Ucrania reconstruye las ciudades martirizadas al inicio de la guerra: «Los rusos disparaban contra la gente en la calle»
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Putin está bajo el puente el Irpín. Alguien colocó una pegatina con la cara del presidente ruso, teñida de rojo, en una columna del viaducto fracturado. La ilustración no es muy grande, pero se distingue bien desde la altura de la carretera amputada. En ... el horizonte se elevan decenas de grúas y altos edificios blancos recién construidos. La imagen se completa con un denso bosque verde que envuelve a los bloques residenciales. La estampa no puede ser más sosegada, hasta que la mirada alcanza el suelo. El asfalto firme se desvanece para dar paso a los desgarros de hormigón. Aparece entonces una escena familiar, un símbolo de esta guerra.
El puente Romanov sobre el río Irpín fue un camino hacia la vida. Un cartel escrito en inglés y ucraniano recuerda que las fuerzas de Zelenski tuvieron que volarlo para evitar que las columnas rusas entrasen en Kiev. Unas 40.000 almas lograron escapar de los bombardeos rusos por esta vía. Los episodios de terror vividos allí se concentran en un carrito de bebé chamuscado que sigue estacionado cerca del boquete.
Escapar de la muerte
Desde el norte de la capital hasta Irpín se tarda menos de 20 minutos. Los rusos estuvieron muy cerca. Dima, un empresario de Lugansk, ha conducido por esa carretera infinidad de veces. Pero nunca podrá borrar de su cabeza el día que la recorrió para escapar de su hogar y de la muerte. En 2014, el conflicto en el este de Ucrania le arrebató su negocio de muebles. Se trasladó a Irpín, y, de nuevo en 2022, la invasión acabó con su empresa.
«Mi mujer estaba enferma cuando comenzó la invasión, era temprano y fui a una farmacia, todo era normal», explica el hombre. Todo parecía de esa forma hasta que escuchó los primeros bombardeos. Dima no tenía refugio en su casa, así que se instaló en el sótano de unos vecinos. Él y su familia decidieron quedarse. Pero no por mucho tiempo.
Cuando los rusos ya habían entrado en Irpín, Dima supo que era el momento de huir. Dejó su frigorífico lleno de comida para los vecinos que se no se marcharon y junto a su mujer y a su hijo pequeño salieron hacia una zona más segura. Recorremos el mismo camino que hizo entonces. «Los helicópteros de los rusos estaban cerca. Mi hijo lo pasó mal», cuenta. Aunque el frente está lejos de la capital, Dima sigue entrenando por si hiciese falta combatir. Las guerras son impredecibles.
Su trabajo actual se centra en ayudar a los soldados y a abastecerlos con todo tipo de suministros. «Es triste cuando llego a Slovianks o Kramatorks; son lugares familiares para mí». Una gruesa línea de frente le impide a Dima visitar su 'rodina' (patria en ruso), su Lugansk.
En el metro de Kiev hay anuncios para comprar apartamentos nuevos en 'Irpin Citi'. La reconstrucción fue rápida. Pero muchos edificios conservan todavía las huellas de la metralla y las balas.
Desde un parque donde juegan los niños, Dima señala con el dedo hacia una torre industrial a menos de un kilómetro. «Allí había un francotirador ruso. Disparaba contra los vecinos que se asomaban a sus ventanas. Muchos de estos pisos son de gente de Donetsk que escapó de la guerra», relata.
La carpintería donde Dima hacía sus muebles sufrió también el impacto violento de las bombas rusas. Uno de los hombres sale con dos proyectiles que encontraron en una nave aledaña destruida. El metal, ya oxidado, es un tétrico recuerdo de lo que se vivió en el lugar. Parte de la maquinaria también se vio afectada, pero ya la arreglaron. Hay trabajo que hacer, cuentan.

En Irpín se hablaba español mientras los soldados rusos trataban de mantener la ciudad ocupada. Un joven argentino luchó por su liberación. Alan, nombre ficticio del soldado, cuenta a ABC cómo fue la batalla para liberar esta urbe.
El combatiente cruzó medio mundo para luchar contra los rusos. Ya tenía experiencia militar previa en otros lugares. Su interés por el conflicto de Ucrania comenzó en 2013, con la Revolución de la Dignidad. En aquella época era menor de edad y no pudo viajar. Sin embargo, cuando se inició la invasión a gran escala en 2022, no lo dudó. Vino y luchó.
Alan dice que no le molesta la palabra «mercenario». A diferencia de otros luchadores extranjeros, su visión de las contiendas, como actividad humana, va más allá del conflicto de Ucrania. El argentino habla de la metafísica de la guerra, y de cómo se perdieron las antiguas castas de guerreros. Conoce bien a los que le precedieron en su oficio y confiesa que su interés por combatir comenzó con los libros del escritor Jean Lartéguy.
Golpear y salir
Alan estuvo en una misión de tres días. Su unidad, compuesta por unos diez hombres, tuvo que realizar labores de reconocimiento y asalto. Primero los llevaron en coche hasta los bosques de Irpín. «Fuimos a toda velocidad en dos camionetas sin blindaje. Cuanto más rápido, más seguro. Ambos vehículos estaban llenos de armas». La situación era peligrosa, había bombardeos en la zona, «pero no nos caían encima», explica el combatiente. Una vez que alcanzaron el puente, los soldados se adentraron en la ciudad. «Cruzamos por encima de los escombros cargando todo el armamento. Había algunas casas incendiadas», recuerda el voluntario.
«Limpiaron» varios edificios para comprobar si había soldados enemigos y buscaron una posición para su francotirador. El objetivo del grupo era golpear y salir de allí. Pero tuvieron que permanecer más tiempo del esperado. «Durante la misión, el sonido de los blindados rusos a nuestro alrededor era constante. Estaban a escasos metros». En el momento adecuado, los defensores atacaron. «Destruimos un BMD y BMP que nos habían estado disparando desde sus cañones de 30 milímetros. También eliminamos soldados de infantería rusos», explica Alan.

Cuando se conversa con personas que estuvieron en combate, acude la pregunta de conocer qué les pasó por la mente durante esos instantes.
-¿Cómo te sentiste mientras los rusos te rodeaban?
-Más vivo que nunca.
-¿No temías a la muerte?
-Tenía incertidumbre porque no sabía como iba a terminar. Pero no miedo.
Nadie podía entrar y salir de Bucha. Pero Konstantin Gudauskas se las arregló para cruzar las líneas enemigas mientras los soldados de Moscú cometían los asesinatos que después serían públicos. Logró rescatar a 203 personas. Pero dos de ellas eran mujeres embarazadas: «Podríamos decir que en total rescaté a 205», dice Gudauskas.
Gudauskas tiene 31 años y es un ciudadano kazajo-lituano. Su historia es toda una hazaña de valentía, fe y amor por la libertad. Llegó a Ucrania en 2019 cuando lo desterraron de su país natal, Kazajistán, por protestar contra la falsificación electoral. Encontró su refugio aquí y comenzó sus negocios. «Ucrania es un país de oportunidades y de libertad», explica Gudauskas.
Medio año antes de que comenzase la invasión pudo comprar un apartamento en Bucha y un coche Tesla, cumpliendo así uno de sus sueños. Este vehículo ya no existe, fue alcanzado por un proyectil ruso. Perdió un total de cinco automóviles por disparos de bala, impactos de metralla o explosiones. «Fue un milagro que me salvara, pero Dios siempre está conmigo», asegura. Su vida estuvo en riesgo en múltiples ocasiones. Es el precio por evacuar a sus vecinos.

Citas de la Biblia
Gracias a su pasaporte kazajo, pudo atravesar los 'checkpoints' instalados por los rusos. Cada vez que se adentraba en Bucha, se repetía la escena: «Los interrogatorios eran constantes, me hacían quedarme en ropa interior para ver si tenía tatuajes. Trataban de humillarme», afirma. Supo controlar la tensión en todo momento. Respondía a sus preguntas con citas de la Biblia. «No podían decir nada, ¿qué podían contestar ellos ante la palabra de Dios?», relata. Una vez se dirigía a Borodianka cuando se encontró con un control de chechenos. De nuevo les explicó que era kazajo y que iba rescatar personas. «Uno de ellos me aseguró que no me mataba porque su tío había nacido en Kazajistán», cuenta Gudauskas con énfasis.
Le cuesta dormir por las noches y, cuando pasa por las calles de Bucha, ahora con el aspecto de cualquier ciudad normal, le asaltan imágenes terribles: «Yo vi cómo los rusos disparaban contra gente en esta misma calle».
El kazajo asegura que su fe católica fue un escudo que le protegió entonces y lo sigue haciendo ahora. Gudauskas sigue ayudando a paliar las consecuencias de esta guerra. Tiene su propia fundación, 'Bucha Help', y cuenta con una amplia red de colaboradores voluntarios por todo el país. Su intención es que la gente se quede en Ucrania y no se asiente en el extranjero.
Bucha, como Irpín, también ha renacido, «pero la guerra sigue dentro de la gente», dice Konstantin, y «para superarla es preciso que los responsables sean castigados».
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