha generado la saga cívico-periodística de los «diarios afganos» culmina la transformación definitiva en la era de internet de las relaciones entre periodismo y poder y, por ende, de las nociones de secreto y verdad. El nuevo orden mediático que ... algunos proclaman se basaría, entre otros rasgos, en un exceso de secretos, con nuevas formas de filtrarlos, y un nuevo periodismo para tratarlos y contextualizarlos. La semana pasada, el «Washington Post» sacaba a la luz el gigantismo descomunal que ha alcanzado la comunidad de inteligencia en EE.UU. Tras dos años de un periodismo de investigación estimulante como hacía años que el diario de Woodward y Bernstein no hacía, el Post ha revelado una imagen impresionante: 1.271 entidades gubernamentales, 1.931 empresas privadas, con unas 854.000 personas involucradas en más de 10.000 localizaciones del país desempeñan labores de inteligencia (según los datos publicados por el Post ).
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En un mundo en el que internet ha derribado las barreras de acceso y la información circula prácticamente sin trabas, los Estados se encuentran con un irónico problema: albergan demasiados secretos. En palabras de Hendrik Hertzberg en la edición de 2 de agosto de «The New Yorker» , en referencia al trabajo de investigación del Post: «Una comunidad de inteligencia maniatada por una mezcla tóxica de secretismo, compartimentación, rivalidades competenciales y una tremenda duplicación de esfuerzos sufre además un mal familiar a cualquier adicto al ordenador: exceso de información». A los 92.000 documentos filtrados por Wikileaks sobre el frente afgano, tratados y publicados por «The New York Times», «The Guardian» y «Der Spiegel», se suman los 15.000 documentos que obran aún en manos de Wikileaks. Una auténtica «hemorragia de información», según ha descrito Nick Davies en «The Guardian», facilitada por los periclitados mecanismos con que los Gobiernos intentan mantener sus comunicaciones sensibles en secreto. O dicho de otra manera, por el encuentro del SIPR con Wikileaks.
Nuevos circuitos de filtración
Entre las medidas de coordinación establecidas tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 figura la creación del Net Centric Diplomatic Initiative, que permite «compartir información del departamento de Estado en el sistema SIPR (Sistema de Protocolo Secreto de Internet) del departamento de Defensa», según explicó una portavoz del Pentágono a la BBC. Entre quienes tienen acceso a ese rimbombante sistema internet-céntrico figuraría, según las acusaciones en su contra, el soldado Bradley Manning, quien, según esos cargos, habría filtrado a Wikileaks un cable diplomático de enero de 201o de la embajada de EE.UU. en Islandia. Manning estaba entonces destinado en una base en Irak. La información sensible, tras este increíble viaje, llegó a manos de un perro siempre dispuesto a soltar (al público) su presa: Wikileaks.
Estos nuevos circuitos de filtración y cuasi libre circulación de documentos secretos serían los utilizados en el caso de los «cuadernos afganos». Wikileaks se ha negado a desvelar su fuente, pero en este escenario la lista de candidatos es infinita. Y la probabilidad de encontrarlos, una -o varias- entre 854.000 exactamente si damos por válida la información del Post. El Ejército de EE.UU. anunció el martes la apertura de una investigación penal. Buena suerte. Los secretos ya no son lo que eran. Como ha explicado Jay Rosen, experto en medios de la New York University, antes la prensa publicaba secretos de Estado «porque las leyes de una nación se lo permitían»; ahora Wikileaks lo hace «porque la lógica de internet se lo permite». El escenario es diferente, y en palabras de Howard Kurtz, analista de medios del «Washington Post», el paisaje lo ha cambiado Wikileaks: «No es una empresa periodística, y por tanto no está sujeta a los habituales mecanismos de equilibrios, pero en cierta manera tiene más poder que cualquier empresa periodística. Es un poder global en sí mismo».
Un poder con una misión antisistema: «difundir la información sin atender al interés nacional», según Rosen. «Aplastar a los bastardos» según el propio Julian Assange, fundador de Wikileaks. «Es un poco como en la guerra asimétrica: no hay un gobierno con el que negociar», apuntilla Kurtz. El cambio es brutal. Tres décadas de desarrollo de la legislación de transparencia y «Open Government» en EE.UU. han terminado por generar 600.000 peticiones anuales al Gobierno federal al amparo de la FOIA (Ley de Libertad de Información). Todas las agencias gubernamentales, desde el FBI al departamento de Energía, tienen sus propios funcionarios y unidades especializadas en atender estas demandas ciudadanas de información pública. Entidades como el National Security Archive , de la George Washington University, esperan años, o décadas, para ver desclasificados documentos clave (y por lo general apasionantes) en la Historia de la política exterior de Estados Unidos. Ahora, en este nuevo orden de la información, este proceso puede durar minutos. Los que tardan en llegar los secretos a oídos de ciberactivistas como Wikileaks, un «movimiento social» que no dudaría en provocar daño a inocentes, «daños colaterales» en palabras del propio Assange (vean el perfil sobre el personaje en «The New Yorker »).
Ya no hace falta esperar años a que el Gobierno desclasifique archivos al amparo de la FOIA
En este escenario de superabundancia de secretos, desvelados mediante este nuevo circuito de desclasificación instantánea, hay un tercer elemento que juega un papel determinante: los periodistas. ¿Habrían alcanzado los «diarios afganos» la notoriedad global que han obtenido sin el trabajo de los periodistas de un diario estadounidense, otro británico y un semanaro alemán? No. La Prensa sigue jugando un insustituible rol cívico de contrapoder y altavoz de la información que requieren las sociedades democráticas para seguir siéndolo. La lectura de los apuntes editoriales con los que las tres publicaciones han justificado su decisión de publicar el material ilustra este aspecto: según el «Times» , «Decidir si publicar o no información secreta es siempre difícil, y tras contraponer los riesgos y el interés público, en ocasiones hemos decidido no publicar. Pero hay veces en que la información es de un interés público significativo, y esta es una de esas ocasiones».
Nada nuevo bajo el sol en cuanto a la motivación y responsabilidad cívica de los medios serios (aunque siempre resulte refrescante e ilusionante encontrar historias periodísticas de la más alta calidad que tienen la virtualidad de, simplemente, cambiar el mundo). Sin embargo, los «diarios afganos», o el «Top Secret America» del Post suponen la consagración en la Liga de Campeones del periodismo de una nueva forma de desempeñar este viejo oficio: usar internet para visualizar un sofisticado trabajo de tratamiento de datos, de entre los cuales emergen las grandes historias como esta. En este nuevo periodismo, el acceso a la información es la llave, y la visualización de datos la clave.
En este nuevo periodismo, el acceso a la información y la visualización de datos son clave
El «Times» y el «Guardian» emplearon un mes en destripar los 92.000 documentos facilitados por Wikileaks. Y sus expertos en tratamiento de datos, al igual que los del «Post» anteriormente, pusieron todo su empeño en tratarlos y visualizarlos, con resultados fascinantes: «Necesitábamos que los datos fueran fáciles de usar por nuestro equipo de periodistas investigativos», cuentan en el Data Blog del «Guardian». Un reto técnico de primer orden porque, como explican, tablas de excel con más de 60.000 líneas (y esta tenía 92.201) sobrepasa las posibilidades del programa de Microsoft. Y al final, un resultado espectacular. La versión oficial de un conflicto afgano bajo control, destruida por la interacción creativa de una excesiva vocación secretista de los gobiernos con el activismo de Wikileaks, pasado por la centrifugadora cívica -y cada vez más estadística- de la Prensa con vocación global.
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