La ministra de Economía británica reaparece tras sus lágrimas en Westminster con el pleno apoyo de Starmer
Rachel Reeves justifica su estado anímico durante la sesión en la Cámara de los Comunes "por un asunto personal"
La ministra de Economía británica, a lágrima viva en el Parlamento tras la crisis por la ley de bienestar de Starmer

«Claramente ayer estaba afectada…». Con estas palabras, la ministra de Economía del Reino Unido, Rachel Reeves, justificó este martes, al retomar su agenda, las lágrimas que derramó el lunes durante la sesión de preguntas al primer ministro en la Cámara de los Comunes y que no solo acapararon titulares sino que provocaron la caída de la libra esterlina. Su salida repentina del hemiciclo, visiblemente emocionada, había sido cualquier cosa menos ordinaria. Mientras su hermana Ellie, diputada laborista, la acompañaba en silencio fuera de la Cámara de los Comunes, los rumores ya circulaban por Westminster: ¿estaba la ministra de Economía al borde de la renuncia? ¿O era simplemente una grieta emocional en un contexto de extrema presión?
Reeves no lo aclaró del todo. «Fue un asunto personal y no voy a entrar en detalles», respondió escuetamente cuando los periodistas le preguntaron por el episodio que marcó el ritmo político del día. Un portavoz del gobierno insistió en que lo sucedido no tuvo «nada que ver con la política». Pero en el Parlamento y en los mercados financieros, la interpretación fue otra: la figura que durante meses había sido el emblema de la responsabilidad fiscal y del pragmatismo económico del Gobierno laborista aparecía por primera vez debilitada.
El trasfondo era ineludible. En las semanas anteriores, Reeves había defendido con firmeza un plan para endurecer las condiciones de acceso a las prestaciones sociales, con el objetivo de reducir en 5.000 millones de libras el gasto público. Esa cifra era clave, según el gobierno, para cumplir la promesa de mantener las cuentas equilibradas sin subir impuestos, un compromiso que ella había defendido como piedra angular de su estrategia. Sin embargo, la presión desde las filas laboristas, con muchos diputados expresando su rechazo, llevaron a la aprobación de un proyecto descafeinado.
El golpe fue doble. Político, porque la ministra quedó expuesta a una derrota interna en su propio partido. Y financiero, porque los mercados interpretaron la marcha atrás, lágrimas incluidas, como una señal de debilidad. Así, la libra esterlina cayó casi un uno por ciento frente al dólar y los bonos británicos vivieron su peor jornada desde la crisis de confianza que tumbó a la ex primera ministra Liz Truss en 2022. Los inversores, acostumbrados a ver en Reeves un ancla de estabilidad, comenzaron a preguntarse si su permanencia en el cargo estaba garantizada.
La oposición conservadora no tardó en capitalizar la situación. Kemi Badenoch, líder del grupo tory, preguntó directamente en la Cámara: «¿Seguirá siendo ministra hasta las próximas elecciones?». Keir Starmer evitó responder. La imagen de su ministra justo detrás de él, ausente, desaliñada, con mala cara y visiblemente afectada, parecía hablar por sí sola.
Sin embargo, la narrativa comenzó a cambiar este martes, cuando Reeves reapareció públicamente junto aStarmer en un acto de presentación de un plan para reformar el Servicio Nacional de Salud. En un tono sereno, declaró que «este es un trabajo duro, pero también el privilegio de mi vida. Estoy preparada y concentrada en lo que tengo que hacer». Su gesto fue contenido, sin dramatismos. Pero el mensaje entre líneas es que no piensa dimitir. Al menos, de momento.
Starmer, por su parte, reforzó el cierre de filas. En declaraciones a la BBC, aseguró que «Rachel Reeves es excepcional. Tiene todo mi apoyo y seguirá siendo ministra de Economía durante mucho tiempo. Trabajamos juntos cada día». Consultado sobre si había percibido las lágrimas durante la sesión parlamentaria, el primer ministro respondió: «No me di cuenta en el momento, fue algo que ocurrió de forma discreta».
La calma de sus palabras contrastaba con la inquietud aún palpable en los mercados. Aunque los bonos se recuperaron parcialmente y la libra repuntó unas décimas, el episodio dejó al descubierto lo volátil del equilibrio que el Gobierno intenta sostener: una economía exigida por la consolidación fiscal, un electorado que exige protección social, un partido dividido entre la ortodoxia fiscal y la redistribución, y un equipo económico que muestra fisuras visibles.
La prensa británica se dividió en las interpretaciones. Algunos editoriales insistieron en que la escena había sido una muestra de humanidad en un entorno brutalmente exigente. Otros, como en New Statesman, publicación de referencia dentro del espacio progresista, apuntaron a una cuestión de fondo: «La ministra no solo lloraba por algo personal. Lloraba porque se vio obligada a renunciar a una de las piezas centrales de su programa. Su autoridad se ha visto comprometida». En The Independent, la reflexión era más económica que emocional: «La City está diciendo que quiere a Reeves. No por compasión, sino porque creen que es la única capaz de mantener la estabilidad presupuestaria». Desde el conservador «The Telegraph» la postura fue más dura, al opinar que «es hora de que Reeves se marche» y «verla llorar fue doloroso de observar. Resulta profundamente preocupante ver a la persona encargada de nuestras finanzas públicas en ese estado emocional». Con un enfoque más moderado, The Times centró su análisis en la ambigüedad del respaldo ofrecido por Keir Starmer. Bajo el titular: «El apoyo equívoco del primer ministro a la ministra solo empeora la situación», el diario argumentaba que la falta de una defensa inmediata y enfática por parte de Starmer había alimentado la incertidumbre política.
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