Petro cumple un año en su peor momento

Gustavo Petro, exguerrillero y primer presidente de izquierda de Colombia, se puso la banda tricolor el 7 de agosto de 2022, con un discurso plagado de ambiciones que quiso dejar simbolizadas en la espada de Bolívar que mandó ir a buscar. Si en aquel momento tenía un apoyo popular del 56% y una desaprobación del 20% (ayudado por el hecho de que su contrincante en la segunda vuelta presidencial, sin partido, había desaparecido de inmediato de la vida pública), el mes pasado el rechazo llegó al 61%, sin que aún se contabilizara el daño causado por la detención de Nicolás Petro, su hijo mayor.

A la hora de valorar este año de gobierno, el 50,4% de los colombianos consideran que la situación del país ha empeorado y solo el 35,8 piensa que ha mejorado, según una encuesta del Centro Nacional de Consultoría (CNC).

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Poly Martínez

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En cuanto a la economía, lo más destacable es la ralentización en el crecimiento del PIB, que fue del 11% en 2021 y del 7,5% en 2022 (en la segunda mitad del año siguieron los efectos de las políticas del presidente Iván Duque), pero que en 2023 será solo del 1%, de acuerdo con la previsión del FMI. Ese menor progreso puede atribuirse en parte al normal fin de la remontada tras la crisis del Covid, pero también se debe a una menos hábil gestión del Gobierno de Petro. Con todo, ni el paro ni la inflación han subido (están en torno al 11% y el 10%, respectivamente) y el déficit se habrá reducido este año al 4%. La situación, en cualquier caso, puede empeorar en los próximos meses debido a la incertidumbre sobre la transición energética, con anuncios contradictorios sobre la limitación voluntaria de la producción de hidrocarburos; últimas medidas que incrementan el precio de la gasolina, al reducir subvenciones, y la reciente volatilidad del peso respecto al dólar.

De las grandes reformas que Petro quería impulsar, solo ha podido aprobarse la tributaria; también se ha avanzado en la gratuidad de la universidad pública. Sin embargo, tres grandes reformas restantes –la laboral, la del sistema de pensiones y la de prestación sanitaria– se han visto encalladas en su tramitación parlamentaria, en gran medida por los maximalismos de Petro, que no se ha avenido a constituir amplios consensos políticos.

Inicialmente, Petro tuvo que constituir un gobierno de amplia base, incorporando incluso elementos del centroderecha, ante el hecho de que su plataforma, el Pacto Histórico, solo obtuvo 28 de los 188 puestos de la Cámara de Representantes y 20 de los 108 del Senado. Pero el personalismo de Petro hizo que el Partido de la U y el Conservador dejaran la coalición gubernamental, y se haya creado división entre los liberales. La marcha, hasta la fecha, de 11 de los 18 ministros designados al principio por Petro muestra sus dificultades para trabajar en equipo (las bajas más sonadas fueron las del moderado José Antonio Ocampo, nombrado en su día ministro de Hacienda para calmar los mercados, y de Alejandro Gaviria, exrector de la Universidad de los Andes).

Sin mayoría asegurada en el Congreso, Petro ha apelado directamente al pueblo para que salga varias veces a la calle en apoyo de sus reformas, en un alegato populista de poca madurez democrática que promueve la confrontación y olvida que la mitad de los votantes no le eligieron (apenas obtuvo el 50,4% de los votos). La oposición ha respondido también con manifestaciones, al tiempo que se ve ayudada por la actividad del fiscal general, Francisco Barbosa, nombrado por el anterior presidente y crítico con Petro.

Otro aspecto del programa de Petro es la negociación de una «paz total» que suponga el fin de la violencia que históricamente ha sufrido el país. Las conversaciones con la guerrilla del ELN, que han atravesado diversas vicisitudes a lo largo del último año, acaban de entrar en un momento importante, con el alto el fuego mutuo vigente desde la semana pasada. Por ahora, no obstante, la actividad de los restos de las antiguas FARC y otros grupos criminales siguen suponiendo una valoración negativa del Gobierno. El 56,3% de los colombianos considera que existe una mala gestión del ámbito de la seguridad, frente al 33,8% que la valora positivamente, como indica la encuesta del CNC.

Además de la parálisis política relacionada con las reformas, a Petro le están perjudicando varias polémicas relativas a su entorno personal y la financiación de su campaña electoral. En junio destituyó a su jefa de gabinete, Laura Sarabia, y al embajador en Venezuela, Armando Benedetti, a raíz de los enfrentamientos entre ambos por la desaparición de un dinero oculto que, según Benedetti, estrecho colaborador de Pedro en la campaña electoral, tenía que ver con la financiación irregular de esta. La muerte de un teniente coronel de la Policía asignado al presidente y relacionado con este caso –oficialmente, un suicidio– ha complicado más la investigación.

También a la financiación ilegal apunta la confesión de Nicolás Petro, detenido la semana pasada junto a su exesposa Daysuris Vásquez, por enriquecimiento ilícito de sumas procedentes de varios donantes, algunos vinculados al narcotráfico. Parte de esos 100.000 dólares se habrían destinado a la campaña presidencial. El hijo asegura que su padre desconocía esa operación y así lo ha insistido el propio presidente, quien dice que tendría que dimitir si se demostrara lo contrario. De todos modos, Petro vuelve a atrincherarse tomando como rehén al pueblo: «Nadie puede terminar con este gobierno que no sea el pueblo mismo. Y el pueblo dio una orden por mayoría en las urnas electorales. Nos vamos hasta 2026».

Aunque Petro no mantiene buena relación con su hijo mayor, este ha tenido poder dentro del Pacto Histórico por ser quien es; su enriquecimiento, con una vida de lujo, contrasta con lo que supuestamente venía a representar el primer presidente de izquierda del país.

La parálisis política y los problemas internos han recortado el vuelo de la política exterior de Petro. Sin especial protagonismo regional en un tiempo en que en Latinoamérica se vuelve a impulsar la Celac y Unasur, Petro ha ido también bajando el perfil en relación a Venezuela: ha pasado de unos intensos contactos con Nicolás Maduro en los meses siguientes a su toma de posesión, con el que se reunió hasta cuatro veces en el país vecino, a cero presencia de la cuestión venezolana en la agenda presidencial desde que en abril acogió en Bogotá una cumbre internacional para intentar mediar en el conflicto.