ANÁLISIS
«Morir quemados o morir ahogados»: las dudas existenciales de los argentinos en su encrucijada electoral
Los ciudadanos hablan cada vez más de 'la grieta'. Se refiere a la enorme división que los últimos años se ha abierto en la sociedad por motivos políticos
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Buenos Aires
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Iniciar sesiónLa complejidad de Argentina se convirtió hace tiempo en su rasgo predominante. «Un país tan bonito, que lo tiene todo, y sin embargo…», es el pésame compungido más habitual que recibo cuando alguien consigue unir mi acento, ya mezclado, como de ningún sitio, con ... mi origen rioplatense. Efectivamente, nadie, ni los argentinos, entendemos realmente qué nos pasa para llevar décadas sumidos en una crisis socioeconómica que parece un alud que no encuentra jamás el final de la pendiente ni rocas lo suficientemente firmes como para detenerlo en su voraz caída libre.
Esta es una tierra formada históricamente por aborígenes y conquistadores y posteriormente por sucesivas oleadas de inmigrantes de diversa procedencia que llegaron con sus alforjas cargadas -hoy se dice mochilas en psicología, es lo mismo- mientras con sus manos esforzadas construían aquí nuevos sueños y empresas. Esa pasión por salir adelante, por abrir caminos y encontrar atajos, se palpa, se ve en muchos momentos cotidianos, hace que muchos argentinos sobresalgan en ingenio, creatividad y recursos y puede que sea lo que permite seguir adelante, siempre un poco más, aún cuando las soluciones de uno y otro gobierno no se cumplen o no funcionan y terminan, voluntaria o involuntariamente, por dar más fuerzas a la bola de nieve.
Escribir por tanto sobre Argentina, y en un día de elecciones, unos comicios clave que definirán su futuro inmediato y al siguiente presidente entre dos figuras diametralmente opuestas como son el peronista Sergio Massa y el liberal Javier Milei, resulta un reto igualmente complejo, en el que no hay frases cortas que puedan explicar lo que aquí se vive en las casas, en las calles, en la cabeza y en el corazón de los ciudadanos. Aún para mí, que soy argentina, periodista y llevo 24 horas hablando de ello con todo el que me cruzo, taxistas, el panadero, amigos, camareros (los 'mozos'), los empleados de las tiendas y familiares.
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En Buenos Aires el clima electoral es tensamente tranquilo, con una mezcla entre la apatía de muchos y la crispación de casi todos cuando finalmente acceden a hablar del tema. El bando más claro y firme es el oficialista, donde se ubican quienes están convencidos de seguir votando a los que gobiernan, aquí llamados 'los K' (por Kirchner), aunque el presidente actual es Alberto Fernández, por lo que han hecho hasta ahora, como garantía de continuidad y «única vía posible para liderar este país», aducen.
Del otro lado, se abre más el espectro. Están los que, a horas del cierre de las mesas, aún se debaten sobre qué hacer y ven estas elecciones como una obligación -en Argentina votar es obligatorio- en la que deberán elegir entre «morir quemados o morir ahogados»; los que directamente votarán en blanco o nulo o han puesto más de 500 de tierra de por medio aprovechando el puente (mañana lunes aquí es festivo); los que dicen que votarán a Milei solo para «terminar con la era K» y lo hacen desde un enojo profundo y rotundo con la realidad que han vivido en los últimos años; los que lo apoyarán, incluso, con «la nariz tapada», y los que creen que, aún conscientes de que se trata de un personaje cuestionable que lo mismo habla con su perro muerto que quiere dolarizar el país o poner aranceles a la educación y la sanidad públicas, Argentina necesita un cambio radical, un revulsivo, casi una revolución o «patear el tablero», para ver si, por una vez, las fichas caen en su sitio y el juego tiene, al menos, una partida.
Voto joven
La mayoría de estos últimos son jóvenes. Me dice el hijo universitario de una amiga que él y sus compañeros «quieren que todo se vaya a la mierda ya, si tiene que irse, para poder volver a empezar». «Que se les termine el curro (aquí esta palabra no habla de trabajo, sino de aprovecharse, de conseguir algo de forma injusta, corrupta o inmoral) a todos los ladrones, esto no puede seguir más, que reviente de una vez y se jodan todos», casi ruge. No habla de partidos, más bien parece referirse de verdad a todos, tal vez hasta yo misma, nos exigen responsabilidad, quieren poner dinamita porque no encuentran ningún resquicio en la roca en la que se transformó su pasadizo al futuro, quieren volar la piedra y valorar luego los daños en todo caso para reconstruir lo que se pueda o levantar nuevas paredes.
Camino por las calles de los acomodados barrios de Palermo, Belgrano o San Isidro -este último, ya en el Conurbano, aunque zona norte-, y están llenas de cafeterías, locales de diseño y restaurantes que podrían estar en las partes más modernas y en tendencia de Madrid, Londres o París, igual que los viandantes. Esta ciudad intensa, «que nunca duerme» y que enamora, resume el lado cosmopolita de una cultura de vanguardia que siempre tuvo gran cabida en este país, rico en variedad y contrastes -ahí están los cercanos barrios populares del sur o del peligroso Conurbano, de donde llegan cada día a trabajar en la capital muchas de las personas con las que he ido hablando en los negocios- y abierto a las ideas, al mundo, al mestizaje, a la novedad.
Tal vez por eso en mi cabeza resuena a cada paso una frase que nombraron todas las personas con las que hablé. Lo dicen casi al pasar, se les escapa, llevan años hablando de ello en sus casas y en los medios de comunicación y, aunque lo han incorporado y parecen hasta resignados, también están cansados. Es 'la grieta'. Se refiere a la enorme división que los últimos años se ha abierto en la sociedad por motivos políticos. De la diferencia de ideas surge la riqueza y muchas veces la innovación si se gestiona con respeto y diálogo. Si no, solo hay brecha, y odio. Aquí parece un virus invisible pero certero -sabemos de lo que hablamos- que abre heridas, que horada grupos antes afines o al menos bien avenidos, que hace que depositar hoy un sobre en una urna sea mucho más que votar.
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