¿Por qué tiene sentido reconocer a Palestina como Estado?

La teoría es bastante clara pero la práctica es muchísimo más complicada. Entre la larga distancia que separa al derecho de los hechos, la realidad es que hay muchos Estados que no cumplen esos criterios. Con la improvisación descolonizadora del siglo XX, los Estados empezaron a proliferar después de que movimientos nacionales declarasen su independencia, buscando el reconocimiento de otros Estados y su admisión en Naciones Unidas.

Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), declaró su Estado en 1988, y desde entonces ha obtenido el reconocimiento de casi 140 de los 193 miembros de la ONU. Sin embargo, la admisión de Palestina a la ONU ha sido tortuosamente lenta. En 1974, la OLP fue reconocida como «entidad observadora no miembro» de la ONU. En 2012, la Asamblea General elevó su estatus a Estado no miembro, equiparándola a la Santa Sede. Sin embargo, Palestina necesita la aprobación previa del Consejo de Seguridad para ser admitida como miembro de pleno derecho.

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Durante los sucesivos intentos para encontrar un final negociado a la cronificada disputa entre israelíes y palestinos, siempre se pensó que ese proceso debería culminar con la llamada solución de los dos Estados. Esencialmente se ha buscado la paz inmediata a base de posponer las decisiones más difíciles. Desde el 7 de octubre y la consecuente guerra de Gaza, el reconocimiento de Palestina ha terminado por convertirse en el punto de partida y la última esperanza en una parte del mundo en la que el paso del tiempo solamente significa más violencia, dolor y sufrimiento. Esta vez, la búsqueda de una solución no debería dejarse pudrir hasta la próxima tragedia.