Nueva York aprende a vivir sin Airbnb
Ni estancias de menos de un mes, ni más de dos invitados al mismo tiempo. Una nueva ley, conocida como Local Law 18, limita con fuerza los alquileres de corta duración en la Gran Manzana. En esencia, la norma dice: «Buscaos un hotel». Pero, hecha la ley, hecha la trampa
Nueva York aprueba una ley que restringe alquileres por Airbnb
Corresponsal en Nueva York
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Iniciar sesión«¿Dejar de alquilar mis habitaciones? Para nada». Jeremy alquila un apartamento en el Upper West Side de Nueva York que contrató esta primavera para exprimir cinco de sus seis habitaciones –en una de ellas vive él– con visitantes de la Gran ... Manzana. La mayoría de sus clientes vienen por Airbnb, el gigante de los alquilares vacacionales. O venían. Porque, desde el pasado 5 de septiembre, la ciudad ha puesto coto a Airbnb y al trasiego de turistas con maleta de ruedas que han llenado muchos barrios residenciales de Nueva York. Pero Jeremy (no es su nombre real), como tantos otros, anfitriones y visitantes, buscan adaptarse: hecha la ley, hecha la trampa.
La ley, conocida como Local Law 18, limita con fuerza los alquileres de corta duración. Para periodos inferiores a treinta días, exige a quienes ofrecen pisos o habitaciones que la vivienda esté en un registro municipal. Y los anfitriones deben además estar presentes en la vivienda y compartirla con los visitantes. Es decir, no se permite alquilar un apartamento o casa entero para estancias de menos de un mes. Además, no se permite más de dos invitados a la vez, lo que impide que se alquile a una familia. Lo que dice la norma, en esencia: buscaos un hotel. «Esto lo ha pagado sin duda el sector hotelero», protesta Jeremy, que empezó hace un par de años a operar un piso con habitaciones para visitantes a través de Airbnb en el barrio en Hells Kitchen, uno de los barrios de Manhattan que ha sido invadido por turistas en busca de opciones más asequibles que los hoteles.
Aquel alquiler con cuatro habitaciones, que después subalquilaba a visitantes, a espaldas de los propietarios, lo pagó «con otros socios». Después decidió volar solo en el que ahora vive en el Upper West Side y la cosa «hasta ahora ha ido espectacularmente bien», confiesa. En los mejores meses, junio y septiembre, ingresaba unos 14.000 dólares brutos a través de Airbnb por ese apartamento, que después se quedaban en unos 6.000 o 7.000 limpios, descontado el alquiler que él paga, limpieza y otros gastos.
La llegada de la nueva regulación –registrar su apartamento no es una opción porque lo subalquila sin el consentimiento de los propietarios– o le va a echar para atrás. Como tantos otros, ha buscado otros caminos para que sus habitaciones sigan en el mercado para estancias cortas, que son las que tienen más demanda: Facebook Market, Craiglist o Housfy son algunas de ellas.
La posibilidad de multas de miles de dólares que establece la nueva ley la ve como «un riesgo perfectamente asumible». Pero quizá los peces más gordos lo ven diferente. Desde Hells Kitchen, Manuel, un español que también prefiere ocultar su identidad real, lleva ocho años en Nueva York. Se para a pensar un momento cuando se le pregunta cuántos pisos opera a través de Airbnb. «Cinco», acaba por responder. Tres los alquiló para subarrendar, otros dos los compró. «Son un total de trece unidades en Airbnb».
Manuel, que trabaja en el sector tecnológico, se planteó el negocio como la inversión inmobiliaria a la que veía más sentido. El alquiler a largo plazo, con los gastos de propiedad y de impuestos, no sale a cuenta. «En uno de mis apartamentos, a largo plazo no podría sacarle ni 6.000 dólares al mes. Con Airbnb le he sacado de 12.000 a 14.000 dólares en ese periodo de tiempo». El cambio regulatorio no le va a dejar de subalquilar sus apartamentos y habitaciones –ya está también en canales alternativos– pero sí ha cambiado sus planes de inversión. «Ya no voy a seguir comprando aquí. Estoy pensando en zonas más amigables, como Miami», dice. «Si quieres montar un negocio sostenible, escalable, no sirve estar saltándose siempre la ley, no puedes hacer algo grande. Al final, te van a crujir con multas y dolores de cabeza».
En busca de su 'smartlock'
«La ley está funcionando muy bien», celebra Michael McKee, un activista de los derechos de los arrendatarios que lleva años de lucha contra Airbnb y el impacto en los neoyorquinos a los que los precios y la escasez de oferta expulsa de sus barrios o asfixia con alquileres disparados. Él vive en Chelsea, no demasiado lejos de Hells Kitchen, y está harto de ver las hordas de turistas subiendo y bajando la Novena Avenida, despistados, buscando su 'smartlock', la pequeña caja fuerte donde los anfitriones dejan las llaves para sus clientes.
«Los alquileres de corta duración, por definición, son destructivos para la vivienda. Cuantos menos haya, mejor», defiende. Ahora tiene motivos para la satisfacción. «Hemos pasado de tener cerca de 40.000 alquileres de corta duración en Airbnb en agosto a poco más de tres mil», dice.
La clave de la nueva regulación es que fuerza a Airbnb a que los alquileres de corta duración estén en el registro de la ciudad y la gran mayoría no han querido o no han podido. De las 4.900 solicitudes de registro, las autoridades solo han empezado a tramitar 1.900. De ellas, han aceptado 543 registros, han negado 290 y han devuelto el resto a los solicitantes en busca de más información. Con las plantillas municipales bajo mínimos, el proceso de regularización de quienes quieran someterse a las limitaciones se antoja larga y penoso, lo que favorece a quienes, como McKee, quieren sacarse de encima a los turistas.
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Es pronto para determinar si la medida aliviará los precios y mejorará la oferta para los neoyorquinos, el supuesto objetivo de esta guerra contra Airbnb. En septiembre, el primer mes con la norma en vigor, el precio promedio de alquileres se redujo mínimamente, de los 4.400 dólares de alquiler de un apartamento en agosto a 4.350 dólares, una caída del 1,1 por ciento, según los datos de la inmobiliaria Douglas Elliman. Y, por primera vez en tres años, los apartamentos oficialmente vacantes llegaron al 3 por ciento. Pero hay estudios que apuntan a que la regulación no supondrá grandes cambios en el acceso a vivienda.
El impacto sí es más evidente en el sector hotelero, el que se antoja como el gran beneficiado. El precio promedio de la habitación de hotel ya estaba el mes pasado a 502 dólares la noche, casi un 10 por ciento más que hace un año y casi un 2 por ciento más que en septiembre, claramente por encima de la inflación y con la expectativa de que siga subiendo ante la complicación de alojarse ahora a través de Airbnb. En el lado perdedor no están tanto gente como Jeremy o Manuel, que se las ingenian para rodear la regulación. Sino los miles de propietarios de viviendas, en edificios con una o dos más unidades familiares, que completaban sus ingresos con el alquiler en Airbnb. Uno de ellos es Keith, que vive en una deliciosa calle de 'brownstones', los adosados señoriales de principios de siglo que se esparcen por manzanas y manzanas de barrios como este, Bedford-Stuyvesant, en Brooklyn. Él iba a alquilar su dúplex mientras se iba de vacaciones en Acción de Gracias y Navidad y ha tenido que recurrir a Listings Projects, una 'newsletter' inmobiliaria que es uno de los canales alternativos a Airbnb. «Debe de haber seis o siete propietarios en mi manzana que alquilaban uno de los pisos de su 'brownstone'», dice Keith, que vive en una de esas zonas donde la minoría negra es mayoría y que se ha gentrificado con velocidad en los últimos años. «Es gente que obtiene un ingreso extra por su casa y yo estoy completamente de acuerdo con eso», añade este vecino.
Este tipo de propietarios se han empezado a organizar en grupos como Recuperar la Autonomía y los Derechos de los Propietarios (RHOAR, en sus siglas en inglés), que denuncian que la regulación ha ido demasiado lejos y que debería centrarse en hoteles ilegales y no en pequeños propietarios, muchos de ellos gente de clase media, que usan esos ingresos adicionales para evitar, de hecho, lo que motivó la guerra contra Airbnb: que no les echen de sus barrios.
Gentrificación
«No necesitamos a un salvador blanco que nos diga a la gente de color lo que tienen que hacer para enfrentarse a la gentrificación de nuestras comunidades», atacó Richelle Burnett, una propietaria de Bedford-Stuyvesant, en una columna en 'Gotham Gazzette'. Se refería a McKee, a quien calificó de «micrófono» del 'lobby' hotelero (McKee reconoció a este periódico que una de sus organizaciones, TenantsPAC, recibe dinero de un sindicato hotelero, pero no la organización con la que ha combatido Airbnb, la Coalición contra los Hoteles Ilegales).
El sector hotelero, el gran beneficiado
El precio promedio de la habitación de hotel ya estaba el mes pasado a 502 dólares la noche, casi un 10 por ciento más que hace un año
El problema también lo tendrán los turistas y visitantes que busquen encontrar un alojamiento asequible en Nueva York. Keith no tardó en encontrar huéspedes para sus vacaciones, y asegura que, de las diez personas que le contactaron poco después de compartir un anuncio, «tres estaban desesperadas por encontrar algo».
Si sufren los turistas, también lo harán quienes viven de ese sector, casi 400.000 personas, según los datos de 2019, en uno de los grandes destinos turísticos mundiales.
Con o sin Airbnb, es difícil pensar que la ciudad no encuentre la manera de salvar la regulación. Nueva York es el lugar donde inmigrantes sin papeles levantan rascacielos que disfrutarán 'magos' de las finanzas que hacen trucos con información privilegiada. La trampa es ubicua, como reconoce Jeremy: «Aquí nadie genera riqueza rápido haciéndolo todo bien y cumpliendo las reglas. Hay que estar al borde de la ley o cruzarlo un poco».
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