Premio Nobel de la Paz 2024 para la organización japonesa Nihon Hidankyo, supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki
El Comité Nobel Noruego se lo ha otorgado por sus esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares y por demostrar con sus testimonios que las armas nucleares no deben volver a utilizarse nunca más
Hiroshima recuerda el horror nuclear temiendo por Ucrania
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Iniciar sesiónEn un año el que el Nobel de la Paz se barruntaba polémico al sonar nombres como la denostada Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (Unrwa) o su propio secretario general, António Guterres, el Comité Noruego ha evitado la controversia ... y, de paso, subsanado un injusticia histórica que duraba ya casi ocho décadas. En una decisión que le honra y es especialmente oportuna por la tensión nuclear de las guerras en Ucrania y Oriente Próximo, el Nobel de la Paz ha sido otorgado a la organización japonesa Nihon Hidankyo, que aglutina a los supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. También conocidos como 'hibakusha', han sido distinguidos por sus esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares y por demostrar con sus testimonios que las armas nucleares no deben volver a utilizarse nunca más. Con el galardón, Nihon Hidankyo recibirá un millón de dólares (900.000 euros).
El 6 y 9 de agosto de 1945, las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos mataron, respectivamente, a 140.000 personas en Hiroshima y a otras 70.000 en Nagasaki, causando en ambas ciudades una devastación y un horror nunca vistos hasta entonces. De los 650.000 'hibakusha' reconocidos por el Gobierno nipón, muchos de los cuales sufrieron secuelas durante décadas o murieron años más tarde por varios tipos de cáncer, 106.825 seguían con vida según el último censo efectuado en marzo, con una edad media de 85 años. A ellos, y a su lucha infatigable, va dirigido este premio justo cuando la amenaza de las armas nucleares vuelve a planear sobre el planeta.
«Estos testigos históricos han ayudado a generar y consolidar una oposición a las armas nucleares ampliamente extendida en todo el mundo contando sus historias personales, creando campañas educativas basadas en su propia experiencia y lanzando urgentes advertencias contra el uso y la proliferación de las bombas atómicas», reza el comunicado del Comité Noruego del Nobel. A su juicio, esta labor de los 'hibakusha' ha servido para instaurar una norma global conocida como el 'tabú nuclear', que ha conseguido que «ningún arma atómica se haya usado en una guerra durante casi 80 años». El motivo es que los 'hibakusha' nos ayudan «a describir lo indescriptible, a pensar lo impensable y, de algún modo, a atrapar el incomprensible dolor y sufrimiento causados por las armas atómicas».
Estigmatizados tras la guerra, cuando muchos supervivientes no podían encontrar trabajo ni casarse por miedo a que no engendraran niños sanos, los 'hibakusha' no solo han tenido que luchar contra sus enfermedades, sino también contra el rechazo social. En 1956, sus distintas asociaciones y las de afectados por los posteriores ensayos nucleares en el Pacífico formaron la Confederación de Japón de Organizaciones de Víctimas. En japonés, el nombre fue luego acortado a Nihon Hidankyo, que se ha convertido en el mayor y más influyente grupo de 'hibakusha'. En 2016, la organización puso en marcha una campaña mundial, llamada ‘Firma Internacional de Hibakusha’, que exigía la prohibición y eliminación total de las armas nucleares. Por todo el planeta, reunión más de 13,7 millones de firmas de apoyo.
Para un periodista, no hay experiencia más enriquecedora y humana que entrevistar a los 'hibakusha'. Desde 2011, cuando cubrí el tsunami del nordeste de Japón que desató el desastre nuclear de Fukushima, he tenido la suerte de conocer a más de una docena de estos supervivientes, cuya capacidad para superar la catástrofe, perdonar el horror y ver la vida con ojos limpios es un ejemplo que debería inspirarnos cada día. Todos ellos han sobrevivido a lo peor que puede ocurrirle a una persona, que le caiga encima una bomba atómica, y aun así conservan su corazón libre de odio. Pero, eso sí, con temor a que una atrocidad similar vuelva a ocurrir.
«Temo que Putin use las armas nucleares porque hay una posibilidad de que lo haga y es una situación muy peligrosa. En todo el mundo, tenemos que unir nuestras voces para que Putin dé marcha atrás y detenga la invasión de Ucrania. De lo contrario, todos seguiremos sufriendo», advertía a ABC el octogenario Hiroshi Shimizu en mayo del año pasado, durante la cumbre del G-7 celebrada en Hiroshima. Con tres años cuando la bomba fue lanzada, perdió a su padre tras dos meses de agonía y sobrevivió de milagro junto a su madre porque su casa, a solo kilómetro y medio del hipocentro, fue barrida por la descomunal y ardiente onda expansiva. Entre 2014 y 2016 dirigió dos organizaciones de 'hibakusha'. Ese último año, recibió a Obama en la primera visita oficial que un presidente estadounidense hacía a Hiroshima, pero se sintió muy decepcionado cuando no lo oyó disculparse por el ataque.
Radiación de por vida
«Justo después de la bomba, tenía diarreas muy fuertes, como otras víctimas de Hiroshima. Hasta que cumplí los 12 años, en sexto curso, siempre tuve problemas de estómago y sentía mucho dolor en la parte baja del cuerpo. También me sangraba terriblemente la nariz. Cuando me levantaba por la mañana, tenía la almohada y el cuello llenos de sangre. Afortunadamente, todas esas dolencias se me pasaron durante la juventud y hasta pude dedicarme a una de mis pasiones: el montañismo», contaba enseñando fotografías de sus escaladas. Pero, cuando cumplió 50 años, empezó a padecer enfermedades del riñón, el corazón y la médula espinal, comunes entre los supervivientes. «Lo más aterrador de las bombas atómicas es que sus efectos siguen sintiéndose cincuenta años después», se lamentaba Shimizu. Para que su sufrimiento no pasara a otra generación, él y su esposa, también superviviente aquejada de enfermedades, nunca tuvieron hijos. Tan dura decisión la tomaron después de ver los monstruosos fetos afectados por la radiación, algunos sin ojos ni cerebro, que se conservaban en botes de formol en el hospital de la Cruz Roja. «Ahora que somos viejos, sentimos que nos falta algo en la vida», confesaba apenado bajo la cúpula de la bomba atómica.
A su alrededor, el museo y el parque de la paz recordaban el horror nuclear y su cenotafio honraba a las víctimas ante una llama, que solo se apagará cuando desaparezcan las más de 12.000 bombas atómicas que hay en el mundo.
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