Trump escenifica en Butler la comunión total con sus seguidores: «Derramamos la sangre juntos»

El expresidente de EE.UU. busca un impulso para la recta final de su campaña desde el lugar en el que sobrevivió de milagro a un intento de asesinato

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Regreso a Butler

Donald Trump gesticula al público durante su discurso en Butler AFP

Javier Ansorena

Enviado especial a Butler (Pensilvania)

«Como os estaba diciendo…». Son las primeras palabras que Donald Trump pronuncia cuando se sube al escenario en Butler, una localidad en el oeste de Pensilvania. El virtuoso del teatro político contemporáneo ofrece un guiño cómico para un momento de gravedad. Son las ... seis de la tarde del sábado 5 de octubre en una explanada a las afueras del pueblo. Falta un mes para la elección presidencial con la que busca regresar a la Casa Blanca. Agarra el micrófono en el mismo sitio y a la misma hora que el 13 de julio, cuando sobrevivió de milagro a un intento de asesinato.

Trump comparece aquí para acabar el discurso interrumpido de aquel día y para ganar la batalla contra Kamala Harris del 5 de noviembre. Para recordar a EE.UU. que no le han tumbado y para establecer una comunión total con sus seguidores. Un pacto de sangre -la que cayó en ese mismo escenario por la bala que hirió su oreja derecha- que le impulse hacia una presidencia que él cree que no debió haber perdido nunca, aunque los votantes opinaran diferente.

«Hemos derramado sangre juntos», dice, cambiando el humor por la trascendencia. «Nadie ha pasado por lo que hemos pasado. Nadie. Y porque yo estoy pasando por ello, vosotros estáis pasando por ello».

«Hace doce semanas, todos recibimos un disparo por América», asegura después y les convoca a, entre todos, conseguir una victoria en noviembre que será el «mayor logro de la historia de la política».

«Noté las balas silbando por encima de mi cabeza»

Llegan las seis y once minutos, el momento en el que sonaron los disparos. En su mitin de julio, Trump estaba hablando de la inmigración masiva de indocumentados, uno de sus asuntos estrella. A 150 metros de allí, un joven de 20 años, Thomas Matthew Crooks, estaba subido a una azotea con un rifle de estilo militar. Casi al mismo tiempo que apretaba el gatillo, Trump giró la cabeza hacia la derecha, para hablar de un gráfico que se proyectaba en una pantalla gigante. El movimiento esquivó de milagro la bala fatal, que solo rozó el apéndice. Hoy vuelve a aparecer junto a ese gráfico salvador.

Hubo más de un disparo. «Noté las balas silbando por encima de mi cabeza, como si fueran latigazos»; cuenta a este periódico Matt Goehring, un veinteañero de Butler. Como miles entre las decenas de miles de asistentes, estuvieron aquí en julio y hoy repiten. «Después me tiré al suelo y no vi nada más».

No vio a Trump derrumbarse sobre el escenario. Ni cómo después, en una nube de agentes del Servicio Secreto, se levantó con la cabeza ensangrentada, lanzó el puño al aire y gritó «¡luchad, luchad, luchad!».

Goehring sintió las balas de cerca. Una de ellas rozó a Trump. Otras hirieron a dos asistentes, uno de ellos todavía ingresado. Otra acabó con la vida de Corey Comperatore. Trump le dedica ahora ese momento de las seis y once minutos: su segunda fecha de nacimiento es también la del adiós de este bombero local. Su casco y su chaqueta protectora están sobre el escenario. El expresidente pide silencio, los miles de seguidores se quitan gorras, viseras, sombreros de cowboy, el bicornio de un imitador de George Washington, el de copa de un trasunto de Abraham Lincoln.

Trump cede su micrófono a un cantante de ópera, que interpreta el 'Ave Maria' de Schubert. A un chico joven, desmonterado de su gorra roja con las letras MAGA ('Make America Great Again', 'Hacer a EE.UU. grande otra vez', el gran lema de Trump) se le caen las lágrimas. El último sol de la tarde azota las nucas enrojecidas de la parroquia, que ha pasado hoy muchas horas al sol. Aquí hay gente que ha dormido en sus coches, en cunetas cercanas, para estar cerca de Trump. Las colas han serpenteado la entrada al recinto -dedicado a ferias agrícolas- desde el punto de la mañana.

«A eso se llama una voz», celebra Trump sobre el tenor cuando este acaba el último 'in hora mortis nostrae', y despoja de solemnidad al homenaje a Comperatore.

El expresidente recupera el tono desafiante que le ha devuelto al lugar en el que estuvo a punto de perder la vida: «Nunca abandonaré, nunca me doblegarán, nunca me romperé, nunca cederé, ni siquiera ante la muerte», promete antes de una ovación estruendosa.

Voluntad divina

Todo el mundo en EE.UU, sabe dónde estaba cuando pegaron un tiro a Trump. Muchos de los que lo vieron en persona en Butler han repetido. «Yo estaba ahí, junto a la valla», cuenta Keith Jackson, de la cercana Pittsburgh, la segunda ciudad más grande de Pensilvania. Habla con ABC cuando todavía no han comenzado los discursos principales. Se escucha por los altavoces la banda sonora de 'Top Gun' y la gente sabe que va a asomar por el cielo el avión de Trump, que pega dos pasadas entre ovaciones sobre el cielo de Pensilvania. «Soy cazador y me di cuenta enseguida de qué había pasado. Miré hacia al lado y todavía pude ver al atacante disparando y cómo le abatieron después», añade Jackson.

«Soy cazador y me di cuenta enseguida de qué había pasado. Miré hacia al lado y todavía pude ver al atacante disparando y cómo le abatieron después»

Keith Jackson

Testigo del intento de asesinato a Trump en Butler

Shane Smith, vecino de Butler, dice que en julio presintió que algo iba mal y no vino al mitin. «Lo vi por la tele y se me cayó el corazón a los pies», asegura detrás de una barba amarilleada por el tabaco.

Como muchos otros, Smith protesta por los fallos de seguridad de aquel día. «Lo que hizo el Servicio Secreto es inexcusable», critica Alice Haussmann, también de Pittsburgh, sobre la actuación de las fuerzas de seguridad encargadas de la protección de presidentes y expresidentes, que ha motivado el despido de su directora y una investigación en el Congreso. «Con todo lo que se ha sabido, no me parece que sea un problema de supervisión, creo que hubo un plan», añade.

Otros también hablan de plan. Pero de un plan divino, el que salvó al expresidente. Lo dice de forma literal el que aspira a ser su vicepresidente, J.D. Vance. El senador por Ohio recita el salmo 23:4 -«aunque ande en valle de sombra de muerte, no tendré mal alguno, porque tú estarás conmigo» y dice que «Dios salvó a Trump y Dios está ahora con nosotros». Abajo entre el gentío, Harley Smith, jovencísima y de Butler, se agarra el crucifijo y asegura que Trump giró su cabeza para evitar la bala «cien por cien por intervención divina». El expresidente asegura después que le tocó «la mano de la Providencia y la gracia de Dios».

La voluntad divina convive aquí con las teorías conspiratorias. Las azuzan desde el círculo más íntimo de Trump. Uno de sus hijos, Eric, se sube al escenario y habla de «ellos» y de los demócratas, pese a que el atacante fue uno y las autoridades todavía no han arrojado conclusiones sobre su motivación y su ideología. «Ellos trataron de mancharnos. Ellos vinieron a por nosotros. Le hicieron un 'impeachment' (juicio político en el Congreso) dos veces. Y después ellos trataron de matarle. Y es porque el Partido Demócrata no es capaz de hacer nada bien».

Después, su padre incide en la misma idea: «Los que quieren pararnos me han difamado, me han imputado, me han tratado de echar de las papeletas y, quién sabe, quizá también han tratado de matarme».

Su nuera, Lara Trump, ungida por Trump este año como copresidenta del Partido Republicano, une lo divino, lo humano y lo electoral: «Ya no es izquierda contra derecha, ya no es republicano contra demócrata, es el bien contra el mal».

«Ya no es izquierda contra derecha, ya no es republicano contra demócrata, es el bien contra el mal»

Lara Trump

Nuera de Donald Trump y copresidenta del Partido Republicano

Ese es el mensaje de Trump desde Butler para la recta final de la campaña: la venganza colectiva frente al intento de asesinato en este mismo escenario tiene que ser una victoria en noviembre.

«Hace doce semanas todos nos llevamos un disparo por América», proclama el expresidente desde la tribuna, parapetado por una pared de cristal, con las azoteas de los alrededores tomadas por francotiradores. «Lo único que pedimos es que todo el mundo salga a votar. Tenemos que ganar. No podemos permitir que esto le pase a nuestro país».

«Nunca abandonaré, nunca me doblegarán, nunca me romperé, nunca cederé, ni siquiera ante la muerte»

Donald Trump

«Nunca abandonaré, nunca me doblegarán, nunca me romperé, nunca cederé, ni siquiera ante la muerte», promete a la masa, con la noche ya caída sobre la campiña de Pensilvania, quizá el estado más decisivo de la elección, donde cada voto cuenta. Donde quedan treinta días de batalla contra Harris por cada uno de ellos.

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