«Queridos padres. Cuando lean esto, no estaré viva»: Cartas de ejecutados por los nazis que nunca llegaron
Corresponsal en Berlín
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Iniciar sesiónEntre los 844 expedientes de muerte de la prisión de Múnich-Stadelheim se han descubierto más de 50 misivas de despedida que los condenados escribieron a sus familias y nunca vieron la luz. Hasta ahora, en pleno siglo XXI
Las últimas palabras pronunciadas antes de morir bien pueden destilar el sentido de toda una vida y dejar en herencia una lección postrera. Ese fue el caso de Anna K., profesora de Literatura en Cracovia durante la invasión nazi. La mayoría de los textos ... que había enseñado hasta ese momento quedaron prohibidos y fueron sustituidos por los de autores alemanes y en alemán. Tenía 42 años cuando fue arrestada por leer en voz alta y en una reunión clandestina un poema de Juliusz Słowacki, alto exponente del romanticismo polaco.
Acusada formalmente de «difusión de propaganda antialemana», dio con sus huesos en la prisión de Múnich-Stadelheim, donde varias personas eran ejecutadas a diario para aumentar la eficiencia en el cumplimiento de las sentencias. Según la ley alemana, tenía derecho a escribir una carta de despedida a sus familiares.
El texto muestra una caligrafía firme y determinada, incluye una cita de San Agustín y una última plegaria por sus alumnos. «No lloréis por mí. He vivido con dignidad y muero con fe. Que mi hijo aprenda que la verdad no se negocia, ni siquiera ante la muerte» fueron sus últimas palabras.
Archivos de Baviera y Arolsen
Se ha emprendiendo una búsqueda por medio mundo para encontrar a los hijos y nietos de los ejecutados para entregarles las cartas
La misiva que las contenía, sin embargo, nunca llegó a su destino. En los sótanos de Múnich-Stadelheim, donde la historia de los últimos meses del III Reich quedó escrita con sangre y silencio, los funcionarios no ponían los escritos en el correo, sino que los adjuntaban a las sentencias, en carpetas de cartón de color sepia, como potencial material probatorio contra los destinatarios.
Entre los 844 expedientes de ejecución conservados se han descubierto más de cincuenta cartas de despedida que los sentenciados a muerte escribieron a sus seres queridos y que nunca vieron la luz.
Fueron retenidas por la administración penitenciaria, encapsulando así un dolor sin eco y una voz que fue doblemente silenciada.
Sin noticias durante 80 años
Los Archivos Estatales de Baviera, en asociación con los Archivos Arolsen, han emprendido ahora la tarea de identificar a los descendientes de los destinatarios y hacer que lleguen, aunque con retraso, a los herederos de la memoria. Junto con su red europea de voluntarios, buscan por medio mundo a los hijos y nietos de quienes no volvieron a recibir noticia de los suyos.
En su 'Tesis sobre la filosofía de la historia', Walter Benjamin escribió que «el pasado sólo se puede capturar como una imagen que destella en el instante del peligro» y argumentó que la historia no debe ser vista como una secuencia de hechos congelados, sino como algo que irrumpe en el presente, revelando su verdad en momentos de crisis y urgencia.
La carta de un joven jardinero
«Si el precio de pensar libremente es éste, lo pago con serenidad. Cuida de nuestro jardín. Que florezca cuando yo ya no esté»
Karl M.
27 años. Denunciado por escribir una sátira sobre Hitler
Estas cartas, ahora digitalizadas y en busca de dirección, son precisamente destellos luminosos, fragmentos de humanidad que irrumpen en nuestro tiempo para dar testimonio, no sólo del crimen, sino de la calidad humana e intelectual de las víctimas.
Karl M., por ejemplo, tenía sólo 27 años cuando fue denunciado por escribir una sátira sobre Hitler en correspondencia privada. El joven, jardinero de profesión, fue condenado por el delito de «desmoralización del espíritu alemán». Escribió en verso libre, con sorprendentes referencias a Hölderlin y a la filosofía de Spinoza. «No me arrepiento -dejó claro en su despedida, que desprende una insondable paz- si el precio de pensar libremente es éste, lo pago con serenidad. Cuida de nuestro jardín. Que florezca cuando yo ya no esté».
El común denominador de estas cartas es la ausencia de rencor o drama. En algunas de ellas se deja incluso constancia del perdón, como en la de Merie D., de 63 años en el momento de su ejecución. Había trabajado como enfermera en Estrasburgo y escribió su carta de despedida en francés. Fue detenida en una redada por ocultar judíos en su casa y explica que lo hizo desde su fe católica.
Pocas horas antes de que se cumpliese su sentencia de muerte por el delito de «ayuda a fugitivos», escribió: «He vivido muchas guerras. Esta es la más cruel, porque mata el alma antes que el cuerpo. Perdono. Que Dios me reciba en su seno como yo recibí a los perseguidos».
Mirando la muerte cara a cara, cuando su vida se medía ya sólo en latidos, los sentenciados muestran una lucidez y templanza que desarman. «Madre, no tengas miedo. He hecho lo que creí justo. Si algún día alguien lee esto, que sepa que no fui un criminal, sino un hijo que amaba su tierra», quiso aclarar Jan T., estudiante de Ingeniería y condenado por «sabotaje ferroviario», que tenía 19 años cuando fue ejecutado por colocar clavos en las vías del tren que transportaba armamento nazi.
En la mayoría de los casos, asombra la calma que transmiten a través de sus palabras.
«Mis queridísimos padres, cuando lean estas líneas, yo ya no estaré viva. No lloréis por mí, porque he vivido con dignidad y muero con la cabeza alta. Os amo más de lo que las palabras pueden decir».
Un tono que contrasta brutalmente con el engranaje de terror en que se había convertido el sistema de Justicia alemán. La 'VerordnunggegenVolksschädlinge' ('Ordenanza contra los saboteadores del pueblo'), promulgada cuatro días después del inicio de la guerra, permitió imponer la pena de muerte por delitos menores.
El número de crímenes capitales pasó de tres a cuarenta y seis. Los tribunales especiales, como el de Múnich, ejecutaban la voluntad del Führer impunemente y en perfecto orden.
Misivas que se perdieron
Carta a su novia Anna, madre de su hijo
Nació el 7 de noviembre de 1902 en el distrito de Sušak, en Fiume, una ciudad del Reino de Hungría. Estudió Filosofía en Berlín. Trabajaba como pintor de brocha gorda en Múnich en julio de 1942 cuando conoció a Anna. Fue arrestado en Viena el 5 de noviembre y condenado a muerte en marzo de 1943 por el Tribunal Regional de Múnich. El 29 de marzo, envió una petición de clemencia al Tribunal Especial que no obtuvo respuesta. El 25 de mayo de 1943, la sentencia se ejecutó en Múnich-Stadelheim. Este es un extracto de la carta que le escribió a Anna antes de ser ajusticiado.
«No me dejan escribir esta carta, pero la escribo igual. Quizás algún día alguien la lea. Mi último pensamiento es para ti, mi amor. No olvides que fui tuyo hasta el final»
También le escribió un poema, que se puede leer y escuchar al final de este reportaje.
Escribió a su madre, a su tía y a su tío
Nació el 21 de agosto de 1923 en Tomaszów Mazowiecki, Polonia. Llegó al Reich alemán en julio de 1941 como jornalero agrícola. Fue denunciado por judío por la esposa de un granjero y condenado el 13 de octubre de 1942 por «delito de degradación del pueblo alemán». El 2 de noviembre de 1942, día de su ejecución, se le permitió escribir tres cartas: a su madre, a su tía y a su tío. Según el expediente, fue ejecutado por el verdugo Johann Reichart a las 17.07.
«¡Querida Madre! En las primeras palabras de mi carta, te informo que hoy, a las 17.00, 2 de noviembre, voy a ser decapitado»… «Por eso, te pido primero que reces por mí».
«No me arrepiento de haber luchado por la libertad. Si mi muerte puede significar algo, que sea una semilla para un mundo más justo. Cuidad de nuestros hijos, y contadles quién fui».
El día de su ejecución escribió cuatro cartas
Nació en Vlasenice, entonces parte del Imperio austríaco. Fue ejecutada con 81 años. Esposa del astrónomo y meteorólogo Josef Ehrlich, estudió Magisterio en Praga y trabajó durante muchos años como profesora en Viena. El 2 de octubre de 1943, el consejo de guerra de Génova la condenó a muerte por declaraciones pacifistas y el delito de «atentado contra la fuerza militar». El 15 de enero de 1944, fue trasladada a la prisión de Stadelheim de Múnich. El día de su ejecución escribió cuatro cartas, incluyendo una a su hija.
Querida hija mía y mi Lieserrl, ¡me despido de ti de corazón hoy, para siempre!»
«¡Querido Wenger! Te escribo mi última carta. Moriré en tres horas. Doy gracias por mi vida. Creo que mi muerte beneficiará a mi patria y a mi ciudad natal. He ayudado a muchos, y solo Dios me salvará. Después de todo, cumplí 81 años ayer, 9 de febrero. Muchos besos y saludos a todos, y especialmente a los niños. Tuya, Marie»
«Querida Chini, no siempre nos hemos llevado bien. Pero ahora me entenderás y me seguirás».
Estas cartas retenidas, clasificadas, archivadas e ignoradas constituyen la evidencia fósil de un sistema sostenido por los burócratas obedientes de los que habló Hannah Arendt, en su análisis sobre la banalidad del mal, que ni siquiera dudaron al ejecutar a Maria Ehrlich, octogenaria. O a Elisabeth S., detenida por rezar el rosario frente a una iglesia clausurada. Su carta, escrita con tinta azul y trazo débil, incluye un salmo y una bendición para sus nietos. «He vivido demasiado para callar ahora. Que mis nietos sepan que su abuela murió rezando por un mundo mejor».
Textos entre la vida y la muerte
Una madre que pide perdón por no haber protegido a su hijo, un joven que cita a Séneca para consolar a su esposa, alguien que expresa la esperanza de un reencuentro en el más allá… todas fueron voces segadas por «herir el sentimiento alemán», usar «expresiones contra el nacionalsocialismo», por robar pan o por existir. Componen el género no reconocido de la literatura del umbral, junto a los últimos poemas de César Vallejo, los diarios de Etty Hillesum o las notas de despedida de Stefan Zweig: textos escritos en el borde entre la vida y la muerte, en el momento de mayor intensidad existencial.
«No me arrepiento de haber amado la verdad más que la seguridad» y «si el mundo alguna vez vuelve a ser justo, que esta carta sea mi testimonio» son frases de esta antología de resistencia que el proyecto Lostw()rds transcribe, traduce y convierte en puentes entre generaciones. «Nuestra tarea hoy es cumplir el último deseo de los condenados injustamente», resume Floriane Azoulay, directora de los Archivos Arolsen.
El último deseo de Nikolaus Segota fue que Anna fuese feliz. En el acta de su ejecución consta que «el proceso duró un minuto y ocho segundos desde que salió de la celda y nueve segundos desde que fue entregado al verdugo hasta que cayó el hacha».
Los archivos también indican que su novia Anna, madre de su hijo, recogió sus pertenencias el 1 de junio, pero no incluían la carta que escribió la noche anterior a la ejecución, que incluía este poema:
Llora solo una lágrima, cuando me lleve la oscuridad, luego ríe de nuevo y escúchame decir: '¡Todavía estoy contigo!'. Humanidad cálida y comprensiva. Mis peregrinaciones terminaron. El sueño de mi vida terminó. El paso de mi vida alcanzó su meta. Mi existencia termina mañana a las cinco de la mañana. Ven a recoger mis cosas, mi ropa. Te pertenecen. Todo sucede a su debido tiempo, divertido y placentero, trágico y miserable, como en una tragedia shakespeariana. ¡Adiós, Anna! ¡Sé feliz!
- Texto Rosalía Sánchez
- Desarrollo Jorge García
- Ilustración y animación Rodrigo Parrado
- Dirección de arte Fernando Hernández
- Edición Esther Blanco, Érika Montañés
- Locución Luigi Gómez, María Romero, Manuel Garre
- Coordinación editorial Elena de Miguel
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