Ucrania, un país que se desangra
Enviado especial a Leópolis (Ucrania)
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«Quiero llevarte a un sitio muy personal para mí», me dice Mykhaylo Tymo, un joven de 22 años que, desde el inicio de la invasión rusa, colabora conmigo trabajando como traductor en Ucrania.
Ya es entrada la noche y conducimos por las ... concurridas calles de la ciudad de Leópolis. Al cabo de un rato, Mykhaylo me pide parar el coche en una explanada donde, al fondo, se vislumbra un ejército de velas que parece dar luz a lo que, a primera vista, parece un cementerio. Se trata del cementerio militar de Leópolis, y, ya pasadas las nueve de la noche, llama la atención el constante flujo de gente que entra y sale del Campo Santo.
«En Ucrania, tenemos la tradición de poner siempre velas a nuestros muertos. Es una forma de mantenerlos vivos, de mantener viva su memoria y de dejar siempre una ventana abierta con luz a sus almas para que no se pierdan», me explica, mientras caminamos entre un mar de tumbas recientes repletas de coronas de flores y velas que las iluminan en la oscuridad de la noche.
En nuestro paseo nos cruzamos con familias que visitan la tumba de su hijo muerto en combate, compañeros de armas que acuden con cervezas a la tumba del amigo caído para rememorar recuerdos del frente y viudas con niños que pasan largas horas en la soledad, fumando y hablando con una cruz de madera en la que cuelga el retrato de un marido y padre muerto.
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«Yo vengo mucho de noche», me confiesa. «Me hace pensar, me pone en mi sitio y más en estos tiempos en los que yo, a diferencia de muchos de mis amigos que mueren en el frente, tengo la oportunidad de seguir estudiando. Hace tiempo dejé de jugar a hacer predicciones sobre el futuro de la guerra, ya que la única realidad que he visto desde entonces es esta, la de este cementerio repleto de héroes que han dado la vida por Ucrania, aun sabiendo que las probabilidades que tenemos de sobrevivir a Rusia con cada día que pasa son cada vez más pocas», asegura, mientras se acerca a la tumba en la que descansa eternamente un amigo que combatió en la 80ª Brigada del Ejército de Ucrania.
La incertidumbre sobre el futuro de Ucrania es cada vez más oscura para una gran mayoría de la sociedad ucraniana. En las ciudades y regiones cercanas al frente, los civiles que se han quedado viven como fantasmas que deambulan entre pueblos en ruinas, a la espera de alguna visita esporádica de ayuda humanitaria y sometidos al desasosiego de la posibilidad de una nueva ocupación de las tropas rusas.
Svyatohirs'k vive ahora una tregua de la guerra. Esta pequeña localidad situada junto al frente de Lyman estuvo bajo el control de las tropas rusas hasta hace no mucho. Sin embargo, hoy, los pocos habitantes que quedan en la ciudad miran con preocupación hacia el este. El motivo: las preocupantes noticias que llegan del frente, en las que se afirma que los rusos avanzan de forma constante hacia Svyatohirsk.
Esperando en una de las calles nevadas de Svyatohirsk, una mujer que rehúsa dar su nombre espera en la cola para que la camioneta de la ONG World Central Kitchen (WCK) del reconocido chef español José Andrés llegue y haga la distribución de comida que realiza cada día en este punto de la ciudad. «Sabe, yo tengo una hija de su edad. Se fue cuando los rusos nos invadieron y no quiero que vuelva porque aquí es difícil pensar en un futuro para nadie», dice, mientras recoge su ración de comida y se dispone a regresar a su casa.
«Hace tiempo dejé de jugar a hacer predicciones sobre el futuro de la guerra, ya que la única realidad es este cementerio repleto de héroes»
Mykhaylo Tymo
No muy lejos de Svyatohirsk, en la vieja ciudad minera de Torestks, la situación es mucho más dramática. Las tropas invasoras rusas están a menos de 6 kilómetros de la ciudad. Su artillería supera a las unidades de la Brigada 24 que operan en este sector del frente en una proporción de siete a uno, y cada vez es más difícil para la población civil sobrevivir en una ciudad en la que carecen de todo servicio básico y en la que, cuando se arriesgan a salir en busca de algo de comida, las probabilidades de perder la vida por culpa de un proyectil ruso son cada vez mayores. Un total de tres furgonetas coordinadas por el capellán de la Brigada 24 ayuda en las evacuaciones de los civiles que quieren abandonar la localidad. Con cada día que pasa, escapar de Torestks resulta más difícil.
Un militar que acompaña al Padre Yuri y que responde al apodo de Bob no para de meter prisa a los que quieren ser evacuados. «Aquí los drones rusos están por todas partes y somos un grupo grande», dice, mientras observa el horizonte. Estamos en Niu-York, una pequeña localidad contigua a Torestks, donde la situación es especialmente sensible.
«Tal y como están las cosas, no sé si seremos capaces de mantener estas posiciones. Los rusos están presionando mucho y nosotros apenas tenemos munición. La población civil que no quiere huir es porque espera a que lleguen los rusos para que los liberen de nosotros o porque son ancianos y quieren morir en su hogar», explica, cerrando apresuradamente la puerta de la camioneta y dando la orden de salir de allí inmediatamente.
Ya en el interior de la furgoneta, una mujer de unos cincuenta años de edad, cuyo nombre es Elena, mira por la ventanilla mientras abandonamos a toda velocidad la localidad. «¿Sabe?», nos dice, «no creo que nunca regrese, los rusos me lo quitaron todo».
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