EXPROPIACIÓN EN NICARAGUA
Rafael Aragón: «Rosario Murillo está llena de envidia porque no puede hacer sombra al liderazgo de los jesuitas»
El padre dominico, de nacionalidad española, estuvo como misionero en Nicaragua durante 40 años. El mandatario le ha impedido regresar al país centroamericano
Las acusaciones del régimen de Ortega a la UCA «son totalmente falsas», denuncia el superior general de los jesuitas
RODRIGO MORENO QUICIOS
Roma
«La UCA era la mejor universidad de Nicaragua por su prestigio y la calidad de su profesorado», opina el dominico español Rafael Aragón, que se nacionalizó nicaragüense. Ha sido misionero durante 40 años en el país centroamericano y entre 2015 y 2020 impartió ... talleres en la universidad vinculada a los jesuitas y confiscada esta semana por el régimen de Ortega. Conoce bien la persecución a la Iglesia en el país porque, tras regresar a España unos días por Navidad, el Gobierno le prohibió volver a entrar. «No dan motivos ninguno. Simplemente que no tienes el visto nuevo para entrar en el país».
El dominico considera que «en una cabeza normal no se entiende» la expropiación de esta universidad que desde 1960 formó a los mejores cuadros de la nación. «La UCA era una universidad abierta a los sectores más populares», recalca. Recuerda que, tras el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza en 1979, fueron en gran parte los jesuitas quienes ilustraron al país. No solo formaron a «los mejores abogados, economistas, sociólogos y filósofos» sino que convirtieron la Universidad Centroamericana de Managua en «el centro cultural de Nicaragua» que «convocaba a los intelectuales más destacados del país». Una brillante hoja de servicios que, a juicio del misionero, es el verdadero motivo por el que Daniel Ortega ha confiscado a esta institución demasiado autónoma para el Gobierno bajo el pretexto de haberse convertido en «un centro de terrorismo», atentar contra «el ordenamiento constitucional» y «haber traicionado la confianza del pueblo nicaragüense».
«Daniel Ortega y Rosario Murillo (la a su vez esposa y vicepresidenta) son una pareja con mucho resentimiento. Doña Rosario está llena de envidia porque no puede hacer sombra al liderazgo de los jesuitas y se siente marginada», apunta el misionero. La pareja presidencial mantiene el control de la mayoría de medios de comunicación y centros de estudio, pero «nunca han podido hacerse con el pensamiento crítico de las universidades y quieren terminar no solamente con la UCA, también con todos los colegios católicos y los privados».
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Planeado durante un año
Según el misionero, el régimen de Ortega llevaba más de un año preparándose para arrebatar la UCA a los jesuitas y lo primero que hicieron fue asfixiarla económicamente. «Después de la derrota electoral del sandinismo en los años 90 se peleó para que el 6% del presupuesto nacional se dedicara a las universidades», cuenta Aragón. Eran unas subvenciones reguladas por el Consejo Nacional de Evaluación y Acreditación que arbitrariamente en marzo de 2022 dejó de validar las certificaciones de la UCA, la expulsó del organismo y, por tanto, la excluyó de la bolsa de beneficiaros de ese 6% de asignación marcado por la propia constitución.
A pesar del recorte, el centro pudo seguir funcionando porque no dependía para su supervivencia de aquella subvención y año tras año la destinaba en su totalidad a becar a estudiantes con necesidades económicas. «Era lo que había dado precisamente ese gran prestigio a la universidad, que no era solo para gente que pudiera pagar 100 dólares al mes», explica Rafael Aragón. «Había un sector amplio de la sociedad pobre y marginado, que venía de los sectores más campesinos y apartados del interior del país, que podían estudiar gracias a esas becas».
Otro factor que impedía la quiebra de la UCA y que ha llevado al Gobierno al confiscarla al no poder sofocarla es que contaba con ayudas económicas, sobre todo de España y Alemania, y otras universidades jesuitas que la mantenían a flote con parte de su superávit.
Un castigo
Pero quizá uno de los motivos fundamentales de la confiscación de la UCA es que, para la mentalidad del régimen, se había convertido en un símbolo desafiante. Debido a su importancia capital y su ubicación «en el corazón mismo de Managua», muchas de las protestas contra Ortega partían o terminaban allí aunque los jesuitas no tuvieran nada que ver con su organización. «Era el espacio de mayor convocación», explica Rafael Aragón. Fueron especialmente sonadas las del 30 de mayo 2018. «Hubo una marcha con unos 800.000 participantes que terminó en un conflicto, los paramilitares mataron a varios jóvenes y el rector abrió las puertas de la universidad para que se refugiaran unos 20.000 estudiantes». En los días sucesivos dio además declaraciones criticando al Gobierno por la represión y el saldo de muertos.
Cinco años después, el régimen castiga ahora a esta universidad por su acción humanitaria. Con un simple correo electrónico les comunicaron la decisión de confiscar sus bienes y sus trabajadores retiraron a toda prisa los símbolos religiosos para evitar que los destruyan. «A los jesuitas los han expulsado de su hogar, lo tienen que abandonar todo. Les han quitado hasta la casa de enfermos». Su delito, no haberse plegado «a una corriente de pensamiento articulado desde la lógica del gobierno».
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