Los 'sin tierra' de Brasil, okupas con apoyo del Estado

Con la vuelta de Lula da Silva al poder este movimiento de izquierdas –convertido en icono pop– ha logrado la cesión de terrenos. Hablamos con uno de sus líderes en una visita a una hacienda invadida en el norte de Sao Paulo

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Activistas del Movimiento Sin Tierra (MST) marchan, EN agosto de 2018, en apoyo a la candidatura de Lula da Silva JOÉDSON ALVES

David Alandete

Enviado especial a Sao Paulo

La okupación es aquí un hecho más que consumado. Tiene forma de casa de ladrillo de dos plantas y 80 metros cuadrados, con huerto de media hectárea donde Flávio Barbosa de Lima cultiva sobre todo yaca y también mandioca, lechuga y otras verduras. Ha ... pasado mucho tiempo, casi dos décadas, desde que este agricultor de 51 años llegara por primera vez a esta hacienda, 50 kilómetros al norte del centro mismo de Sao Paulo, con la determinación de okuparla y hacerla suya a base de cultivos, junto con otros integrantes del movimiento Sin Tierra, que defiende la redistribución forzosa de terrenos en Brasil.

No es que esta okupación sea una aventura temeraria, perseguida por la ley, como sería habitual en otros países. Este agricultor es parte de una legión de 450.000 familias como la suya, que dicen cumplir simplemente lo que manda la constitución de su país, promulgada en 1988. En el articulo 184 de esta, se dice abiertamente que corresponde al estado «expropiar por interés social, para fines de reforma agraria, la propiedad rural que no cumpla su función social, mediante previa y justa indemnización«.

Moradores sin títulos como Flávio Barbosa enarbolan la constitución como garante de su derecho a vivir y trabajar terrenos como este. Aquí, en lo que se conoce como Hacienda San Luís, a medio camino entre Sao Paulo y Campinas, en 20 hectáreas okupadas por una treintena de familias como la suya. No hay muchos lujos. El agua corriente acaba de llegar. Los caminos no están asfaltados. El polvo que se desprende de una tierra rojiza lo cubre todo bajo el calor tropical. «Aquí gracias a Dios», dice, «hemos sido bendecidos. Y de aquí yo ya no me marcho».

Sheila Rodrigues Santos Barbosa, de 51 años, cocina en su casa en la hacienda okupada los ñoqui de yaca que su marido produce ABC

Los Sin Tierra como Flávio están ahora en el centro de un ciclón político en Brasil, ya que una comisión parlamentaria investiga desde mayo las okupaciones. El expresidente Jair Bolsonaro congeló ayudas públicas a este grupo tradicionalmente ligado a la izquierda, y para avanzar la reforma agraria decidió emitir títulos de propiedad, beneficiando a pequeños hacendados. Con el regreso de Lula da Silva al poder, ha vuelto el apoyo presidencial al colectivo. Sin embargo, Lula lidera una gran coalición con partidos izquierdistas, centristas y conservadores, y el respaldo no es unánime.

¿Qué lleva a alguien como Flávio a venirse aquí, donde ha estado largos años sin agua corriente, cultivando una parcela reseca donde apenas crecen unos árboles que a simple vista no prometen mucho? Él vivía en Perus, un barrio de Sao Paulo. Hijo de trabajador del metal, tenía un pequeño comercio, conoció a su mujer y ambos decidieron unirse a los Sin Tierra. Pararon primero en el asentamiento de Irmã Alberta, una okupación ya muy asentada, que iba creciendo.

Los nuevos iban siendo desalojados por la policía, y así es como Flávio y su mujer acabaron aquí en la hacienda São Luis. «Los Sin Tierra hacemos algo que está en la constitución brasileña. Todas las áreas que no cumplen su función social tienen que ser destinadas a la reforma agraria. Pero la ley brasileña es un poco, digamos, lenta. Así que tenemos que okupar. A veces son improductivas, a veces se usan para cultivos o actividades ilegales, a veces dentro de ellas se ha practicado la esclavitud», cuenta Flávio en su casa, mientras su mujer cocina ñoqui de carne de yaca, que ellos venden a un mercado frecuentado por veganos.

Los primeros años aquí fueron, dice, complicados. Armaron tiendas de campaña con plásticos. La lluvia puede ser torrencial en estos parajes. El calor y la humedad llegan a asfixiar. En el terreno sólo había una pequeña producción ilegal de ladrillos. El gobierno estaba estudiando autorizar una urbanización de lujo con mil lotes de 800 metros cuadrados, algo prometedor para los promotores urbanísticos por la cercanía de la sierra de Japi. A los okupas los desalojaron ocho veces, y volvieron siempre.

Legión agrícola

Son 450.000 familias de los sin tierra que cultivan propiedad okupada

Mientras okupan y reokupan esta propiedad privada, los Sin Tierra defienden en los tribunales su derecho a okupar, normalmente por demandas de los dueños de las tierras ahora en disputa. Y ahí entra el gobierno, en una estrategia perfeccionada durante los primeros años de gobierno del Partido de los Trabajadores, desde 2003 a 2016. El Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria, creado en 1970, estudia las tierras y decide si expropia. Con todo el poder del estado, tiene la potestad de confiscar y dividir la tierra en parcelas pequeñas para crear un asentamiento de reforma agraria. Las familias que viven en estos asentamientos pueden obtener la propiedad legal de sus parcelas después de cumplir ciertos requisitos, como explotar la tierra de manera productiva y sostenible.

En el caso de esta hacienda, el juez falló en 2006 que de un área en disputa de 100 hectáreas, los agricultores okupados como Flávio podían quedarse en unas 20 hectáreas, que es donde hoy están. Está claro el efecto que este asentamiento ha provocado entre los terratenientes de esta zona de mata atlántica, con cultivo de eucalipto para papel, polémico por su alto consumo de agua y por reemplazar los ecosistemas nativos. Los caminos a parcelas apartadas de la región están completamente cortados con barricadas imposibles de franquear. Grandes carteles advierten: «propiedad privada, entrada a su riesgo».

Flávio Barbosa de Lima, 51 años, durante la entrevista ABC

En Brasilia, la capital, las okupaciones que llevan a este nuevo 'statu quo' son objeto de acaloradas discusiones en una comisión parlamentaria en la que casi se ha llegado a las manos. Los promotores de la comisión, aliados de Bolsonaro, acusan a los Sin Tierra de utilizar los campamentos como centros de adoctrinamiento ideológico, en lugar de la producción agrícola. La izquierda ve esta misma comisión como una excusa para criminalizar los movimientos por la reforma agraria.

El 31 de mayo testificó el gobernador de Goiás y aliado de Bolsonaro, Ronaldo Caiado, quien acusó veladamente a los Sin Tierra de practicar el narcotráfico en tierras okupadas. Un diputado del Partido de los Trabajadores, Paulão dos Santos, se indignó y le respondió con acusaciones de financiación ilícita. Entre gritos, una feminista aprovechó para denunciar machismo y fue expulsada.

Entre todo este tumulto, Lula se ha mostrado consciente de que las okupaciones no son extremadamente populares en Brasil. Formalmente conocido como Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, fue fundado en 1984 y en 40 años ha creado un imperio: 160 cooperativas, 1.900 asociaciones de agricultores, es el mayor productor de arroz orgánico del continente, sus cooperativas se financian con títulos emitidos en el mercado de valores. Es una base social y política de primer orden para Lula.

El 13 de junio, el presidente se dirigió directamente a los Sin Tierra, que en su paso por la cárcel se manifestaron repetidamente para pedir su libertad, y les imploró no invadir. «Vamos a fortalecer la pequeña y mediana propiedad, fortalecer el agronegocio, seguir haciendo la reforma agraria, porque donde sea necesario asentar gente, lo haremos. No necesitamos invadir más, dijo.

Desde hace dos décadas, los Sin Tierra suelen concentrar sus okupaciones en lo que denominan como «abril rojo», en homenaje a las 19 víctimas de una masacre de activistas a manos de la policía militar en el estado de Pará. Este año, el del regreso de Lula al poder, han acelerado. Entre enero y abril sumaban 33 invasiones en todo Brasil, más ya que en los cinco años previos combinados. Es, dicen los líderes de los agricultores, una forma de presionar al gobierno, de negociar avances en la reforma agraria a cambio de replegarse.

Aunque los Sin Tierra dicen, como Flávio, que sólo invaden tierra improductiva, no siempre es así. En febrero okuparon tres haciendas productivas en Bahía, empleadas para el eucalipto, del que se extrae la celulosa. Es lo que Flávio llama «crimen medioambiental», una causa para él lícita.

Lo cierto es que en esta modesta casa en la que Flávio vive con su mujer, Sheila, y sus cuatro hijos, no hay indicios de terrorismo o narcotráfico. Es una vida dedicada a trabajar el campo, con mucha ideología. Flávio habla con pasión de la izquierda, de Lula, se confiesa admirador de su carácter pragmático, sabe que debe gobernar y llegar a acuerdos, pero que no les traicionaría por nada. «Sí, Lula hizo alianzas, pero era muy necesario sacar al personaje de antes del Gobierno. Y ahora vamos a mantener la lucha. Claro que sí. Pero de todos los presidentes que ha tenido este país, Lula es el único que se ha okupado de la cuestión social», afirma.

En la camiseta lleva la faz del presidente con el lema: «Brasil feliz de nuevo». En su cabeza luce la gorra roja de los Sin Tierra, dos trabajadores sobre un mapa del país, machete en alto. Es el símbolo de este colectivo, algo ubicuo para la izquierda en Brasil, un accesorio que llevan desde Lula hasta los 'hipsters' de los barrios más modernos de Rio y Sao Paulo. Para Flávio, el haberse convertido en un icono pop es también un éxito de su colectivo. «Cualquier apoyo, por pequeño que sea, es bienvenido».

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