La Reina Isabel II, un icono pop británico para el mundo
La monarca supo adaptarse para formar parte de la ola artística que invadió el país
JAVIER MOLINS
La residencia del cónsul de Reino Unido en Hong Kong está situada en un moderno edificio diseñado por Frank Gehry y, nada más entrar en el mismo, uno se da de bruces con una fotografía montada en una caja de luz de la Reina Isabel II ... con los ojos cerrados. La Reina está ataviada con su corona y joyas pero la fotografía, obra del artista Chris Levine, rompe totalmente con lo que uno espera que sea un retrato oficial del jefe del Estado de un país. Y es que quizás esa haya sido una de las claves del éxito popular de la Reina de Isabel II, saber conjugar la tradición con la modernidad, algo que se ejemplifica en la convivencia popular de dos versiones del himno nacional 'God Save the Queen', el tradicional, que tantas veces hemos escuchado en los Juegos Olímpicos, y la versión de los Sex Pistols.
Isabel II empezó su reinado en 1952, una década en la que Inglaterra comenzó a experimentar una revolución social. «En los años cincuenta Gran Bretaña era estable, convencional, predecible y aburrida, pero a nuestros padres les gustaba así. Mi generación exigió un nuevo comienzo». La frase es del actor Michael Caine y resume muy bien el espíritu de una época, el nacimiento de una nueva era en la que no solo los hijos de las clases acomodadas tenían un futuro sino que gente de origen humilde como Michael Caine en el cine, los Beatles en la música y la modelo Twiggy en el mundo de la moda podían incluso liderar ese cambio.
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El mundo del arte no fue ajeno a esos nuevos tiempos y Londres fue el epicentro de ese cambio. Allí acudían en masa jóvenes que querían convertirse en artistas y que se matriculaban en prestigiosos escuelas de arte como el Royal College of Art, el Goldsmith College School of Art o la St Martin's School of Art; que acudían a las exposiciones de instituciones como la Tate, la Whitechapel, la Hayward o la Royal Academy of Arts; que intentaban exponer sus trabajos en galerías de arte como Marlborough, Rowan Gallery, o Lisson Gallery; y que se perdían en la noche del Soho.
Tradición y modernidad
Esta revolución podría haberse llevado por delante a la Monarquía, pero Isabel II consiguió encontrar un equilibrio entre tradición y modernidad que le propició poder surfear esta ola e incluso formar parte de ella. Fue la época del pop, en la que los artistas extraían imágenes de los medios de comunicación para convertirlos en iconos artísticos y fue así como un artista norteamericano, Andy Warhol, se fijó en la Reina Isabel II y la incorporó a una galería de retratos compuesta por figuras como Marilyn Monroe o Elisabeth Taylor. La Reina ya se había convertido en una obra de arte contemporáneo. En los 80, llegaron los Young British Artists y su líder, Damien Hirst, también se fijaría en la Reina para inmortalizarla en una de sus obras. Hasta Lucian Freud quiso retratar a la Reina y esta accedió a posar para él, como también lo hizo para la fotógrafa Annie Leibowitz.
Lo que podía haber sido un vestigio del pasado condenado a desaparecer, había sabido adaptarse a los nuevos tiempos sin perder su esencia, como en el mundo de la moda han hecho marcas como Louis Vuitton. Y es que no hay que llevarse a engaño pues los miles de visitantes que se agolpan en la puertas del Palacio de Buckingham, situado a escasos cinco minutos de mi casa en Londres, no quieren ver una monarquía de clase media que va al cine los fines de semana, como pretenden ahora convertirse algunas monarquías europeas, sino que quieren deleitarse con el cambio de la guardia, los carruajes suntuosos, el regimiento de caballería… en definitiva, la pompa y la circunstancia que rodea a la Casa Real Británica. Una expresión que viene de la pieza musical que compuso Edward Elgar y que fue adaptada para la coronación del Rey Eduardo VII y que se utiliza en todas las ceremonias de graduación de Estados Unidos, un país republicano pero que siempre ha admirado el boato de la monarquía británica y que ante la muerte de la Reina Isabel II bajó a media asta su bandera en la Casa Blanca. Y es que cuando alguien se convierte en una obra de arte, su figura pasa a ser universal.
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