Trump desata el fervor de sus fieles tras el atentado: «Él es la única persona que puede salvar este país»
El de Grand Rapids es el primer mitin del expresidente desde el intento de asesinato. También el primero con J.D. Vance, su candidato a la vicepresidencia
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El expresidente Trump en su mitin de en Grand Rapids (Míchigan)
La fila humana se alarga varias manzanas en la avenida Ionia, en el centro de Grand Rapids, una ciudad al oeste de Míchigan. Una muchedumbre hace cola a las afueras de un pabellón deportivo para ver a su líder, a su héroe, a su santo ... patrón. Muchos saben que se quedarán fuera. Unas horas después, Donald Trump se aparecerá ante sus fieles. Es casi una resurrección. Una semana antes, a esta misma hora, el expresidente de EE.UU. y candidato republicano vio la muerte de frente. Un atacante subido a una azotea le disparó varias veces durante un mitin en Butler (Pensilvania). Una bala le rozó la oreja derecha. Otras acabaron con la vida de un seguidor y dejaron a otros dos heridos de gravedad.
El de Grand Rapids es el primer mitin de Trump desde el atentado. También el primero con J.D. Vance, su candidato a la vicepresidencia, a su lado. Vance había sido señalado como elegido unos días antes, en la convención republicana en Milwaukee (Wisconsin), en la que Trump salió relanzado en su viaje de vuelta hacia la Casa Blanca.
Ni el calor ni las horas de espera ahogan la euforia y el optimismo en la cola antes de entrar en el Van Alden Arena, el estadio local. Una vez dentro, el aire acondicionado extremo tampoco enfría los ánimos. Nadie quiere imaginarse ahora eso, pero la historia de EE.UU. estuvo a pocos milímetros de dar un vuelco. Un giro de la cabeza de Trump hacia su derecha -para muchos de sus seguidores, una obra de Dios- evitó la tragedia. ¿Qué hubiera pasado si la bala hubiera encontrado su objetivo?
«No quiero ni pensarlo», dice Darrel Van Kloppenburg, un jubilado que presenció el atentado por la pequeña pantalla, en directo. «Pensé que el sueño se había acabado, él es la única persona que puede salvar a este país».
Amenaza de violencia
Otros, como Jakoba Bouna, vestida con un jersey con los colores de la bandera nacional y tocada con la gorra roja MAGA ('Make America Great Again', 'Hacer a EE.UU. grande de nuevo'), sí lo han pensado. «Mucha gente ama a Trump y apoya lo que está haciendo. Su muerte hubiera sido algo devastador para este país. Ya está dividido y eso hubiera supuesto una fractura total, una guerra civil».
Bouna dice que la reacción no hubiera sido que la gente se echara a las armas y empezara a «disparar a otros con la bandera arcoíris o con carteles de 'Black Lives Matter'», dice en referencia activistas LGBTQ y de derechos civiles de la minoría negra. «Somos gente pacífica. Amamos a nuestro país, a Dios, a la familia, a la libertad, a nuestros valores. Somos gente buena. No creo que la gente cogiera sus AR -rifles semiautomáticos de estilo militar- y empezara a matar a otros», explica. «Lo que pasaría es que algunos estados empezarían a considerar la idea de una secesión».
Tras recibir el tiro, Trump cayó al suelo y fue cubierto de inmediato por los cuerpos de los agentes del Servicio Secreto. Se levantó por su propio pie y, con un instinto de proyección pública asombroso, levantó el puño al aire, con la cara ensangrentada y el fondo de una bandera estadounidense y gritó «fight, fight, fight» («luchad, luchad, luchad»). Esa imagen era un icono inmediato y en Míchigan ya estaba plasmada en las camisetas de cientos de asistentes.
Noelle Wiedenhoeft lleva la misma gorra roja MAGA y un cartel que dice 'Joe, estás despedido', un guiño a 'El aprendiz', el programa de telerrealidad con el que Trump ganó popularidad antes de iniciar su carrera política. «Estoy muy aliviada de que saliera a salvo», dice. «No le deseo la muerte a nadie, ni siquiera a Joe Biden».
Durante más dos horas se suceden los discursos de teloneros -el principal, el de Vance- y los altavoces proyectan canciones con intención: 'Macho man', de Village People; 'The Winner Takes it All' ('El ganador se lo lleva todo'), de ABBA; o 'We Didn't Start the Fire' ('Nosotros no empezamos el incendio'), de Billy Joel.
Entrega absoluta
La locura se desata cuando Trump entra en el escenario. Le reciben gritos atronadores de «USA, USA, USA» y «lucha, lucha, lucha». El candidato deja claro que lo único que le ha quitado aquella bala es un trozo de piel en la oreja. Es el Trump de siempre, su versión 'vintage'. A ratos cercano, cómplice, 'showman'. A ratos volcánico, duro, faltón. Se salta el guion a cada paso para trufar su discurso con falsedades, chistes, exageraciones o ataques personales.
El discurso se alarga hasta casi dos horas, en una muestra de fuerza y vigor respecto a Biden, al que califica de «débil», «patético», incluso «de bajo coeficiente intelectual».
«Vi el atentado por la tele. Durante uno o dos minutos creía que lo habían matado», cuenta antes del mitin Brian Pannebecker, un sindicalista retirado del sector de la automoción que lidera un grupo de apoyo a Trump frente a los dirigentes de su sindicato, el poderoso Auto Workers Union, que respaldan a Biden. «Yo ya predije que si no eran capaces de impedirle llegar a la presidencia metiéndole en la cárcel lo tratarían de asesinar, como hicieron con John Fitzgerald Kennedy», añade, y asegura que la CIA, el FBI y el «estado profundo» están detrás del intento de asesinato. «Se dedican a eso», sentencia.
Pannebecker no cree que EE.UU. se hubiera sumido en una «guerra civil» si Trump hubiese fallecido. «Imagino grandes protestas, cierres de negocios, huelgas», dice. Poco después, en medio del mitin, Trump le reconoce entre las cerca de 12.000 personas que llenan el estadio. Le invita a subir al escenario, entre la ovación de la multitud y las reticencias de los agentes del Servicio Secreto, con el recuerdo del atentado cercano. «Está bien, este tipo no lleva armas», les dice Trump. Pannebecker proclama con fervor en el micrófono su apoyo al expresidente. Es, sin duda, el día más feliz de su vida.