Stalingrado, la batalla que decidió la II Guerra Mundial
Hace hoy 80 años los Ejércitos de Hitler y Stalin iniciaron un brutal enfrentamiento a orillas del Volga que provocó la muerte de dos millones de personas
Stalingrado: la verdad tras el infierno bolchevique que pulverizó a los imbatibles tanques nazis
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Iniciar sesiónEl 23 de agosto de 1942, hace hoy 80 años, comenzó la que es considerada como la mayor batalla de la Historia: Stalingrado. Casi dos millones de personas perdieron la vida en los feroces combates que concluyeron el 31 de enero de 1943 con ... la rendición del mariscal Friedrich von Paulus, comandante del VI Ejército. La derrota de la Wehrmacht marcó el desenlace del conflicto porque, desde ese momento, las tropas soviéticas llevaron la iniciativa, forzando a los soldados de Hitler a retirarse hasta la frontera polaca. La debacle del VI Ejército fue una humillación para el Führer y la demostración de que sus hombres no eran invencibles.
En aquella madrugada del 23 de agosto, el VI Ejército cruzó el río Don tras eliminar la resistencia soviética y llegó a Stalingrado al anochecer sin apenas encontrar oposición. Esa misma tarde los aviones alemanes llevaron a cabo un violento ataque contra Stalingrado con la destrucción de casas, fábricas y la estación ferroviaria, provocando una cifra de más de 10.000 muertos. Las escenas de horror eran devastadoras.
Batalla de Stalingrado
Situación de la
frontera alemana:
19 de noviembre
Avances rusos
del 19 al 28 de noviembre
12 de diciembre
24 de diciembre
Serafimovich
Kremenskoya
Kletskaya
Río Volga
Panshirskiy
Vertyachiy
Karpovka
Río Mishvoka
Stalingrado
(actual
Volgogrado)
Morozovsk
Río Tsymla
Kumskiy
Zalivskiy
Río Aksay
Río Don
Kotelnikovo
RUSIA
Volgogrado
ABC
Batalla de Stalingrado
Situación de la
frontera alemana:
19 de noviembre
12 de diciembre
24 de diciembre
Avances rusos
del 19 al 28 de noviembre
Serafimovich
Kremenskoya
Río Volga
Kletskaya
Panshirskiy
Vertyachiy
Karpovka
Río Mishvoka
Stalingrado
(actual
Volgogrado)
Río Tsymla
Morozovsk
Kumskiy
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ABC
Stalingrado, la antigua Tsarytsin en la época de los zares, tenía en 1942 alrededor de 400.000 habitantes y era un enclave industrial con fábricas de armamento y tractores. Situada a las orillas del Volga, era además un centro importante de la distribución de mercancías por vía fluvial. Y era por añadidura un lugar de enorme simbolismo para Stalin, comandante de una fuerza que había vencido allí al Ejército Blanco dos décadas antes.
Tras sufrir importantes pérdidas y un serio contratiempo en sus planes al fracasar en la toma de Moscú en el otoño de 1941, Hitler decidió que su objetivo prioritario debían ser los pozos de petróleo del Cáucaso, puesto que su maquinaria de guerra padecía una seria escasez de combustible.
En principio, el VI Ejército debía llegar hasta Stalingrado y girar hacia el sur en su avance hacia el Caspio. Pero Hitler cambió de opinión y ordenó la toma de la ciudad al disponer de información de que estaba escasamente protegida. El general Halder, jefe del Estado Mayor, le advirtió de los enormes riesgos de la operación con el argumento de que Stalin disponía de importantes reservas para contraatacar. Hitler, que le destituyó poco después, despreció su punto de vista.
Stalin supo enseguida que los alemanes iban a atacar Stalingrado porque los espías de la red Orquesta Roja, con muy buenos contactos con oficiales del Ejército alemán, le habían avisado de la llamada 'Operación Azul'. Al principio era reacio a creerles, pero luego se dio cuenta de que su información era fiable.
El 5 de abril de 1942 Hitler había aprobado la directiva 41 para conquistar las cuencas del Don y del Volga, que le aseguraban la llave del Cáucaso y le permitían estrangular a las fuerzas de Stalin. La ofensiva fue llevada por varios ejércitos que totalizaban en torno a un millón de soldados, más de 2.500 carros blindados y un contingente de 600.000 soldados italianos, húngaros y rumanos, sus tres países aliados.
Un ataque feroz
A Von Paulus, que había sido nombrado comandante del VI Ejército tras el fallecimiento inesperado del general Reichenau, se le asignó la conquista de Stalingrado, con la ayuda del otras fuerzas que se incorporaron posteriormente. Von Paulus había sufrido un serio revés en Járkov cuando se vio rodeado por las tropas de Timoshenko, pero la ayuda del I Ejército Panzer al mando de Von Kleist le salvó de la debacle. Las tornas cambiaron y más de 200.000 soldados soviéticos fueron hechos prisioneros tras ser cercados.
La Wehrmacht había logrado la toma de Sebastopol en Crimea tras tres meses de asedio y, después de la victoria en Járkov, pudo cruzar el Don, débilmente defendido por soldados soviéticos desmoralizados que huían en desbandada. Los tanques y miles de camiones avanzaban en agosto por la estepa rusa, mientras los soldados se tapaban la cara con pañuelos para protegerse del polvo. El calor era asfixiante. Pero la moral era óptima por la racha de triunfos del VI Ejército, considerado por Hitler como la mejor de sus unidades.
El caudillo alemán tenía una ciega fe en Von Paulus, un oficial prusiano que había sido el ayudante de Reichenau. No tenía su instinto asesino ni su fanatismo, pero era un militar competente al que le repugnaban los excesos de las SS en la retaguardia, donde operaban los llamados Einsatzgruppen. Estaban formados por unos 3.000 hombres de Himmler que asesinaban a los judíos, los comisarios políticos y los dirigentes locales tras entrar en los territorios conquistados.
Esto no sucedía por casualidad ya que Hitler había aprobado otra directiva al comienzo de la campaña soviética que ordenaba una política de tierra quemada con el pretexto de no dejar enemigos en la retaguardia y exterminar a todos los judíos. Algunos generales protestaron, pero el Führer ignoró las quejas.
Al enterarse de que el asalto a la ciudad del Volga era inevitable, Stalin llamó al Kremlin al general Yeremenko, que estaba de baja por la herida de una pierna. Le nombró responsable de la defensa de Stalingrado con la advertencia de que tenía que defenderla hasta la muerte del último hombre. Tras el comienzo del cerco, el caudillo soviético envió a Jrushov como comisario político. Ambos se entendieron perfectamente y trabajaron para cumplir el mandato de su jefe. Como Stalin no se fiaba de nadie, envió también a Malenkov, enemigo de Jrushov, para que emitiera un informe sobre la situación.
Tras ser consciente de su inferioridad, ya que apenas disponía inicialmente de 25.000 soldados, Yeremenko reclutó obreros y otros civiles para defender el perímetro de la ciudad, de unos 23 kilómetros. Disponía de una elevada colina en el centro que le permitía una perfecta observación de los movimientos del enemigo. Y había dos pronunciados barrancos que fortificó. Un contingente importante de los efectivos fue llevado a defender las fábricas situadas en el norte del enclave.
Decenas de miles de habitantes de Stalingrado abandonaron la ciudad tras cruzar en barcazas el Volga, aunque, a partir del 23 de agosto, eso fue casi imposible porque la aviación alemana batía el río y hundía cualquier objeto que flotara.
Tras los primeros combates, con enormes bajas soviéticas, la infantería alemana inició el asalto a la ciudad, apoyada por divisiones panzer al mando del general Hoth, el 1 de septiembre. Dos días antes, el general Zhukov había llegado a Stalingrado con el fin de supervisar la defensa de Yeremenko y organizar las bases de un contraataque. Stalin le había insistido en que no podía dar un paso atrás ni retirar un solo soldado.
El VI Ejército atacó con fiereza la ciudad por sus tres flancos: norte, sur y centro. Las tropas resistentes quedaron encajonadas en el centro de Stalingrado, con el Volga a sus espaldas. La situación era desesperada y el general Lopatin pidió permiso para rendirse. La respuesta de Yeremenko fue destituirle. Stalin, que temía un rápido derrumbe, ordenó al 62 Ejército, al mando de Chuikov, defender la ciudad, hostigar a los hombres de Von Paulus y aflojar el cerco.
El día en el que Chuikov asumía sus nuevas responsabilidades, Hitler llamó a Von Paulus a la Guarida del Lobo en Prusia Oriental para preguntarle cuando caería Stalingrado. Estaba convencido de que era cuestión de días hasta el punto de que, a finales de septiembre, el Führer anunció en un mitin en Berlín que la ciudad había caído.
Nada más lejos de la realidad. A pesar de las sucesivas ofensivas y los brutales bombardeos, los defensores seguían resistiendo. Se combatía en las calles, en las fábricas y casa por casa. En octubre, la Wehrmacht había tomado un 80 por ciento de Stalingrado, pero no había logrado doblegar a sus enemigos. La mitad de sus 20 divisiones luchaban contra los soviéticos en el interior del enclave. Francotiradores como Vasili Zaitsev hacían estragos entre los alemanes, mientras los milicianos arrojaban cócteles Molotov a los blindados.
La colina de Mamaiev, la estación y los edificios del centro cambiaban día a día de manos en un enfrentamiento brutal. Los soviéticos llegaron a perder 6.000 soldados en una sola jornada. Uno de ellos fue Rubén Ruiz, el hijo de la Pasionaria.
Los alemanes empezaron a tener problemas de suministro de municiones y a dar los primeros signos de fatiga. Tras cinco semanas de ofensiva, sus enemigos no sólo no se rendían sino que peleaban cuerpo a cuerpo, de suerte que el VI Ejército tenía que tomar casa por casa. Sus hombres, acosados por el hambre, las enfermedades y la falta de higiene, no estaban acostumbrados a este género de guerra. Ni siquiera podían utilizar la artillería ya que los dos bandos se hallaban a pocos metros.
'Kessel', la caldera helada
En la mañana del 14 de octubre, Von Paulus ordenó una ofensiva con todos sus recursos que fracasó al no poder eliminar los reductos de resistencia. La infantería alemana no pudo tomar las fabricas a pesar del apoyo de los blindados y los cañones. Para aquel entonces, Stalin había puesto al general Rossovski al frente de seis divisiones para atacar al VI Ejército. El signo de la batalla empezaba a cambiar y Hitler se ponía muy nervioso al no obtener resultados.
El 2 de noviembre la Stavka, el alto mando soviético, ordenó el comienzo de una contraofensiva sobre Stalingrado. Días después, Zhukov se acercaba a la ciudad con una fuerza de casi un millón de hombres, 13.000 piezas de artillería, más de 1.000 aviones de combate y 900 blindados. Una maquinaria imbatible para los agotados y desmoralizados soldados del VI Ejército.
Las tropas de Zhukov rodearon a los alemanes en un cerco imposible de superar. La Wehrmacht quedó atrapada en una área de 16 por 10 kilómetros al este de la ciudad. Más de 300.000 soldados tuvieron que resistir sin comida, sin apenas munición y a temperaturas inferiores a los 20 grados bajo cero. La zona cercada fue bautizada como el 'Kessel', que significa caldera en alemán.
Von Paulus sabía que Hitler no aceptaría su rendición y pidió ayuda militar y suministros. El caudillo nazi ordenó al general Erich von Manstein que intentara enlazar con su grupo de Ejércitos del Don con Von Paulus, pero fue detenido por una muralla de fuego. Tras llegar a 35 kilómetros de Stalingrado, tuvo que dar marcha atrás para no ser cercado. Mientras, Göring prometió que la Luftwaffe organizaría un puente aéreo para suministrar 600 toneladas de alimento diarias al embolsamiento. Era un espejismo.
Los aviones eran derribados o no podían aterrizar por las condiciones atmosféricas, dos aeródromos de abastecimiento habían sido destruidos, mientras decenas de miles de alemanes morían de frío e inanición. La artillería soviética había cercado el perímetro y más de 10.000 cañones bombardeaban día y noche a los alemanes mientras crecían las deserciones.
En un desesperado intento para aumentar su motivación, Hitler nombró mariscal a Von Paulus el 30 de enero, recordándole en su orden que un alto oficial nunca se rinde. La advertencia fue ignorada y el general jefe del VI Ejército se rindió al día siguiente. Casi 100.000 soldados alemanes que habían sobrevivido fueron hechos prisioneros y obligados a marchar por la estepa cubierta de nieve. A Von Paulus le trataron con deferencia y posteriormente le permitieron residir en la Alemania Oriental.
No hay unanimidad sobre las bajas que generó la batalla. El historiador William Craig las cifró en 750.000 soldados soviéticos, mientras que los alemanes perdieron más de 400.000 hombres sin contar el personal auxiliar. A ellos hay que sumar las bajas de 130.000 italianos, 120.000 húngaros y 200.000 rumanos. No es posible cuantificar los habitantes de Stalingrado que murieron, pero probablemente más de 50.000. En total, cerca de dos millones de víctimas.
Hoy un monumento a los héroes de Stalingrado conmemora su gesta en la colina de Mamaiev, donde están enterrados los restos de más de 10.000 soldados. Y nos quedan los testimonios de sus protagonistas y los relatos de escritores como Vasili Grossman, que escribió una magnífica novela censurada por Stalin. Pero Stalingrado, hoy Volgogrado, es una ciudad como cualquier otra con teatros, jardines, excursiones por el río y niños jugando en sus calles. Nada queda de aquel horror.
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